Por: Javier Darío Restrepo – octubre 10 de 2019
(N. del E.) El pasado 6 de octubre, a su regreso a Bogotá del Festival Gabo, el maestro Javier Darío Restrepo se despidió para siempre. El periodismo latinoamericano no solo pierde con su partida a un referente fundamental a la hora de afrontar los debates éticos propios del oficio sino a uno de los mejores cronistas colombianos del siglo XX.
Después de más de medio siglo de ejercicio profesional y 25 libros publicados, el pasado viernes 4 de octubre lanzó “La constelación ética” en el marco del Festival Gabo. Las palabras que presentamos a continuación hacen parte de lo que sería su último acto público, la alegre despedida de un maestro que, sin duda, ha ejercido una influencia decisiva sobre el periodismo del continente.
Es indispensable para el periodista la condición de la humildad. Santa Teresa de Jesús dice que la humildad es la verdad de nosotros mismos. Siempre ese vanidoso que hay en el periodista es el resultado de una falsificación de lo que uno es, de lo que uno ha hecho, y eso da por resultado una distorsión de la mirada sobre todas las cosas.
Además, interviene ahí una palabra que es eminentemente periodística: la verdad. Y si la vanidad, la soberbia y la arrogancia son el resultado de falsificaciones y exageraciones, allí sí que resulta cierto que el periodista tiene que huir de eso para estar en lo suyo. Estamos hechos para buscar la verdad y para poderla encontrar tenemos que hacer una neutralización de ese ruido interno que es la vanidad, pues nos impide ver lo que está pasando.
El ser del periodista es fundamentalmente el de un servidor de la sociedad. Esa definición contradice todos los afanes de grandeza con que a veces nos arropamos los periodistas, que creemos que por serlo estamos ejerciendo un poder. Ahí viene la otra forma de eludir eso: exorcizar el poder periodístico con el servicio, sentirse servidor de toda la sociedad. Si yo todos mis trabajos periodísticos los presido con la voluntad de servir a mis lectores, oyentes o televidentes, estoy conjurando todos los demonios de la vanidad.
Allí vendría otra de las formas de contrarrestar esto que es la autocrítica. En mis tiempos de reportero me costó hacer entender a mis colegas que teníamos que comenzar las sesiones de agenda con una autocrítica. Estaba en televisión y decía ‘esto debiera comenzar viendo el noticiero de anoche y sometiéndolo a crítica’. No, eso nunca se pudo hacer, en el fondo, porque los directivos temían molestar la sensibilidad de los colegas y pensaban que iban a reaccionar negativamente, sin caer en cuenta de que ese es el ejercicio clave para que un noticiero progrese: el estar diariamente midiendo los errores y fallas que se han tenido y aplaudiendo los aciertos […]
Es completamente contrario a la naturaleza del periodista el estarse mirando todos los días en el espejo del agua para enamorarse de su imagen. Esa autocrítica permanente, aparte de darnos mucha madurez personal, es la clave de la calidad profesional […]
Yo creo que hay toda una peste de resignación en todos aquellos que no quieren enfrentar la reconstrucción de su propia persona y de la sociedad en que viven. Esa resignación inmoviliza […]
Esto, para nosotros como periodistas, es uno de los más bellos y fecundos desafíos: el estar mirando a la sociedad desde el punto de vista de lo que tiene que llegar a ser y no concentrarse como una obsesión en todo lo malo que fue y que sigue siendo.
Tiene una mayor fuerza para la construcción de sociedad creer que nosotros tenemos unos posibles por realizar que estar insistiendo tanto en los malos, en los errores, en las malas actuaciones que hemos tenidos en el pasado. Ahí veo yo una gran tarea que tenemos que cumplir los periodistas: enseñar la esperanza y enseñar que los seres humanos somos mejores de lo que nos imaginamos […]
La noticia convertida en mercancía es un arma arrojadiza contra la gente. La noticia hecha con prisa es una noticia superficial, tiene superficie pero por dentro no hay nada. Y ya se sabe, la calidad del periodismo está muy cercana a lo lento de la sabiduría. El pensamiento generalmente es lento, la información con pensamiento tiene que ser lenta.
Ahí viene lo que García Márquez repetía en muchas oportunidades: más vale llegar de último en la información, pero con algo de mejor calidad. Lo que nos importa a nosotros es la calidad de la información y esa calidad solo se obtiene con operaciones que son de por sí lentas.
No basta con que actúes a la misma velocidad con que actúa el ojo o el oído, es además actuar con la velocidad que actúa el pensamiento y este tiene que comparar, tiene que investigar antecedentes, tiene que investigar las proyecciones o consecuencias de los hechos y todo eso contado da una noticia integralmente válida, que es el mejor regalo que uno le puede dar a un receptor […]
Sean públicos o sean privados, todos los medios que transmiten información deben estar al servicio de la sociedad. Solo reconocen un amo: la sociedad. No es ni el presidente, ni el gerente ni el señor que pone las cuñitas en el noticiero sino toda la sociedad.
Ese es un principio que debe tener muy interiorizado un periodista: para mí, el único amo que respeto es la sociedad y esa sociedad la encuentro a través de cada una de las personas que reciben la información. Los demás no son amos que merezcan mi respeto porque yo sé que en la medida en que yo sirvo a cualquiera de ellos se degrada mi profesión y pierde toda su dignidad.
Generalmente, los que tienen el poder se creen dueños de todo y dueños, sobre todo, de la comunicación. Resulta que en una democracia la comunicación es indispensablemente libre para que se pueda ejercer fiscalización sobre el que está en el Gobierno y esa fiscalización es la fiscalización de todos […] Dependiendo de quién tenga el poder serán los esfuerzos que haga ese señor para que no lo fiscalicen o lo fiscalicen de una determinada manera edulcorada. La función de un medio de comunicación es esa: fiscalización, por un lado, y, por otro, estímulo a la población para que ejerza ese poder fiscalizador.
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