Por: Andrés Gómez
Las sabanas del departamento del Meta, en la Orinoquía colombiana, son conocidas porque en sus ríos nadan más de 700 especies de peces. Esa abundancia es reconocida por los indígenas Sikuani, habitantes milenarios de los bosques de galería, unos largos corredores de árboles que crecen a lo largo de ríos y humedales.
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Leer más: La porcícola que se come los bosques en el MetaSantiago, indígena de este pueblo y cuya real identidad pidió proteger por seguridad, recuerda que en el río Muco, en el municipio de Puerto Gaitán, abundaba la pesca:
Cogíamos payara (Hydrolycus scomberoides), pavón (Cichla ocellaris), bocona (Prochilodus magdalenae), guabina (Hoplias malabaricus). Hoy no hay peces.
Santiago culpa a la empresa Aliar-Fazenda el deterioro:
El estiércol se encargó de dañar todas esas moricheras [humedales] y caños por donde pescábamos.
Aliar-Fazenda es la única empresa en cultivar soja y maíz en la Orinoquía para producir concentrados de engorde para cerdos en decenas de mega granjas. La empresa empezó actividades en 2007 a 300 kilómetros de Bogotá, en Puerto Gaitán (Meta), para 2018 transformó 40 000 hectáreas de tierra en una despensa que alimentaría miles de cerdos lo años siguientes: para 2025, la empresa afirma tener 880 mil cerdos y producir 100 millones de kilos de carne al año.
Un río contaminado con Escherichia-coli
Habían unas lagunas bonitas, hoy en día están todavía, pero ya nadie se baña allá porque es agua turbia. Ya no corre el agua, cuenta Santiago.
Señala también que desde la llegada de Aliar-Fazenda la contaminación impide que se disfrute el territorio, además de perder su economía de subsistencia al no poder pescar.
Para este reportaje, junto con Santiago se tomó una muestra de las aguas de las que antes bebía y se alimentaba para comprobar la contaminación.
Esta fue analizada por Tecnoambiental, laboratorio acreditado por el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), y examinaron parámetros básicos de contaminación orgánica: presencia de bacterias fecales, residuos en las aguas y pérdida de oxígeno necesaria para la vida del río.
Los resultados además evidenciaron una contaminación severa: 313 000 bacterias de coliformes fecales por cada 100 mililitros de agua. La norma colombiana fija el máximo de coliformes fecales en 200 para uso recreativo, pero el río Muco supera en más de 1 500 veces el límite legal, lo que lo vuelve peligroso para riego o contacto humano.
El análisis físico químico muestra que, aun existiendo plantas de tratamiento, el sistema es insuficiente para la cantidad de materia fecal que recibe el río Muco. Según la guía de vigilancia y control de calidad bacteriológico del Instituto Nacional de Salud (INS), valores elevados de coliformes totales y presencia de Escherichia coli en el agua se asocian con brotes de enfermedades gastrointestinales y dermatológicas en niños y comunidades vulnerables.
Aliar-Fazenda se negó a entregar información sobre el manejo de aguas residuales y plantas de tratamiento solicitada para este reportaje.
¿Morichales como vertederos?

Foto: Andrés Gómez
Santiago, quien vive en el resguardo sikuani de Wacoyo, no solo es vecino de Aliar-Fazenda, también ha trabajado para la empresa porcícola, y afirma que no existe tratamiento de aguas.
El trabajador de ahí, lava con agua y eso corre a una tubería, entra a un pozo séptico […] De ahí lo sacan en una bomba para regarlo […] no lo botan para los lotes, sino a un sitio como montañoso.
Raúl, otro ex trabajador, que también pidió mantener en reserva su verdadera identidad, no conoce a Santiago pero coincide en que tampoco observó tratamiento alguno.
Donde guardan los cerdos tienen un espacio grande donde puede bajar la mierda, el orín, y cuando se lava eso se va a un estanque, entonces ellos lo mandan por un tubo a unas “orejeras” que ellos hacen cerca de una morichera.
Las denuncias de vertimientos coinciden con los resultados de contaminación del agua y con los olores que describen los habitantes.
La esposa de Santiago dice que ya no recoge agua del río Muco: recolecta agua lluvia y compra cuando no llueve.
Tenemos permanente dolor de cabeza, gripa y a veces no es ni gripa, sino como una estornudadera, algo así que ni bota uno ni moco ni nada. […] Y nosotros decimos que es de ese olor tan feo que olemos.
Las personas de Wacoyo no son las únicas afectadas.
Barrulia, a 29 kilómetros de Wacoyo, es una comunidad sikuani desplazada por acaparadores menonitas que también sufría de vómitos, sarpullidos y diarreas, al punto que Axel Gaitán Chipiaje, menor de edad, murió el 12 de mayo de 2024, así lo contó su abuelo Herminso Gaitán a El Turbión. Aunque no existen informes médicos públicos que confirmen la causa, su abuelo y la comunidad atribuyen el caso a la contaminación. Aliar-Fazenda también tenía marraneras cerca, y por ello Miguel, otro indígena que pidió mantener en reserva su identidad, desplazado de Barrulia y familiar del menor culpa de la muerte a la empresa:
Donde estábamos en Barrulia, más pa’ adelantico, ahí son como 20 galpones [de cerdos] y eso filtra [heces].

