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Perdidos - Caricatura: Khalid Albaih

Por: Geovani Montalvo – abril 1 de 2011

Sólo en el primer trimestre de este año, las rebeliones populares en dos países árabes, Egipto y Túnez, lograron derrocar a sus mandatarios, quienes, además de permanecer por décadas en el poder, eran fuertes aliados de Estados Unidos. Esta situación, sin duda, está modificando la geopolítica de la región y está comprometiendo los intereses del imperialismo estadounidense.

Actualmente, las revueltas se han extendido en casi todos los países del medio oriente, como Jordania, Yemen, Argelia, Marruecos, Arabia Saudita y Baréin, pero es en Libia donde está la atención de la mayoría de los medios de comunicación del mundo. Hace unas semanas, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó una zona de exclusión aérea en este país, con la excusa de impedir que los aviones del régimen de Gaddafi “despeguen para bombardear a su propio pueblo”.

Sin embargo, dos días después de esta resolución, los aviones de Francia, Estados Unidos e Inglaterra iniciaron una incursión militar arrojando bombas sobre aeropuertos, carreteras y puentes, hasta sobre el complejo residencial de Gadafi, con una cantidad todavía indeterminada de víctimas inocentes. Gadafi fue un líder antiimperialista hace décadas, pero con el tiempo se convirtió en el mejor aliado de Estados Unidos y de la Unión Europea.

Alberto Cruz es considerado uno de los analistas en lengua castellana que con más precisión siguen la situación geopolítica en Asia y el Mundo Árabe. Sobre los acontecimientos en Libia opinó que el imperialismo no paga a quien traiciona, sólo a sus aliados tradicionales porque esos sí son confiables: quien ha sido un traidor una vez puede seguir siéndolo.

El periodista español y doctor en ciencias políticas afirmó que lo que está ocurriendo en oriente próximo es “consecuencia del debilitamiento de la estrategia de Estados Unidos” y prevé que las próximas revueltas serán de un calado mucho mayor que las que hemos visto hasta ahora, sobre todo en Baréin, donde está depositada la importancia geoestratégica en la región.

Geovani Montalvo: –En menos de tres meses, el mundo árabe experimentó un significativo crecimiento de la resistencia popular contra los regímenes de los países de la región, muchos de ellos fuertes aliados de Estados Unidos y con décadas en el poder. A su criterio, ¿cómo debe interpretarse la actual situación del mundo árabe?

Alberto Cruz: –Todo tiene un antecedente. En este caso está en la victoria política y militar de Hezbolá en la guerra que libró contra Israel en el verano de 2006. La resistencia de esta organización durante treinta y tres días y la incapacidad de Israel no ya de derrotarla sino de minar su resistencia provocó multitudinarias manifestaciones populares en todo el mundo árabe y musulmán, desde Marruecos hasta Indonesia. En esas manifestaciones y movilizaciones populares salieron a la calle tanto islamistas como izquierdistas y ahí empezó a fraguarse la alianza que hoy se ve en varios de los países árabes donde se han producido las revueltas. Por no extenderme, hablaré sólo de Egipto, donde desde ese año se generalizaron las luchas obreras a raíz de una experiencia exitosa en la localidad de El-Mahalla El-Kubra. Esas luchas se extendieron a lo largo del país durante 2007 y 2008, saliendo del contexto puramente obrero, inicialmente textil, para llegar a los sectores profesionales e intelectuales, y así galvanizar la universidad. La represión hizo que islamistas e izquierdistas coincidiesen no sólo en la calle sino en la cárcel y ahí se comenzaron a fraguar alianzas hasta entonces insospechadas, que han sido las que han terminado desembocando en las revueltas actuales.

Pero este hecho, la derrota de Israel, sumado a la incapacidad de EE.UU. de estabilizar Irak, pese a la invasión y ocupación neocolonial de este país desde 2003, y a la parsimonia y aquiescencia de los regímenes reaccionarios árabes tanto con Israel como con EE.UU., sobre todo a la hora de lograr algún avance en el proceso de paz con los palestinos, hizo que todo saltara por los aires a la menor ocasión. De hecho, ya se intuía en el caso de Egipto, no tanto en Túnez y otros países, a raíz de la matanza perpetrada por Israel en Gaza a finales de 2008 e inicios de 2009. El régimen egipcio se vio obligado a abrir la frontera con Gaza, cerrada durante años, y se habían iniciado pequeños sabotajes contra uno de los símbolos de la alianza entre Egipto e Israel: el oleoducto de gas por el que Israel recibe gas egipcio a precios subsidiados y por debajo de los del mercado mundial. Es más, en los primeros días de la revuelta de enero de este año, el oleoducto fue otra vez saboteado y el suministro de gas ha estado interrumpido durante dos semanas.

