Por: Jorge William Agudelo Muñetón
El ‘Valle de la Muerte’ lleva casi cinco años pasando por alertas rojas debido a la mala calidad del aire. Esto tiene múltiples factores: el colapso de la movilidad, la industria depredadora, las quemas y destrucción de la naturaleza.
No ha existido una alternativa ante esta precaria situación en la que nos encontramos, pero por estos días llega a su punto límite cuando ha ingresado el virus global Covid-19 que, justo, ataca los pulmones. Todo este acumulado de polución que hemos respirado por años será el detonador de una situación de pánico y terror que ni la violencia más cruda por la que atravesó este valle pueda recordar. Ojalá no se presente de esta manera, pero no hay mucha esperanza.
Hay algo que no permite que los problemas comunes se atiendan de forma colectiva, comunitaria o institucional. Todo se trata con la más pura indiferencia en cualquier trama de las escalas sociales y políticas.
La élite racista que gobierna este valle de Aburrá tiene resuelto el problema, pues poco y nada es su relación con el territorio. Ellos viven en sus fortalezas, atrincherados en las partes altas de la zona sur y en conexión con el aeropuerto internacional del oriente antioqueño, factor que también los aísla de la violencia urbana. Mientras tanto, la población del valle de Aburrá, sumida en el espectáculo más degradante, ve pasar sus días con el sentimiento de que nada es posible de transformar: da lo mismo cuando en cualquiera de los movimientos posibles la muerte será lo único seguro. Así, las posibilidades de una solidaridad orgánica están casi descartadas.
Ahora estamos en confinamiento voluntario porque no se han querido tomar medidas para controlar la expansión del Covid-19. Este virus terminó con la movilización popular y nos hizo abandonar la calle. Ha dejado todo listo para experimentar una forma de control eficiente y totalitaria. Las sensaciones de impotencia y vulnerabilidad paralizan el cuerpo y se espera lo peor.
Nada se da por sentado, todo comienza. La utopía sigue arrastrándose a cuatro patas. Abandonemos a su inanidad celestial los billones de billetes e ideas huecas que circulan sobre nuestras cabezas. Lo importante es ‘hacer nuestro propio negocio’ dejando que la burbuja del negocio se desenrede e implosione. ¡Tengamos cuidado con la falta de audacia y confianza en sí mismo!
Nuestro presente no es el confinamiento que nos impone la supervivencia, es la apertura a todas las posibilidades. Es bajo el efecto del pánico que el estado oligárquico se ve obligado a adoptar medidas que ayer mismo decretó imposibles. Es al llamado de la vida y de la tierra para ser restaurada que queremos responder. La cuarentena favorece la reflexión. El confinamiento no suprime la presencia de la calle, la reinventa. Déjeme pensar, cum grano salis, que la insurrección de la vida cotidiana tiene insospechadas virtudes terapéuticas.
Raoul Vaneigem, 17 de marzo de 2020
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