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La novela gráfica "Farenheit 451" de Tim Hamilton es una nueva exploración a la obra de Ray Bradbury y a la creciente distopía social

Por: Jairo Galvis Henao – 28 de marzo de 2011

En 1953, Ray Bradbury publicó Farenheit 451, una novela que al año siguiente apareció por entregas en la recien creada revista Playboy. En 2004, se le hizo un reconocimiento ‘retro’ en la entrega de los Premios Hugo como mejor novela de 1954. En 2010, Ediciones de la Flor publicó la primera edición en castellano de la adaptación gráfica aprobada por el mismo Bradbury, quien además hace el prólogo. Las ilustraciones estuvieron a cargo de Tim Hamilton,célebre por sus trabajos en la serie “Dominion”, en las novela gráfica “Fall of Cthulu” y la reciente adaptación al cómic de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson. La adaptación de la historia está muy bien lograda y nada esencial de la obra original se le escapa a esta novela gráfica.

 

Tuve la buena fortuna de encontrar un ejemplar de esta edición en la librería de un amigo que suele conseguir buenos libros y venderlos a muy buen precio. Un par de horas fueron suficientes para las 159 páginas que narran la historia de Guy Montag, un bombero que no apaga incendios sino que se encarga de incinerar libros en medio de una sociedad distópica en la que el autoritarismo ha buscado arrebatarle la esperanza y todo tipo de libertad a hombres y mujeres.

Leer, dice la ley y los bomberos que la ejecutan, niega la felicidad de los hombres, los llena de angustia y así los hace diferentes. La angustia nace de la idea de no estar en el mejor mundo posible y la diferencia en la idea de un mundo mejor que se deriva de aquello. De ahí que la lectura sea uno de los principales enemigos de aquel régimen que busca hacer de sus habitantes seres humanos felices.

Pero, como dice el refrán de las abuelas, “la curiosidad mató al gato” y a Guy Montag lo liberó. El contacto con su joven vecina, Clarice McClellan, hace que el bombero se cuestione sobre aquello que en esta sociedad pareciera imposible: su felicidad. Esto lo lleva a tomar uno de los libros de una mujer que prefirió ser quemada junto a su biblioteca antes de vivir sin ella.

La felicidad no es posible si la imaginación está prohibida, si el derecho a soñar se elimina no se asegura felicidad sino esclavitud. Montag, más que saber esto, lo sintió y eso hizo que se dedicara a romper la ley, leyendo los pocos libros que lograba salvar de la hoguera de la censura.

No deja de causarme un poco de escozor ese mundo en el que los libros están prohibidos, no puede ser menos que desolador un sistema en el que no existe una realidad distinta a esa en la que se encuentran rutinariamente confinados sus habitantes. Es aterrador pensar en una sociedad que no puede mirar más allá de la realidad impuesta, de aquella que tiene como único objetivo perpetuarse para satisfacer el amor al poder de unos cuantos. Negar la oportunidad de soñar es un acto demasiado infame, pero al mismo tiempo ingenuo.

La libertad es parte de la naturaleza humana y, por más que se intente borrar de la conciencia de los hombres, ésta siempre encuentra la forma de darle la pelea al miedo y a la resignación. Es por eso que tampoco dejará de gustarme la forma en que resisten algunos de los personajes de la novela.

Fahrenheit 451 nació como denuncia a la censura que los nazis en Alemania y los ultraconservadores en Estados Unidos impusieron a los libros en 1933 y durante el macarthismo, respectivamente, así como a la tragedia nuclear en Hiroshima y Nagasaki. Aunque pareciera que el mundo ha cambiado y problemas como estos han quedado fuera de la agenda, los buenos libros siempre estarán ahí para que uno los tome y siga ejerciendo su derecho a imaginar.

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