Por lo tanto, se puede decir que la actual situación es consecuencia del debilitamiento de la estrategia de EE.UU. en Oriente Próximo. Una estrategia que se sustentaba, básicamente, en la capacidad de proyectar una enorme cantidad de ayuda, especialmente militar, para fortalecer el poder duro que tienen los regímenes aliados a nivel interno para evitar las revueltas, a pesar de los llamados desde la primera presidencia de Bush padre a la ‘democratización’ de esos regímenes. Poder militar y reformas políticas no casan muy bien, por lo que la ‘legitimidad’ de EE.UU. a la hora de invocar la democracia y los derechos humanos ha saltado por los aires estos últimos meses. Eso, sumado a su incapacidad manifiesta de lograr alguna concesión, por mínima que fuese, de Israel para hacer avanzar el tan traído y llevado ‘proceso de paz’ con los palestinos.

GM: Las rebeliones lograron que Ben Alí se fuera de Túnez y Mubarak de Egipto. ¿Qué tipo de cambios o transformaciones pueden esperarse en estos dos países?

AC: Como en todo, dependerá de la correlación de fuerzas entre unos y otros. En Túnez se ha logrado establecer una alianza entre organizaciones de izquierda y obreras que puede jugar un papel importante en el futuro, lo que no sucede en Egipto. Aquí los militares están utilizando la política de hechos consumados y al acelerar el proceso, con el referéndum sobre unos cambios constitucionales, impiden un proceso constituyente y, lo más importante, la reorganización de las fuerzas alternativas que si bien son fuertes en el movimiento obrero no lo son tanto entre las clases medias. De hecho, la revuelta en ambos países ha sido más bien una revuelta de la clase media y cuando los sectores obreros han querido ir más allá se han encontrado, bien con la represión, como en Túnez, o bien con la aceleración de unos cambios cosméticos, como en Egipto, que impiden cualquier atisbo revolucionario.

A todo ello hay que sumar la situación geopolítica en todo el mundo árabe y la correlación de fuerzas existente en él, donde Arabia Saudita, uno de los regímenes más reaccionarios del mundo, está empezando a adoptar el papel de potencia regional con dos decisiones de calado: imponer en la Liga Árabe el apoyo a una guerra contra Libia y la invasión de Baréin para aplastar las revueltas democráticas en este país.

GM: Actualmente, los medios de comunicación han puesto su lente en las revueltas de Libia, nación gobernada por el régimen de Gadafi. Teniendo en cuenta el papel de Estados Unidos y Latinoamérica en este proceso específico, ¿qué opinión le merece la situación de este país?

AC: Entiendo la postura de los latinoamericanos, pero no la comparto. Gadafi es, desde hace mucho tiempo, un personaje histriónico y sin el menor predicamento dentro del mundo árabe por sus erráticas posturas en todo tipo de conflictos, el palestino entre otros. Tampoco es cierto que mantenga el control total del petróleo, en su mayoría en manos de empresas multinacionales occidentales, y ha firmado varios acuerdos tanto con el Banco Mundial (BM) como con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Es significativo que sólo ahora se haya mostrado dispuesto a renegociar algunos contratos, él mismo ha dicho algunos, y a ofrecérselos a empresas chinas, rusas, indias o brasileñas por haberse abstenido en la votación de la ONU.

A Gadafi habría que aplicarle un dicho español: “Roma no paga traidores”. Es algo basado en un hecho histórico, cuando Roma incentivó a los lugartenientes de un guerrillero ibérico, Viriato, para que le asesinaran, algo que hicieron y cuando fueron por la recompensa prometida se les despachó con esa frase. Es decir, Occidente y el imperialismo no pagan a quien traiciona, sólo a sus aliados tradicionales porque esos sí son confiables. Quien ha sido un traidor una vez puede seguir siéndolo otra. Gadafi pasó de paria a gran aliado y ahora vuelve a ser un paria. Eso pone de manifiesto una errática política exterior que ha cosechado lo que estamos viendo, una nueva guerra imperialista contra otro país del Sur.

