Por: Juan Diego García – febrero 11 de 2019
Además del drama humano que supone una agresión armada contra Venezuela para su propio pueblo, una intervención armada de los Estados Unidos, o en conjunto con sus aliados occidentales y locales, tendría enormes repercusiones en todo el continente, convirtiéndolo en un escenario similar al que se registra en Iraq, Libia, Ucrania o Siria. Este puede ser seguramente el resultado de algún tipo de operación militar a gran escala contra el gobierno de Maduro.
Todo indica que la derecha del país no cuenta con unas bases sociales suficientes como para garantizar algún tipo de movimiento que colapse el sistema y propicie la dimisión del gobierno. Hasta el momento al menos, tampoco parece que se pueda producir el esperado golpe militar, que ha sido tradicionalmente el mecanismo más utilizado por Washington para deshacerse de gobiernos contrarios a sus designios en este continente. Tampoco ha funcionado la apuesta electoral, debido en parte a la división de la derecha, al relativamente escaso apoyo alcanzado en las urnas, a su juego poco hábil en la instancia parlamentaria y, por supuesto, al respaldo mayoritario al chavismo no solo en las unas sino dentro de la misma población.
A la derecha venezolana no le ha sido suficiente con contar, desde el primer día, con el apoyo generoso de Washington y sus aliados; no le ha bastado tener el control de resortes claves de la economía –comercio, industria, finanzas y el cuasi monopolio de los medios de comunicación– ni ha podido aprovechar los fallos de la izquierda que, a pesar de todo, sigue contando con respaldos sociales suficientes en amplios sectores populares.
En este escenario no parece, entonces, ni fácil ni posible un rápido desenlace en favor de la derecha y, en todo caso, salidas extremas como el desencadenamiento de una violencia callejera provocada por grupos especializados, financiados y entrenados desde el extranjero, o una intentona de golpe militar con algún sector de las fuerzas armadas provocaría una reacción de gran violencia popular: literalmente, una guerra civil que justifique a los ojos de Washington y sus aliados el masivo bombardeo del país y la destrucción de hecho de las infraestructuras, los centros económicos y, por supuesto, el sacrificio de ingentes cantidades de población inocente. Es la táctica usada en Oriente Próximo, en Libia o en Ucrania.
Solo difícilmente tal estrategia militar daría un triunfo a la derecha. Lo más probable es que el gobierno de Maduro consiga resistir y mantenerse mediante la movilización masiva y el posible apoyo de Rusia y China. La respuesta de Caracas al bloqueo y la agresión tendría, entonces, que orientarse a afectar en lo posible los intereses de sus atacantes: nuevos mercados para su petróleo y demás recursos mineros –considerables, al parecer–, paralelo al impulso de su propia industrialización y, por supuesto, afectación plena de los bienes que los países agresores tengan en Venezuela, como medida compensatoria por los daños que las diversas formas de agresión causen al país.
Tal estrategia por parte de Estados Unidos y sus aliados europeos, con la ayuda servil de algunos gobiernos locales, estaría repitiendo errores históricamente similares a los cometidos cuando un grupo de jóvenes rebeldes en la Cuba de los años 60 intentaba introducir algunas reformas sociales y políticas de corte puramente democrático pero que afectaron los intereses gringos en la isla. La brutal reacción mediante bloqueo, sabotajes e invasión militar no logró derrocar al gobierno de Castro y, por el contrario, solo consiguió la radicalización del proceso revolucionario, el cual desembocaría poco después en el socialismo.
Dos lecturas parecen obligadas en este caso. Una, la que deben hacer los gobiernos burgueses de la región, o al menos sus sectores sensatos, acerca de los enormes riesgos que trae consigo una agresión militar a Venezuela, es decir, en qué medida les parece conveniente aplicar en la región la fórmula de Siria, Libia, Ucrania o Iraq, y en qué medida los procesos sociales que llevaron a Chávez al poder no aparecen de forma abierta o larvada en sus propios países. Otra lectura será, sin duda, la que hagan los sectores populares que confían en los caminos pacíficos para salir del atraso, la pobreza y la dependencia.
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