Por: Catalina Carmona – febrero 10 de 2012
Georgette Gagnon, director de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas United en Afganistán para los Derechos Humanos (UNAMA Human Rights, por su sigla en inglés), señaló recientemente que “la UNAMA ha documentado 3.021 muertes de civiles en 2011, con un incremento del 8% frente al año 2010. En 2011 fue el quinto año consecutivo en el que se ha observado un aumento de muertos y heridos civiles. 11.864 civiles han muerto en este conflicto los últimos cinco años desde 2007”.
En este contexto, parece que la situación de las mujeres en ese país no ha cambiado mucho. La mujer en Afganistán, en algunos casos, es una mercancía y se intercambia como si fuera un objeto. Los derechos que tienen las mujeres son muy limitados y, aunque la Constitución Política tenga incluidas algunas normas que hacen parecer que ellas gozan de protección, muchas de estas disposiciones aún no se cumplen. Además, las mujeres sufren malos tratos por parte de sus maridos y no tienen posibilidad para defenderse porque no existen programas integrales para su protección.
Un ejemplo de esta situación la vivió Bibi Aisha: la castigaron con la mutilación de su nariz y las orejas. En las regiones rurales, cuando hay conflictos en las familias, una manera de resolverlos es dar una hija a la familia que se ha sentido ofendida. Éste fue el caso de Bibi, que fue obligada a casarse a los 16 años, recibió malos tratos y fue castigada por intentar huir. El caso fue muy conocido al ser difundido por los grandes medios de comunicación, sobre todo por un retrato fotográfico de la Bibi Aisha hecho por Jodie Bieber, quien inmortalizó su sufrimiento y recibió por esta fotografía el premio 2010 del World Press Photo.
“Durante la época de la monarquía, las mujeres tenían teóricamente los mismos derechos que los hombres: la educación era obligatoria para todos e, incluso, desde el gobierno se hicieron campañas contra el hecho de que las mujeres llevaran el velo islámico. Sin embargo, con la ocupación soviética (1979-1989) y, posteriormente, con la dominación de los jehadis (1989-1996) y los talibanes (1996-2001), la mujer se convirtió en arma de guerra, sin ningún tipo de derecho, ni siquiera los más fundamentales. Con la caída del régimen talibán, en 2001, la situación de las mujeres en Afganistán ha mejorado, si bien es cierto que sólo ligeramente”, dice el informe “Afganistán: justicia, paz y derechos de las mujeres”, de diciembre de 2010, redactado por la periodista catalana Mònica Bernabé y publicado por la Asociación para los Derechos Humanos en Afganistán (Asdha).
Mónica Bernabé, quien vive desde hace cinco años en Kabul, es periodista freelance y a la vez presidenta de Asdha, asociación que defiende los derechos de las mujeres afganas. El pasado 31 de enero participó en el Caixa Forum de Barcelona, junto al periodista Gervasio Sánchez, en la conferencia “Afganistán, una década perdida”, donde aseguró que “el problema de las mujeres en Afganistán no es el Burka. El Burka es, en su origen, una pieza de las mujeres de clase alta para no tener contacto ni relacionarse con las mujeres de la clase baja. Luego, los talibanes lo impusieron como pieza obligatoria para las mujeres y así lo convirtieron en un símbolo de la represión contra las mujeres en Afganistán. Es también un problema de tradiciones y de costumbres que, como tales, no se pueden cambiar de un día para otro”.
Matrimonios forzados
En Afganistán las mujeres no tienen ningún derecho: los hombres, sean maridos, padres o hermanos, deciden sobre sus vidas. En la mayoría de matrimonios las mujeres están casadas a la fuerza.
Bernabé señaló que “es una tradición que el hombre pague una dote por la mujer con la que se quiere casar. La dote es una gran cantidad de dinero, que puede ser entre 2.000 y 3.000 euros, en un país donde el sueldo de un funcionario es de 60 euros. Cuando el hombre se casa, considera que la mujer es de su propiedad, que ha pagado por ella”.
En este sentido, el informe citado señala que “en la tradición afgana, las mujeres son depositarias del honor de la familia, que se mide con su castidad. Para proteger esta honra se evita que salgan de la casa, intentando que su vida se reduzca al ámbito doméstico y, sobre todo, que no tengan relación con personas del otro sexo. La virginidad de las mujeres antes del matrimonio es crucial. De hecho, si mantienen relaciones sexuales sin estar casadas se considera que cometen adulterio, lo que se castiga con penas de prisión”.
La Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán denunciaba, en 2004, que el 38% de las mujeres aseguraba que se había casado en contra de su voluntad. Asimismo, el 50% declaraba que no estaban contentas con su vida familiar. Y, según datos de Unifem correspondientes al año 2008, entre el 70% y el 80% de las mujeres de Afganistán son forzadas a casarse con alguien que su familia les ha escogido. De hecho, los matrimonios forzados se consideran la principal razón de la violación de los derechos de las mujeres en Afganistán.
Mortalidad materna
En Afganistán, tal y como expuso Bernabé, no existe planificación familiar y muchas mujeres dan a luz a sus hijas e hijos en su casa. Esto influye en la salud de las madres. El Informe Mundial del Madres de 2011 de la Fundación Save the Children sitúa a Afganistán en el último lugar del ranking mundial en esta materia, es decir, como el peor país para ser madre: “una mujer noruega recibe una media de 18 años de educación formal y vivirá aproximadamente hasta los 83 años; el 82% utiliza métodos anticonceptivos modernos y sólo una de cada 175 perderá a un hijo o hija antes los cinco años. En contraposición, una mujer afgana recibe menos de cinco años de educación formal y no vivirá más de 45 años; menos del 16% usa anticonceptivos y uno de cada cinco niños pierde la vida antes de cumplir cinco años. Con esta cifra, todas las madres de Afganistán tienen una elevada probabilidad de sufrir la pérdida de al menos uno de sus hijos o hijas a lo largo de su vida”.
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