Por: Andrés Granada – noviembre 22 de 2007
La historia del hombre es una historia de conspiraciones y ha estado plagada de conspiradores desde el mismo génesis de la humanidad. Dirían los creyentes que Eva conspiró con Belcebú para enredar al pobre Adán, en el antiguo Egipto abundan los ejemplos y ni que decir del gran Imperio Romano, cuya más célebre conspiración fue la que se fraguó contra Julio César.
Y en esta tierrita, consagrada al corazón de Jesús, ‘chibchombia’ para los jocosos, ‘Locombia’ para los sensatos y Colombia para el mundo, se han producido célebres conspiraciones. Y, para viajar a través de algunas de ellas, he tomado prestado el personaje de Lewis Carrol, Alicia, para invitarla a recorrer éste, no el “país de las maravillas”, el de los conejos blancos y las langostas, sino el fecundo país de las conspiraciones, el de los lagartos, los cerdos y las ratas.
Así las cosas, mi querida Alicia, empiezo por contarte que en Colombia los conspiradores se cuentan a granel y en todas las áreas, pero especialmente en el indigno oficio de la política, en el que sobresalen, por su astucia, los más avezados personajes. Desde Nariño y sus socios con “La Bagatela”; pasando por Santander y su participación en esa fatídica noche septembrina en la que sorprendieron a Bolívar disfrutando de las mieles del amor con su amada Manuelita y por poco le dan de baja, de no ser por una escapada fugaz como dios lo trajo al mundo. De manera que Santander, al que la historia oficial venera como el “hombre de las leyes”, bien podría ser catalogado como el padre de los conspiretas y el representante de criollos caudillistas que veían con malos ojos para sus intereses particulares la Gran Colombia de Bolívar y, por ello, su deseo de desmembrarla. Ante tal situación, diría el Libertador en las postrimerías de su vida: “cuando yo deje de existir, esos demagogos se devorarán entre sí, como lo hacen los lobos, y el edificio que construí con esfuerzos sobrehumanos se desmoronará”. Estas palabras a la postre resultarían proféticas, tanto que aún hoy seguimos en disputa. Duele recordar, mi querida Alicia, que, una vez muerto Bolívar, Santander regresó al país de su destierro, por conspirador, para ser investido con todos los honores y los poderes que en vida no pudo arrebatar al Libertador.
Y así durante todo el Siglo XIX. Porque este siglo, mi querida Alicia, bien podría llamarse el siglo de las conspiraciones, en un país que, como en el de las maravillas, todo es posible y la fantasía supera la realidad. Por lo menos, es el caso del general José María Melo que, creyendo salvar a la patria -porque los mesías existen desde entonces-, dio un golpe de Estado contra su tocayo José María Obando, viéndose en la necesidad de abolir la vigencia de la Constitución, cerrar el Congreso, detener a Obando y, finalmente, convocar al pueblo a detener la ‘hecatombe’ -cualquier parecido con la actualidad es pura coincidencia-. Pero su aventura no le duró mucho, ya que seria posteriormente victima de la conspiración liderada por los generales José Hilario López, Pedro Alcántara Herrán y Tomás Cipriano de Mosquera, éste último varias veces presidente de Colombia y finalmente derrocado por la oposición, gracias a una conspiración.
Pero, mi querida Alicia, Colombia, al igual que tú cuando cambiabas de un mundo a otro y por tanto de una realidad a otra, cada una de ellas mas descabellada que la anterior, se ha adaptado de una manera asombrosa: lo que para cualquier país sería una tragedia, aquí se convirtió en cotidianidad. Quizás, esta capacidad de adaptación a nuevas reglas -como la de modificar un simple ‘articulito’ de la Constitución- es la fuerza que hace que Colombia aún siga siendo Colombia y, en tu caso, haya sido lo que te permitió sobrevivir a esa locura de mundo donde hasta las cartas de los naipes hablaban.
Lástima, mi querida Alicia, que en este mundo de la escritura a veces la fronteras sean tan limitadas, porque mucho me gustaría contarte de lo que en Colombia se ha convertido en un arte -conspirar-. Ojalá pudiera esta sufrida tierrita despertar de esa larga pesadilla en la que está sumida desde que nació y se diera cuenta de que, afortunadamente, todas nuestras tragedias y desgracias no eran nada más que un horrible sueño.
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*Psicólogo y estudiante de Derecho de la Universidad Católica de Colombia.
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