Raúl trabajó en el mantenimiento de las marraneras, pero le escandaliza más el manejo de los cerdos neonatos muertos que la misma contaminación por heces. “Hicieron un hueco donde botan cerdos muertos. Ahí cerca de una morichera. Allá mueren diario: 30, 50 cerdos [en sola una mega granja]. Y eso ellos no lo dejan verificar cuando vienen los ambientalistas y los que vienen del Estado”, denuncia.
Agrega que no solo los cerdos pequeños mueren:
Vivían entre más grandes más apiñuscados y se maltratan entre ellos, se muerden. Cuando no tienen comida, ellas mismas se matan. Por eso se enferman y mueren.
En la industria porcina es común que un porcentaje del 10 al 20% de neonatos muera, y que los destinados al engorde mueran a causa de enfermedades respiratorias, pero las denuncias de los trabajadores deben corroborarse, pues verter cadáveres sin debido compostaje ni tratar materia fecal pasa de maltrato animal a crímen ambiental.
Para este reportaje se remitió un derecho de petición al Ministerio de Ambiente pero esta entidad remitió las preguntas a la entidad pública responsable de proteger y manejar los recursos naturales del Meta: Cormacarena, aclarando que no tiene competencia para seguir, controlar ni sancionar sobre vertimientos, funciones de las corporaciones autónomas regionales.
Cormacarena no respondió la compulsa de copias y en su geoportal no se encuentran evidencias de control ni de monitoreo de los cuerpos de agua adyacentes a Aliar-Fazenda.
Aliar-Fazenda crece, la vida del Meta se apaga

Foto: Andrés Gómez
La revista Forbes en 2025 afirmó que gracias a la empresa, el Meta es una potencia: “Puerto Gaitán, epicentro de esta revolución, concentra la mayor producción de maíz y soja del país. Solo en 2024, la altillanura sembró el 87% del fríjol soja y el 47% del maíz amarillo tecnificado de Colombia”.
Este crecimiento, según las fuentes entrevistadas y lugareños, estaría ligado al despojo y crímenes ambientales que condenan al pueblo Sikuani. Tras sobrevivir la cacería indígena de 1930 a 1970, cuando colonos “mataban, descuartizaban, envenenaban a los indígenas”, llegó el comandante paramilitar Víctor Carranza, quien desde 1978 empezó a acaparar violentamente miles de hectáreas de sus territorios. De esas tierras, María Blanca Carranza, prima hermana y esposa del paramilitar, vendió las 16 mil hectáreas con las que comenzó Aliar-Fazenda.
Hoy la empresa posee 50 000 hectáreas, tierras donde ya no habitan indígenas sikuani, ni se ven osos mieleros, zarigüeyas, zorros, ni aves como patos carreteros o turpiales reales.
“Desde que apareció Aliar y los menonitas, los animales se fueron”, afirmó Camilo, otra persona que pidió ocultar su identidad, en el resguardo de Ibitsulibo, al referirse a las aves migratorias que en septiembre deberían cruzar el cielo, como son los playeros aliblancos (Tringa semipalmata) y las tijeretas sabaneras (Tyrannus savana).
La desaparición de aves y mamíferos en Puerto Gaitán obedece a la destrucción de la sabana que ocasiona el monocultivo mecanizado que aplana bosques incluyendo morichales, lo que agrava la amenaza sobre las 491 especies de fauna y flora amenazadas en la Orinoquía, el 23 % del total nacional. Pero la destrucción de morichales y sabanas inundables no solo ha afectado la fauna y flora, también agrava el calentamiento global.
En los bosques de galería de la Orinoquía, los humedales que no se secan: “tienen un enorme potencial para ayudar o perjudicar los esfuerzos globales para abordar el cambio climático”, afirma Scott Winton, profesor de la UC Santa Cruz, quien descubrió que “la densidad promedio de carbono por área en las turberas es de cuatro a diez veces mayor que en la selva Amazónica”.
Winton y su equipo hallaron turba en 51 de los más de 100 humedales visitados, esto indica que de las moricheras y sabanas inundables destruidas por Aliar-Fazenda varías podrían haber liberado el carbono que almacenaban, y no capturar más.
La expansión de Aliar-Fazenda no solo transformó las sabanas en desiertos de soja y maíz: también quebró el equilibrio ancestral entre los Sikuani y su territorio. Donde antes había sabanas y morichales con aves, hoy hay casi 900 000 cerdos maltratados, aguas contaminadas, olor a estiércol y comunidades enfermas, situaciones que prolongan la vieja guerra contra la existencia misma del pueblo Sikuani en sus bosques.
* Esta historia hace parte de una investigación de El Turbión, realizada con el apoyo de Global Exchange y del Fondo para Reportajes sobre Animales y Biodiversidad de Brighter Green, y forma parte de una serie que documenta cómo la violencia, la concentración de la tierra y el ecocidio amenazan la supervivencia física y cultural del pueblo Sikuani.

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