Las mujeres del mundo se debaten entre la explotación laboral o la sumisión al hogar, sin que sus derechos sean respetados - Foto: AV4TAr

Las mujeres del mundo se debaten entre la explotación laboral o la sumisión al hogar, sin que sus derechos sean respetados - Foto: AV4TArPor: Marta Lucía Fernández Espinosa- enero 17 de 2012

Ante la situación actual en la que comunitaristas e identitarios pugnan por el control del planeta, en una disputa en que los perdedores siempre seremos los mismos, hay que tener claro lo que se juegan de nuestro cuerpo y nuestra vida como mujeres. En ese caso, es imperdonable que una mujer siga alelada frente al espejo.

El hecho de que las mujeres saliéramos a la calle a votar o a trabajar no sólo responde a demandas de los movimientos feministas sino que resulta siendo conveniente para otros intereses. Lo cierto es que luego de algunos intentos de salvar las crisis del capitalismo, que ya cojeaba a principios del siglo XX, y luego de que las guerras no nutrieran lo suficiente el mercado laboral, ni se lograse incentivar el comercio de manera trascendente lo que sucedió es que nosotras fuimos llamadas masivamente al mercado laboral. Esta estrategia, a la par que abarataba los salarios, aumentaba a los consumidores. La liberación femenina es, pues, un relato de moda para los años sesenta, y no es que las luchas feministas no hubiesen existido desde mucho antes y que no persistan de valientes y diversas maneras, que llegó a establecerse como una propicia estrategia capitalista frente a sus crisis.

El trabajo doméstico, que jamás logró ser reconocido como trabajo productivo, se tornó en nueva oportunidad económica. El sector de servicios e incluso el industrial alcanzaron niveles de importancia para ofrecer productos y asistencias que fueron siempre desarrolladas en el ámbito doméstico por las mujeres, de manera gratuita y obligatoria. A esta tarea, y sin la ayuda de los medios de comunicación actuales, la mujer fue condenada por las visiones religiosas desde tiempos inmemoriales. Un ejemplo es el derecho del padre, que es constitutivo de casi todas las religiones aunque no tiene mucho asidero real y aún no alcanza resultados contundentes. La palabra ‘padre’ es fundadora de la creencia religiosa.

De otro lado, la palabra ‘familia’ es una carga que pesa sobre las espaldas de toda mujer. Por su aquiescencia se ha consolidado un sistema que se basa en la propiedad privada y la transmisión de ésta por herencia. Y no es que sin la familia nuclear no se hubiese podido conservar la propiedad privada. Existen comunidades que aún ostentan la autoridad masculina por la línea materna, como en el caso de comunidades wayúu en Colombia, en donde el lugar preeminente, luego de la madre, lo ocupan los tíos maternos.

Digamos pues que padre y familia son conceptos que han impuesto condiciones muy adversas a la mujer a través de la historia y que con la mujer han sucumbido las grandes mayorías. Porque no son las grandes mayorías las que pueden otorgar por herencia la propiedad privada, es decir, sí pueden pero no tienen nada que heredar, salvo su condición de desheredado. En cuanto a este aspecto, las luchas de las mujeres han sido entendidas muchas veces como luchas homogéneas, pero viendo la situación de cerca, nos damos cuenta que no existe tal homogeneidad. A pesar de ser condenadas a un destierro fatal, la mujer del potentado no corre la misma suerte de la sirvienta.

Las actuales estrategias para salvar a toda costa el capitalismo pueden oscilar entre la globalización o el nacionalismo, entre neoliberales y ultraconservadores. El asunto, bien diferente por cierto, no dejará de obtener los mismos resultados respecto a la salvaguarda del modo de producción en cuestión. Lo que es urgente conocer frente a las dinámicas que tratan de halarnos hacia dos polos es que, si bien la globalización arroja a las multitudes de mujeres a los cinturones de miseria en las afueras de las ciudades, los ultraconservadores la encerrarán en su casa y volverán a colonizar hasta la última célula de su cuerpo.

Tras el apelativo de ‘fuerza nueva’ podrán encontrarse movimientos políticos de ultraderecha en Europa desde los años 60, presentes en toda Europa, herederos de las indisposiciones de los perdedores de la Segunda Guerra Mundial y convocantes de la creación del Frente Nacional Europeo al arribar al tercer milenio, considerándose a sí mismos una tercera vía en manifiesta oposición al imperialismo norteamericano, al comunismo y al capitalismo. Tienen el propósito de abigarrar las luchas contra los inmigrantes, la homosexualidad, el aborto, la protección al Estado nacional, la familia y las costumbres cristianas. De otro lado, el Nuevo Orden Mundial de los globalistas no es más que la nueva versión de los viejos imperios europeos.

¿Pero eso qué tiene que ver con nosotras?

¡Todo! Es la hora de preguntarnos quién de nosotras estaría dispuesta a volver sumisa al hogar cristiano para salvaguardar la familia, la propiedad privada y el Estado. Es la hora de preguntarnos las razones por las que no existe una conferencia mundial en protesta contra los cálculos económicos para salvar modos de producción en los que nosotras no contamos como actores sino como piezas de acomodo. Nuestros úteros están siendo puestos en condición de servidumbre una vez más. La soberanía de nuestros cuerpos está siendo nuevamente avasallada. Nuestra libertad económica soterrada. Nuestra condición de sirvienta feudal al servicio del capitalismo vuelta a poner en la mesa de los economistas, ayudados por la moralidad cristiana. Domésticas gratuitas para atender las necesidades de la familia. Pero, ¿de cuál familia hablan los ultraderechistas conservadores?