Algunos países latinoamericanos han apostado por la no intervención y por el diálogo. Sin duda es la postura correcta. Hay que rechazar de plano cualquier tipo de intervención imperialista, se vista con el ropaje que se vista, así sea bajo el eufemismo de ‘humanitaria’. Pero de ahí a ver a Gadafi como un adalid antiimperialista hay un mundo, porque hace veinte años que dejó de serlo y se arrojó en brazos de esos mismos imperialistas que hoy están bombardeando Libia. Repito: “Roma no paga traidores”.

Y tampoco es correcto pensar que EE.UU. es quien ha decidido la guerra. Bajo mi punto de vista ha sido Arabia Saudita. Sin el aval árabe, por mucho que hubiesen querido EE.UU. y sus aliados británicos, franceses o españoles, no habría sido posible. De hecho, Arabia Saudita ofreció Libia a Occidente para tener las manos libres en la represión de los movimientos emancipatorios en el Golfo.

GM: –Además de las revueltas en Libia, también las hay en Jordania, Yemen, Argelia, Marruecos, Arabia Saudita y Baréin. Éste último resulta ser un lugar especialmente delicado, pues alberga a la V Flota de EE.UU., la mayor flota en la región, y además es un país de mayoría chiita y tiene un líder sunita. En un artículo usted dijo que Baréin es “la mecha que puede prender las revueltas en todo el Golfo Pérsico”. En ese sentido, ¿cuál es la importancia geoestratégica de Baréin?

AC: –Baréin es la puerta de entrada y salida del petróleo del Golfo Pérsico. Las aguas de este golfo, en concreto su parte más estrecha, el Estrecho de Ormuz, son aguas territoriales de Irán, en su gran mayoría, y Baréin. Según el Derecho Internacional del Mar, ambos países tienen la obligación de dejar pasar cualquier barco por ellas siempre que no tenga bandera de un país que esté en guerra con cualquiera de ellos. Por lo tanto, en caso de guerra contra Irán, este país cerraría sus aguas territoriales a la navegación y sólo quedarían las aguas bareiníes para transitar. Pero ese tránsito es vital para Occidente porque más del 40% de todo el petróleo que se consume en el mundo sale de esa zona. Irán es un país chiita y la mayoría de la población de Baréin también lo es. No hace falta imaginar la catástrofe que para el imaginario occidental supone el que los dos países que controlan el Estrecho de Ormuz estén en manos chiitas.

Sin embargo, como pasa siempre en los cuentos, es algo que no tiene que ver con la realidad porque no pasaría nada de nada si no se atacase a Irán, como no está pasando nada ahora. Luego, el interés desaparecería como por encanto sólo con eliminar de raíz la idea de un ataque a Irán, pero como eso está dentro de los planes imperialistas desde hace tiempo, cualquier revuelta en Baréin o en los países del Golfo hay que cortarla de raíz para mantener el actual status quo. El hecho de que esté allí la V Flota lo dice todo: no está en Arabia Saudita, ni en Omán o Kuwait, sino en Baréin y la finalidad es controlar el Golfo Pérsico y el paso del petróleo que, insisto, en su gran mayoría termina en los países occidentales.

GM: –Ante esto, ¿cuál es la estrategia de la administración Obama con las revueltas en el mundo árabe, principalmente en Baréin?

AC: –Mi análisis es que EE.UU. no tiene estrategia alguna y se ha visto superado por los acontecimientos. Su estrategia se sustentaba en tres patas: Israel, Egipto y Arabia Saudita. Egipto está anulado como actor regional, al menos temporalmente, así que sólo quedan Israel y Arabia Saudita, y ambos se han crecido hasta el extremo de convertirse en los aliens que pueden devorar al cuerpo que les ha creado. EE.UU. es incapaz de arrancar alguna concesión a Israel respecto a los palestinos y ha sido incapaz de evitar la invasión de Baréin por parte de las tropas sauditas. Ambos están aprovechando la debilidad estadounidense.

Pensar que EE.UU. es el ombligo del mundo es un error. Nunca como ahora ha estado más débil y en estos momentos, en lo que respecta al mundo árabe, no es la administración Obama quien dicta lo que hay que hacer o no. Han surgido con fuerza otros factores y hay que ver hasta dónde se tensa la cuerda, pero por el momento son tanto Israel como Arabia Saudita quienes llevan la voz cantante, no EE.UU.

