Mariana Pajón, ganadora de la medalla de oro en Londres 2012 - Foto: Poul Iversen

Mariana Pajón, ganadora de la medalla de oro en Londres 2012 - Foto: Poul IversenPor: Hernán Payome Villoria – septiembre 7 de 2012

Terminaron los Juegos Olímpicos de Londres de 2012. Ahora comienzan los balances, las celebraciones, el boom mediático y, finalmente, el olvido. Colombia superó con creces todas sus participaciones en cuanto a olimpiadas se refiere pero, especialmente, a la de Múnich de 1972, año en que nuestro país obtuvo tres medallas: una de plata en tiro al jabalí y dos de bronce en boxeo, abriendo de esta forma la senda olímpica.

Hasta la fecha, con un total de diecinueve medallas obtenidas, ocho de ellas en Londres 2012. Es bueno recordar qué disciplinas deportivas las han aportado: dos preseas de oro, por bicicrós y halterofilia –levantamiento de pesas–; seis de plata, de las cuales dos fueron en tiro, dos en levantamiento de pesas, una en ciclismo de ruta y una en salto triple de atletismo; y once de bronce, de ellas tres en boxeo, dos en lucha, dos en ciclismo –pista y BMX–, una en levantamiento de pesas, una en atletismo, una en judo y una en taekwondo.

Si hay algo para destacar de la presentación colombiana en Londres es el hecho de que las ocho medallas fueron obtenidas en siete deportes diferentes: atletismo, bicicrós, ciclismo de ruta, halterofilia, judo, lucha y taekwondo. Aunque no deja de preocupar un poco el hecho de que todas ellas hayan sido en ejercicio individual. En grupo no se han conquistado medallas.

Sin embargo, lo verdaderamente curioso y vergonzoso, es que la palabra fútbol no apareció ni en las esquinas de la Villa Olímpica. La ausencia de una representación masculina y la discreta actuación de la femenina, nos generan la eterna inquietud de si los grandes medios de comunicación –entiéndase canales privados de televisión, prensa hablada y escrita– están bien enfocados o si, por el contrario, siguen dando tumbos entre la desinformación y la parcialidad.

Para nadie es un secreto que muchos de nuestros medallistas no eran conocidos por el común de los aficionados. Si no se conocía su nombre, mucho menos su imagen. No porque se trate de seres extraterrestres o de niños invisibles sino porque los llamados medios jamás se preocuparon por darlos a conocer o por difundir su esfuerzo, sus hazañas, sus alegrías o sus tristezas. Sólo ahora, cuando más por un esfuerzo personal y de unos pocos los resultados se consiguen, es que aparecen los ‘medios’ a intentar recoger los frutos de lo que jamás han sembrado. Es tal la obsesión por aparecer en cuanta imagen y sonido quedan grabados para la historia que ni siquiera el alto gobierno fue ajeno a esas ansias de protagonismo.

Muchos de los aficionados tuvieron que recurrir a buscadores de Internet para poder entender algo del reglamento o de las características de las diferentes disciplinas deportivas en donde los nuestros brillaban con el oro, la plata y el bronce porque, con excepción de algunos canales regionales, aquí jamás se ha hecho una difusión didáctica, ética y responsable de las bondades del deporte y de su práctica. Todo parece indicar que genera más sintonía la apología al sicariato, la prostitución y la vida fácil, mensajes directos que a diario recibe nuestra juventud.

La mayoría de nuestros deportistas habrán de retornar al país para confundirse entre la maicena, el olor de multitudes, el himno nacional, el proselitismo político y las bandas papayeras pero, con toda seguridad, tres días después tendrán que enfrentarse a la rutina de sus entrenamientos, a la búsqueda de un mecenas que les prometa y garantice un mejor futuro, y a la incesante lucha contra el olvido y la ingratitud. Y, mientras transcurren cuatro años más en espera de los próximos Juegos Olímpicos, muchos seguirán soñando con poder colgar en su cuello alguna de las preciadas medallas, mientras el aficionado común y corriente tendrá que resignarse a ver pasar en la televisión las dantescas imágenes de las barras bravas destruyéndolo todo a su alrededor como un enjambre de langostas asesinas, desterrando de los estadios a los hinchas de bien. Y allí estarán presentes los medios, porque esto sí genera rating, palabra que, violando todas las normas del alfabeto, aparece primera en el léxico de los directores de noticias y de las franjas de ‘deportes’.

Al comprobar una vez más que el fútbol es el deporte que más apoyo recibe pero el que menos le reporta a Colombia, surge una inevitable pregunta: ¿y ahora, qué pensarán aquellos?

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