Por: Marcos Silva Martínez Ríos de tinta y de babas siguen corriendo, a lo largo y ancho del país, sobre las causas y fórmulas para la solución del conflicto político, social y económico colombiano. Intérpretes, augures y pontífices del engaño, en forma general, no logran hacer una lectura correcta de la problemática por pereza, por ignorancia, por perversidad y hasta por ingenuidad, en determinados casos.

Por: Marcos Silva Martínez – septiembre 30 de 2007

Ríos de tinta y de babas siguen corriendo, a lo largo y ancho del país, sobre las causas y fórmulas para la solución del conflicto político, social y económico colombiano. Intérpretes, augures y pontífices del engaño, en forma general, no logran hacer una lectura correcta de la problemática por pereza, ignorancia, perversidad y hasta ingenuidad, en determinados casos.

El concepto y sentido de la equidad y su contrapuesto, la iniquidad, tienen poder y efectos innegables, tanto para la negociación que conduzca a la solución como para la permanencia y agudización del conflicto. Sin justicia social real y universal no es posible construir ambiente de convivencia civilizada, efectiva para cada uno de los colombianos.

El conflicto no se soluciona con simples buenos propósitos o con la retórica venenosa del militarismo cerril, camuflado de humanismo, que coadyuvan los dueños del poder y del dinero. Tampoco implorando lo imposible a dioses, santos y otros semejantes fantasmas o con paños de agua bendita.

La solución exige realismo, sinceridad, grandeza y responsabilidad social de todos y cada uno de los colombianos, pero especialmente de quienes ejercen la autoridad legal y de quienes detentan, usufructúan y explotan el poder económico y político.

La negociación y solución del conflicto exige la institucionalización de la equidad y la justicia social, en el amplio sentido de esos conceptos, y esto sólo será posible mediante la concertación de un pacto social nacional que involucre a todos los ciudadanos y cuyos fundamentos operativos sean sustentables progresivamente.

Todos los que piensen, argumenten y deseen la solución del conflicto deben ser conscientes de que lograrlo exige mejorar las condiciones materiales de vida de las mayorías nacionales y, con ello, las culturales y sociales. Este proceso tiene que pasar por una reforma agraria integral, por la institucionalización de un sistema nacional de salud pública, por la implementación y desarrollo de un sistema de educación nacional, de calidad y al alcance de todos los ciudadanos.

¿El gobierno y los sectores dominantes en lo económico y político están decididos a dar ese paso y actuar con grandeza y con generosidad y civilidad plenas?

La negociación y solución del conflicto es un desafío a someter el egoísmo, el individualismo y a revocar las viejas mañas de la corrupción, la politiquería y el clientelismo, que son los fundamentales responsables del conflicto y de la pobreza generalizada que lo alimenta. Sin derrotar este lastre cultural, todo lo que se diga y prometa es pura farsa.

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