En cuanto a Baréin, estamos asistiendo a la calma antes de la tempestad. Las revueltas han sido aplastadas, por ahora, y me atrevo a decir que sin el visto bueno de EE.UU., que teme por su V Flota. Pero ese ‘por ahora’ va a dar argumentos a los chiítas para terminar con la fragmentación política y con el histórico aletargamiento y postergación que han venido sufriendo. Puede tardar uno o diez años, pero las próximas revueltas serán de un calado mucho mayor que las que hemos visto ahora. Y lo más importante: pese a la represión, la monarquía bareiní tiene que hacer concesiones políticas, tal vez menores a nivel global pero mucho mayores de lo que le hubiese gustado hacer. Eso va a reforzar el papel de los chiítas y a medio y largo plazo el alcanzar el poder. Entonces sí, EE.UU. puede echarse a temblar porque ya ha sido visto como el aliado de la monarquía bareiní que no ha hecho nada por impedir la represión y ha sido incapaz de controlar a los sauditas. Pero aún falta un tiempo para ello.

GM: –¿Qué implicaciones tiene este contexto de rebeliones para Palestina, Israel e Irán?

AC: –Los palestinos han demostrado una incapacidad suicida para poner fin a uno de los gobiernos más corruptos que existen en el mundo árabe: el de Abbas. Han arrojado por la borda cualquier expectativa emancipatoria, lo que les deja a merced de la buena voluntad de Israel, que no tiene ninguna. La actitud de los palestinos en Cisjordania es de vergüenza, entre acomodados a la ayuda internacional y sometidos a la represión de su pretendido gobierno. Pero en otros países también había represión y supieron salir a la calle. Quien se beneficiará a medio plazo de todo ello son los islamistas de Hamás en Gaza, porque el auge de los islamistas en Egipto y Túnez les va a facilitar algo más su existencia y el bloqueo se verá sustancialmente aliviado al menos en lo referente a Egipto.

Si Israel está perdiendo aliados en el mundo árabe, está ganando capacidad de maniobra frente a EE.UU. por la debilidad imperialista en estos momentos. Eso le va a hacer ganar tiempo y no mover un dedo con los palestinos hasta ver cómo evolucionan los acontecimientos en los países árabes y si puede recuperar alianzas o no.

Por lo que respecta a Irán, es el claro ganador de todo lo que está pasando porque la estrategia imperialista de aislar a este país y crear un frente árabe contra él ha saltado por los aires. Los nuevos gobiernos que surjan en Túnez, Egipto, Yemen u otros países a buen seguro van a mantener una política exterior con algo más de autonomía que la de los gobiernos derrocados, seguidistas de la estrategia de EE.UU. Ya sólo Arabia Saudita y los países del Golfo son los que siguen con el espantajo de Irán dentro de los países árabes. Además, la invasión de Bahrein por países sunitas ha arrojado a sus brazos definitivamente a los chiitas de Arabia Saudita, Omán, Kuwait y, por supuesto, Baréin.

GM: –Finalmente, quiero volver sobre el papel que han desempeñado los medios de comunicación. ¿Cómo evalúa la cobertura informativa sobre la situación de esta región del mundo?

AC: –Los medios de comunicación no son entes aislados: son parte integrante y fundamental de la estrategia de la burguesía para controlar qué decir, cómo decirlo, qué comer, cómo comerlo, qué vestir, cómo vestirlo, cómo comportarse. Y así hasta el infinito. Lo normal es que intenten desvirtuar lo que sucede, son las filias y fobias clásicas de la burguesía, como también las nuestras. Nadie es independiente y menos los llamados medios de comunicación. A mí lo que digan o dejen de decir, cómo informen o dejen de informar es algo que no me preocupa en lo más mínimo. No entiendo ese afán de muchos pretendidos revolucionarios porque tal o cual periódico, radio o televisión hable bien de ellos. Yo soy de los que creen que cuando la burguesía me alaba es que seguro he hecho algo mal. Así que el día que seamos capaces de prescindir de esa droga mediática en todos los aspectos, incluso de leerla, oírla verla, será el día que habremos empezado, de verdad, a transitar por el camino de la emancipación.

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* Geovanni Montalvo es periodista salvadoreño. Esta nota se publicó originalmente en el Diario Co Latino y ha sido cedida a El Turbión con autorización expresa del autor.

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