Darío Arizmendi. Foto: Casa de América.
Darío Arizmendi empeñó su carrera a un periodismo 'lagarto', cargado de adjetivos rimbombantes para los poderosos y sesgado a favor de su interés particular.
Darío Arizmendi. Foto: Casa de América.
Darío Arizmendi. Foto: Casa de América.

Por: Eduardo Márquez G. – abril 25 de 2019

Arribista como pocos, zalamero como muchos, Darío Arizmendi empeñó su carrera a un periodismo ‘lagarto’, cargado de adjetivos rimbombantes para los poderosos y sesgado a favor de su interés particular.

Antes de llegar a Caracol, fue director del diario El Mundo de Medellín, periódico que surgió como una apuesta independiente en medio del periodismo liberal conservador, pero lo quebró con sus gastos faraónicos en restaurantes, viajes, viáticos y demás. Durante su paso por la televisión se caracterizó por llevarse los créditos y premios por el trabajo que realizaban sus colaboradores sin sonrojarse o siquiera abandonar su caricaturesca sonrisa de hámster malvado.

La responsabilidad que implica informar en un país tan complejo como Colombia jamás lo trasnochó. El dinero, sin importar su origen, ha sido la única guía de su vida profesional. Será recordado en el gremio por dos hechos nefastos: primero, como uno de los beneficiados con emisoras durante el Proceso 8.000 que puso en evidencia la relación del presidente Ernesto Samper con el Cartel de Cali; y, segundo, como protagonista del escándalo los Papeles de Panamá, junto a Julio Sánchez Cristo -el otro capo del periodismo al servicio del interés particular-, con sus cuentas en paraísos fiscales para evadir impuestos y recibir dineros de dudosa procedencia.

Demasiado tiempo tardó Arizmendi en renunciar a su cargo. Hace ya varios años se le escuchaba la voz cascada, le cambiaba el nombre a sus entrevistados, se mostraba distraído y preguntaba sin tener la menor idea del tema. El noticiero carecía de ritmo. Era una verdadera tortura escucharlo al aire.

Arizmendi será para siempre el ejemplo clásico de lo que jamás debe ser un periodista: inculto, egoísta, irresponsable, desinformado, avaro, insensible frente al sufrimiento de la mayorías, perro faldero del poder, perezoso y carente de los mínimos principios de ética periodística. Aunque hay que reconocerle, eso sí, que jamás gritó o humilló a un subordinado, como sucede en Blu o la W. En hora buena se va. Un bandido menos apuntalando el caos nacional. Espero al 5 de julio, día de su partida. De pronto vuelvo a escuchar Caracol.

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