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Por: Andrés Granada – abril 8 de 2008

El analfabetismo político es uno de los principales problemas padecidos por Colombia. En apariencia no existe, pero sus consecuencias han sido lamentables en la medida en que las malas elecciones o la negativa a participar de los procesos políticos han facilitado la llegada al poder de grupos o individuos ávidos de explotar las arcas del Estado o de colocar éste al servicio de intereses particulares, en detrimento de la atención a los grandes dificultades sociales.

Pero, ¿es la ignorancia política responsabilidad del individuo o, por el contrario, no será acaso ésta inducida por aquellos que han detentado el poder históricamente, quienes ven como una amenaza a sus privilegios la formación política de los electores? En realidad, ambos tienen su cuota.

Por un lado, todo ciudadano –por el hecho de serlo– está en la obligación de conocer la historia de su país, aprender a discernir con claridad cuál es la mejor opción política, a no dejarse influenciar por las presiones de los grandes medios y a tener su propia postura ideológica, acorde –claro está– a su respectivo contexto. Pero una cosa es el deseo y otra muy diferente la realidad.

En Colombia, cuando la gente asume una posición política, muchos lo hacen más llevados por las apariencias, sin una seria reflexión: no tienen en cuenta su entorno, sus intereses, ni mucho menos evalúan los efectos que pueden tener sobre su futuro las decisiones que toman por ellos. Por eso, no es raro ver personas de estratos bajos, amas de casa, obreros, sindicalistas, gays, estudiantes universitarios de clase media, docentes, profesionales, entre otros, defendiendo una diestra ideología que, en cabeza de unos cuantos, poco a poco va minando la democracia.

Esos son los que se benefician del analfabetismo político. Para ellos, entre más ignorante sea el pueblo, mas fácil se hace su manipulación: se le enreda con falaces argumentos que encuentran un eco mediático y para ganar sus simpatías, explotan sentimientos patrioteros difíciles de resistir por parte de un cerebro vulnerable. Tan efectivas son sus estrategias que cuando algunos se atreven a controvertir sus sofismas son tildados de antipatriotas, lo mismo que condenados y maltratados por aquellos a quienes intentan abrirles los ojos.

De modo que, el analfabetismo político también es inducido y las estrategias para ello son absolutamente efectivas y poderosas. En esa tarea juega un papel determinante el sistema educativo en todos sus niveles: en la escuela no se enseña a los jóvenes a pensar, ni a tener una actitud critica frente a su realidad. Aparentemente, la universidad es el espacio para el debate, pero en muchas ni siquiera se promueve. Pareciera que el único interés fuera producir dóciles obreros en masa para el mercado laboral, sin una posición política definida, más allá de la dictada por los ya nombrados grandes medios. De ahí que no sea raro ver profesionales –que supuestamente tuvieron una formación integral– apáticos frente a la política, como si ésta no afectara nuestra vida, indiferentes frente al sufrimiento del otro, frente al infortunio de aquellos que no tuvieron la posibilidad de acceder a una universidad.

Para colmo, el analfabetismo político es el que permite ver y aceptar con normalidad un hecho injusto y contradictorio. Es éste la obligación de prestar servicio militar: te venden la idea de que es un compromiso con tu país, pero a la hora de pedirle al Estado, en cabeza de quienes lo administran, que te eduque y te dé la posibilidad de entrar a una universidad, ahí sí te saca el cuerpo, argumentando que no hay presupuesto. Al contrario, de a poco se va reduciendo la escasa cobertura de la universidad pública.

Así las cosas, a un colombiano de a pie no le queda más remedio que colocarse a trabajar por un mísero salario, formar una familia y tratar de mantenerla con lo poco que gana. En ese escenario a nadie le va a quedar tiempo para dedicarse a pensar en cosas políticas, lo mismo le da quién gobierne el país y al servicio de qué intereses.

En resumidas cuentas, el analfabetismo político en una nación como la nuestra parece imposible de erradicar. Salvo que algún día tomemos conciencia de la importancia y presencia de la política en nuestras vidas y, al fin, actuemos en consecuencia.

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