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Por: Marcos Chinchilla – abril 8 de 2008

Dentro y fuera de Colombia, desde hace unos ocho meses, se hizo evidente que la imagen del presidente Uribe venía en picada. Se hizo claro que su opción no es la paz sino la imposición de la opción militar, privilegiando así los estrechos intereses que tiene con Washington. Ahí la primera afinidad que se ha hecho histórica entre éste y el soberano del Norte e Israel. El gobierno de la Casa de Nariño asume una posición política y militar afín a la de Israel en Medio Oriente.

Incluso, en los reportes de la CNN se evidencia que figuras como Piedad Córdoba o el mismo Hugo Chávez se percibe no sólo como facilitadores del proceso de paz y canje de rehenes sino que sus acciones han tenido mayor significado que las impulsadas por el gobierno. A Uribe no le ha quedado más que reconocer y agradecer, de forma escueta y fría, esos esfuerzos humanitarios que el año pasado había torpedeado. Es un problema de protagonismo, y en política el protagonismo tiene mucho peso: es algo así como la autoestima y sin autoestima no soy nadie ante la casta militar, empresarial y política, menos ante Washington.

La segunda entrega de rehenes, realizada días atrás, fue un nuevo golpe para la política de canje de rehenes, y para el decaído protagonismo de Uribe en Colombia. En ese marco se ubica la muerte del guerrillero Raúl Reyes: era necesario un golpe ‘contundente’ y ejemplarizante para las FARC, un golpe maestro que, inclusive, impactara en la opinión pública colombiana y que relanzara a Uribe entre sus conciudadanos. Las declaraciones triunfantes del ministro de Defensa y las grandes sonrisas de los militares que lo acompañaban parecía que daban cuenta de que más bien acababan de ganarse la lotería o de que pronto recibirían la recompensa por la vida de Reyes. Poco importaba que el asalto del Ejército hubiese dejado otros 16 colombianos muertos. Ahí la segunda afinidad: el exterminio selectivo, como el que se realiza contra tantos hombres y mujeres que son asesinados en la Franja de Gaza a manos de Israel. El presidente ecuatoriano denunció, en forma consternada, que la intervención militar había sido una masacre: “los cadáveres estaban en paños menores, en pijamas, es decir, no hubo persecución; los rebeldes fueron bombardeados y masacrados mientras dormían”. Destaca una situación espeluznante: Colombia se arroga el derecho de invadir y matar más allá de su territorio. Nos recuerda tanto a Israel como a los mismos Estados Unidos de América en la actualidad, así como a los asesinos del Plan Cóndor, comandado por los dictadores de la década de los 70, quienes trasegaban prisioneros políticos por todo el Cono Sur.

La tercera afinidad es tremendamente grave, y muy común para el gobierno israelí: la violación de la soberanía de sus países vecinos, sea con excusas, mentiras o simplemente por que sí, por que era necesario. La acción militar en que fue asesinado Raúl Reyes, y el resto del grupo que se encontraba con él, implicó mancillar, intervenir y atacar el territorio ecuatoriano por parte del gobierno colombiano. Es como si Ecuador no existiera, como si no hubiera un pueblo que respetar, apreciar, cuidar. Es como si no fuéramos latinoamericanos. El fin justifica los medios, dirán los mandos militares. Si la paz no tiene sentido, mucho menos la soberanía: cuenta sólo “mí” soberanía, se justifican los ataques preventivos.

En pocas horas, el escenario diplomático y militar de la Región Andina se vio sacudido. Ecuador no sólo protestó ante el gobierno de Bogotá, incluso llamó a consultas a su embajador, exige disculpas, moviliza tropas y anuncia que evalúa acudir a instancias internacionales para garantizar la seguridad de sus ciudadanos y la integridad de su territorio. El gobierno de Venezuela amenazó con una respuesta militar si Colombia procede de igual forma en su territorio, movilizó contingentes militares para prevenir cualquier provocación, cierra la embajada y usa calificativos muy duros contra el presidente Uribe. Desde el enfrentamiento militar entre Ecuador y Perú no teníamos una confrontación tan seria. Ni el mismo golpe de Estado sufrido por Chávez ha puesto a la región en una situación tan tensa.

Usando una expresión muy colombiana, Uribe y los mandos militares ‘la embarraron’: violaron la soberanía ecuatoriana, acudieron a mentiras, contradicciones; enmarañan a la opinión pública colombiana y están levantando un polvorín de insospechadas consecuencias. ‘Golpeo, invado, luego me disculpo y la sigo embarrando’. Qué sentido tiene agredirse entre hermanos si juntos experimentamos la invasión española, si juntos nos independizamos, si históricamente hemos intentando recorrer caminos de integración. Parece que las malas compañías y los malos consejos del Imperio terminan por enfermarnos.

La paz se viene al suelo. La guerra le conviene a muchos, particularmente a quienes viven de la guerra, comercian con la guerra y a quines les protege la guerra. La historia nos deja muy en claro que con la muerte y la violencia es poco lo que se gana. El Che está más vivo que nunca, Jesucristo mueve a millones, Martin Luther King sigue inspirando a otros tantos, Olympia de Gouges –asesinada en la guillotina– motiva a millones de mujeres para alcanzar la igualdad femenina.

¿Qué pasará con la paz en Colombia? Mientras no se toquen las causas estructurales que generaron y mantienen la guerra, más colombianos seguirán muriendo en este conflicto que la desangra, la divide e incrementa la diáspora colombiana por todo el planeta.

Es urgente convocar un Consejo de Seguridad, aceitar la maquinaria de la Organización de Estados Americanos, alcanzar un pronunciamiento que condene esta vergonzosa acción de la Casa de Nariño y evitar que Colombia se convierta en el Israel de América Latina.

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