Asistimos a las mayores protestas de la historia reciente de Colombia, en un proceso que ha cubierto las calles de esperanza, creatividad y alegría.
El paro nacional ya ha triunfado. Sí se pudo. El rechazo al gobierno de Duque, el paquetazo y la brutalidad policial ya ha sido capaz de movilizar a millones, a lo más diverso del país; a niños, jóvenes y mayores; a los vecinos de los barrios populares y a las clases medias; a los indígenas, a los afrodescendientes y a los mestizos; a los campesinos y a la gente de las ciudades; a los estudiantes, maestros y amas de casa; a las mujeres y la comunidad LGBTIQ; a los trabajadores, pensionados, informales y desempleados; a los recicladores, transportadores, personas con discapacidad, barristas, artistas e intelectuales; a los colombianos en el extranjero; a quienes se han pasado la vida en las organizaciones sociales y a quienes nunca se han metido a ninguna; a quienes tradicionalmente se han manifestado y a quienes nunca lo han hecho. Esta ha sido, sin duda, su más sorprendente característica: ha juntado lo que se pensaba imposible de unir y ese todo difícil de cuantificar o entender, a esa suma de multitudes, se ha llenado de esperanza.
Desde el 21 de noviembre se ha demostrado que Colombia cambió, que la gente quiere y puede soñar con un país diferente y, sobre todo, más justo. Las acciones de protesta han estado cargadas de alegría y dignidad, a pesar de la violencia con que las autoridades han respondido a los reclamos de la población. Los vecinos se encuentran en los cacerolazos, ollas comunitarias y asambleas barriales; los jóvenes, que sembraron la semilla de la inconformidad con las protestas estudiantiles iniciadas en agosto, llenan plazas y avenidas con envidiable constancia y alegría; las paredes, pancartas y mensajes en redes sociales muestran la capacidad de la gente para crear y reír; el teatro, la música y los títeres salen a la calle a juntarse a esta pelea por la dignidad de todos; y resuenan las cacerolas en las ventanas y balcones de casas y apartamentos.
Es un momento histórico en que fluye la solidaridad, en que conductores que regresan a casa rescatan a una estudiante detenida irregularmente por la Policía en un carro particular y cuyo destino pudo haber sido trágico sin su ayuda, en que las abuelas salen a abrazar nietos ajenos cuando los persiguen para detenerlos, en que los vecinos abren sus casas para dar resguardo a los muchachos cuando son perseguidos solo por ser jóvenes, en que la gente se organiza para defenderse de la violencia oficial o se reúne para compartir un agua de panela o un café mientras junta sus demandas y planea las jornadas por venir.
Mientras tanto, ante la crisis de gobernabilidad y desfavorabilidad que atraviesa el Gobierno, que acumula una desaprobación de entre el 70% y el 78% en las encuestas, Duque responde negándose a negociar con el Comité Nacional de Paro y llamando a una ‘conversación nacional’ donde no se decida nada y los intereses de las grandes empresas privadas y del sector que le apoya puedan salir beneficiados de la situación. Mientras tanto, da rienda suelta a la Policía para continuar la represión y desata una campaña de propaganda contra el paro para la que ha contado, a medias, con los grandes medios de comunicación y las agencias de relaciones públicas que, con miles de bots y perfiles falsos, tratan de revertir la tendencia en las redes sociales.
Aunque el mandatario espera que las fiestas decembrinas calmen los ánimos y busca hacer lo propio con pequeñas medidas populistas para desmovilizar el descontento, como la excención por tres días al año del pago de IVA, la devolución de dicho impuesto a un sector de familias vulnerables, la reducción de aportes en salud para una parte de los pensionados y la adhesión de Colombia al Acuerdo de Escazú, un importante protocolo cuya firma reclamaban los ambientalistas, las cosas no parecen estar de su lado.
Todo lo contrario, aunque el paro pareciera haber bajado de ritmo, la multitudinaria manifestación de más de 120.000 personas que acompañó al concierto Un Canto por Colombia en Bogotá y la continuidad de las protestas en Cali, Medellín, Bucaramanga, Pereira y otras capitales de departamento demuestra que la lucha social se ha vestido de fiesta y que estas navidades vendrán acompañadas del repicar de las cacerolas.
Por su parte, Fecode ha anunciado que el año lectivo 2020 empezará con los maestros protestando en la calle contra la creación del holding financiero Grupo Empresarial Bicentenario con el que el Gobierno fusionó por decreto, y en pleno paro, a 18 empresas y fondos estatales en una entidad mixta que sumaría recursos por unos $16 billones que, con esto, quedarían en manos de los grupos financieros privados, lo que afecta gravemente la salud y las pensiones del magisterio. A esto se sumarían, el próximo año, los pueblos indígenas que han convocado una nueva minga nacional contra el etnocidio y la violencia contra sus líderes y guardias, así como los estudiantes universitarios, los trabajadores y el amplio variopinto de sectores sociales que, de una u otra manera, ha venido articulándose alrededor del Comité Nacional de Paro. Esto daría continuidad a esta lucha, ya sea manteniendo el paro novembrino durante el cambio de año o convocando a un nuevo paro cívico nacional.
El rumbo de los acontecimientos, sin duda, estará estrechamente vinculado a lo que ocurra este lunes en el Congreso, con motivo de la votación de la reforma tributaria con la que el Gobierno, encabezado para la ocasión por el cuestionado ministro Alberto Carrasquilla, pretende aprobar millonarias excenciones de impuestos por más de $9 billones para los más ricos entre los ricos y los inversionistas extranjeros, mientras aumenta considerablemente la carga a los sectores populares y las clases medias. A pocos metros del Capitolio, en la Plaza de Bolívar de Bogotá, resonarán las cacerolas mientras los legisladores debaten, a sabiendas de que si este clamor es ignorado, las protestas en estas fiestas y el año por venir llamarán a cuentas a quienes pretenden seguir despojando de derechos al pueblo.
Colombia ha cambiado: la democracia hoy está en las calles. Ojalá que Duque y quienes hoy manejan el país entiendan esta realidad.
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