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Por: Jaime Angulo-Bossa – mayo 7 de 2008

Lector por vocación cultural, no puedo omitir ante mis lectores y la opinión en general la obligación en que me siento de presentar sin remilgos el denuncio de sentirme, cada día, sometido a las manipulaciones y presiones de la mayoría de los medios masivos de comunicación –excepciones las hay, claro está–, que a todas sus informaciones políticas les dan, sin disimulo casi, el sesgo que favorezca su propia tendencia política.

Estoy seguro de que lo dicho es producto, dadas las falencias que hoy padecen los partidos colombianos, de que estos, por su influencia cotidiana, semanal o mensual, han sido sustituidos, en la práctica, por dichos medios.

No agravio a nadie cuando, refiriéndome a los nacionales, digo que hoy los partidos políticos dominantes se llaman El Tiempo, Caracol y RCN, cuyas páginas, voces e imágenes tienen la misión diaria de ponderar al gobierno de Uribe, hágalo como lo haga. El viejo sectarismo liberal y conservador de ayer ha sido reemplazado por el de estos medios que han logrado crear, por su incondicionalidad masiva, el milagro de que, a pesar de que estando presos o sindicados la mayoría de los dirigentes que lo eligieron y reeligieron presidente, él, por virtud de no sé qué menjurje santificante, está libre incluso de haberse valido de ellos sin tener la precaución de rechazarlos por instinto. Uribe es Uribe y punto. Y como santos tiene a su lado dos, Pacho y Juan Manuel de El Tiempo, él no puede ser menos que el Dios antioqueño adorado por el 84% de los encuestados, según estadísticas de bolsillo.

Pero se me preguntará: ¿y acaso tales medios tienen filiación? ¿Dejan de ser, por ello, empresas independientes e imparciales con maquinarias sofisticadas, ordenadores en serie, pantallas gigantes de televisión y laberínticos cables que transmiten lo bueno y lo malo de la farándula de aquí y del mundo entero, cuyas imágenes muestran más pechos y glúteos femeninos desnudos que ideas destacadas de sabios famosos? Mi respuesta es clara: las empresas editoriales, entre ellas las comunicacionales, formadas por accionistas –poderosos financieramente unos, otros menos; muchos de
estos, incluso, en trance de vivir de los dividendos si el periódico o revista se vende bien y en cantidad apreciable–, de manera imperceptible, creyendo actuar de buena fe, se van haciendo al lado del gobierno de turno que poco los afecte con restricciones económicas que les impidan desarrollarse. Es un amor en cifras, cuantificado. Se forma así el partido del medio, no del centrismo ideológico, sino del medio de comunicación.

En Colombia, dada la circunstancia de que los viejos partidos, los tradicionales que traicionaron sus nombres ideológicos –liberalismo y conservatismo, principalmente–, están en bancarrota electoral y los que los sustituyen apenas si son estaciones de paso donde llegan gentes sin principios políticos, la opinión pública es formada –¿quién lo niega?– por los medios masivos de comunicación.

Al no estar afiliado políticamente a ninguno de los tres ni existir aprendices de filosofía o ideología que me tapen las sienes de la comprensión, ni sesgadas avalanchas informativas que hipnoticen mi pensamiento, indago: ¿será esto libertad o dictadura de expresión? Lo segundo, creo.

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