Por: Juan Diego García – noviembre 7 de 2012
En el contexto de la actual crisis mundial, al desconcierto inicial de la ciudadanía en el Viejo Continente ha seguido la indignación y ante la falta de soluciones y un horizonte cargado de los peores augurios se produce ahora la movilización masiva de las clases laboriosas. Las exigencias apuntan a la reforma drástica del actual modelo de capitalismo neoliberal, sin que falten quienes señalan la necesidad de desmantelar por completo el mismo sistema y crear sobre sus escombros un orden social diferente.
Probablemente sean mayoritarios quienes proponen tan sólo un capitalismo reformado, sometido al control público, semejante al que propiciara el pacto entre capital y trabajo, fundamento del modelo europeo de capitalismo y que ha traído a la población una estabilidad económica y social, además de un bienestar material inédito. Es general el sentimiento de rechazo a las políticas de ‘americanización’ de Europa, es decir, a la implantación de un modelo de sociedad similar al de Estados Unidos. Además, para algunos de estos países, sobre todo del sur del continente, la estrategia neoliberal significa casi homologarlos ya no a los Estados Unidos sino a algún país de América Latina.
Las propuestas revolucionarias de ‘otro mundo posible y necesario’ son ciertamente muy racionales pero aún no alcanzan un respaldo social suficiente. Desmantelar el capitalismo, resolver con otra lógica la cuestión de la producción y el consumo, buscar un equilibrio indispensable con el medio natural y, en general, superar el beneficio de la empresa como el motivo último de la actividad humana constituyen una propuesta que, si bien suscriben destacados grupos de activistas sociales y reconocidas autoridades académicas, aún no cuenta con el respaldo masivo necesario para imponer las soluciones con la urgencia que la situación exige.
En realidad, y a pesar de la indignación ciudadana que llena a diario plazas y calles, la oposición social no se traduce aún en la organización eficaz y en la capacidad política necesarias para materializar sus exigencias con medidas concretas de cambio. En general, la gente mantiene su confianza en el sistema de representación burgués, aunque no ahorre críticas muy duras a su funcionamiento y a la corrupción de la llamada ‘clase política’. Si bien la ciudadanía indignada solicita a los gobiernos que rectifiquen el rumbo, crece el convencimiento de estar llamando a la puerta equivocada. Se empieza a generalizar la sensación de lo inútil que resulta pedir soluciones precisamente a los principales responsables del estropicio.
Una buena parte de estos indignados, votantes tradicionales de los partidos de centro-izquierda –sobre todo socialistas y socialdemócratas– y militantes disciplinados de los sindicatos mayoritarios espera una rectificación del rumbo que ha llevado a estos partidos y sindicatos a una oposición tibia o, en el peor de los casos, a suscribir el programa neoliberal, abandonando por completo el ideario de oposición al sistema y hasta su misma intención reformista.
Por su parte, los bases populares conservadoras, que las hay y no son pocas, se muestran igualmente desconcertadas ante unos gobernantes que proceden con programas contrarios a los consignados en el compromiso electoral. Además, se anula de hecho la legitimidad a las instituciones parlamentarias cuando las decisiones se toman en instancias que nadie ha elegido y en las cuales predominan claramente los banqueros. ¿En qué queda la democracia si en lugar de ‘una persona, un voto’ vale ahora el principio de ‘un euro, un voto’? La troika del BCE, el FMI y la Comisión Europea proceden como un club mafioso cuyo objetivo principal es asegurar el pago a los bancos alemanes y franceses, aunque se hunda el Estado del Bienestar. Esto y no otra cosa se esconde tras las drásticas políticas de recorte.
Crece el número de quienes abandonan las filas de los partidos tradicionales buscando salidas nuevas. En algunos países del Viejo Continente existen ya partidos y movimientos fuertes a la izquierda de la socialdemocracia tradicional. Mientras tanto, en las filas de la derecha social se produce el surgimiento de diversas formas de un nuevo fascismo que gana espacios electorales cada día que pasa: ya hay un Tea Party en Europa, además de bandas de matones y cabezas rapadas neofascistas.
Los gobiernos minimizan o ignoran la protesta, o sencillamente la reprimen desbordando muchas veces el mismo marco constitucional. Es cada vez más común criminalizar la protesta infiltrando provocadores y creando incidentes que justifican luego la represión y el recorte de derechos. Se intenta restringir el espacio legal de la protesta, convirtiendo en delito algo que siempre fue principio consagrado. Proliferan peligrosamente las iniciativas jurídicas contra el ‘terrorismo’ y otras medidas similares que disminuyen sistemáticamente los derechos colectivos y personales.
La actitud de muchos gobiernos, que esperan que el movimiento de protesta se agote y que la indignación ciudadana se calme, no está dando resultados. La protesta se extiende por todo el continente y adquiere tintes dramáticos en algunos países. Inclusive en Alemania, aparentemente a salvo de lo peor de la crisis, la población se manifiesta y exige un duro impuesto a los más ricos al tiempo que se denuncia la pobreza que afecta ya a colectivos cada vez más amplios; mientras en Francia el descontento nace de los incumplimientos de un gobierno que ha sido elegido precisamente para poner fin a las políticas neoliberales y defender el Estado del Bienestar.
El Viejo Continente es un volcán en erupción. Aquí, más que en muchos otros lugares, existe una ciudadanía sólida y unas tradiciones de lucha social que auguran combates políticos de enorme repercusión. No habrá seguramente la espectacularidad que se registra en otras latitudes, pero de resultar exitosa la protesta ciudadana los efectos sobre el orden capitalista mundial serán decisivos, ya sea que se opte por una reforma profunda del sistema capitalista, ya sea que se produzca esa revolución que hoy aparece tan sólo como el sueño de minorías.
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