Las mujeres colombianas, en una gran mayoría, hemos aprendido a constituir una familia por nosotras mismas. Si se consultan las estadísticas de las mujeres que se dedican a la crianza de sus hijos sin ayuda de hombre alguno, si se consultan los casos de demandas por alimentos fallidas, que reposan en los anaqueles de fiscalías, Bienestar Familiar –más bien un malestar–, juzgados y comisarías de familia, podríamos darnos cuenta de que la familia, esa que defienden los ultraderechistas, ha desaparecido en un porcentaje importante en Colombia. No me atreveré a generalizaciones latinoamericanas ni mucho menos mundiales, pero por lo menos sí a establecer que es posible ser madre sin tener una familia tradicional. Las condiciones de pobreza, los asesinatos permanentes y hasta la ilusión de encontrar al ‘hombre perfecto’, han llevado a muchas mujeres a tener hijos de diferentes hombres, todos hijos suyos. Todos, finalmente, bajo su absoluta responsabilidad económica, a su pesar. ‘Madres cabeza de familia’ se llaman las mujeres con hijos que carecen de un esposo en Colombia y siendo ésta una situación desesperada para muchas mujeres, en todo caso, les ha enseñado a vivir bajo su propia autoridad.

Gran parte del éxito de las congregaciones puritanas estadounidenses en nuestras ciudades estuvo precedido de la posibilidad de cambiar de iglesia para deshacer el matrimonio católico. Una posibilidad bastante económica y popular si se tienen en cuenta los altos costos y las astucias financieras de la Curia para permitir los divorcios. Estrategias que han venido a propiciar el desmantelamiento de la familia tradicional. ¡En buena hora! Para nada estoy molesta con estas equivocaciones religiosas si han contribuido a mayores liberaciones frente a instituciones que, como la familia tradicional, se han debilitado. La familia se va transformando en virtud de la incapacidad de la paternidad de hacerse cargo de ese asunto de fe que es un hijo para un hombre. De paso va demostrando que a un padre no se le puede confiar el destino del mundo, aunque con ello se demuela dramáticamente la estructura religiosa milenaria, basada en el Dios Padre.

De ese modo, la estrategia de disminuir la oferta laboral volviendo a encerrar a la ‘sumisa mujer’ en el hogar tradicional tendrá que avasallar toda la estructura jurídica que ha desprotegido a la mujer. Esto podría, incluso, ser contraproducente, ya que aumentaría el desempleo en funcionarios que hoy gozan de plenas garantías laborales, trabajando al servicio del Estado sin eficiencia alguna. También el Estado ha obrado en contra de la familia tradicional.

Errores graves del Estado y fatales equivocaciones religiosas habrán de ser tenidas en cuenta a la hora de enfrentarnos a las fuerzas de ultraderecha. El camino que llevó a la mujer a la consolidación de su independencia económica no tiene opción de regreso al hogar tradicional: el trabajo doméstico ya fue admitido como ‘trabajo productivo’ por el capitalismo y el hecho de que ahora se regrese en sus pasos a tratar de vivir de las ganancias que se obtienen del servilismo feudal al que fue sometida la mujer, lo único que hace es admitir también su gran derrota. El capitalismo no pudo vivir sin la explotación del trabajo doméstico gratuito, con el que a la mujer se le expropiaron todos los derechos, pero es en este momento en el que las mujeres debemos decir ‘no’.

Es impensable que una mujer en el mundo pueda ayudar a establecer el poder de las fuerzas de ultraderecha. El cuerpo de una mujer es suyo y en sus manos está el que deje de ser expropiado en debates públicos. La ultraderecha se instituye contra la mujer. Según recuerdo, en el relato bíblico, la “Anunciación” es un momento aún más cordial y respetuoso del cuerpo de la mujer que el que proponen los conservadores a ultranza. Dios, por un momento, estuvo suspendido en el aire, pronto a desaparecer como padre, pendiendo de un hilo ante la respuesta de la mujer. Al parecer, ni el Dios del Génesis estuvo dispuesto a obligar a una mujer a ser madre. Ese asunto lo trató en plena intimidad con la única que podía decir ‘sí’: la mujer. Los asuntos de la maternidad, aún para las más fervientes católicas, habrán de resolverse en la intimidad: entre ella y Dios, a lo sumo ante la presencia de un testigo tan etéreo como Dios: un arcángel. En ningún momento el relato habla de tribunales públicos, ni de leyes. De ese modo, cualquier interpretación política ultraconservadora, precisamente por sus creencias católicas a ultranza, habrá de abandonar sus luchas enconadas en contra de la decisión que toda mujer tiene a decidir sobre su maternidad. Su religión se los prohíbe. Contradecir el relato bíblico es tan grave como entender que su postura política, en definitiva, no se concilia con sus adhesiones religiosas.

De ese modo, y entendiendo que tradición y familia son palabras que tienen profundas connotaciones en contra de la mujer, y que la maternidad no es asunto público. A la ultraderecha sólo nos quedará reconocerle sus aciertos en las luchas contra el imperialismo norteamericano, contra la globalización y la defensa del Estado nación. Asuntos que, en todo caso, ya no son conservadores, en realidad son absolutamente liberales.

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