Por: Pedro Moldez – enero 12 de 2013
A horas de la masacre de Connecticut, los ‘gendarmes’ de las noticias ya nos afirmaban que Adam Lanza, de 20 años, era un joven brillante pero antisocial, que padecía un trastorno cercano al autismo, conocido como síndrome de Asperger.
Su padre, un ejecutivo de General Electric, se había divorciado de su madre, Nancy Lanza, que lo cuidaba mucho y había sido maestra en la misma escuela donde sucedió la tragedia. Sobre Nancy se supo, además, que era una ávida coleccionista de armas y que a menudo iba a practicar tiro con sus hijos, según reveló Dan Holmes, un decorador que trabajó durante un breve tiempo en aquella casa del acomodado barrio de Newtown. “Su mamá era muy protectora, muy atenta con sus hijos”, según una conocida de la familia, Gina McDade. “La casa era hermosa y ella era una buena ama de casa, mejor que yo. Sus hijos siempre estaban primero”, dijo McDade.
Todavía no había pasado ni una semana de otra masacre, en un centro comercial del estado de Oregon, que dejó tres muertos, pero los ‘doctores’ de las noticias ya habían decidido el nuevo diagnóstico: Adam tendría ‘una vida impasible por fuera y huracanada por dentro’. El asesino era un sujeto retraído, inteligente y solitario, que no hablaba con nadie y era evitado por todos. Para The New York Times, Lanza tuvo una “adolescencia turbulenta”. La causa de la masacre era un trastorno individual, el autismo que explicaba todos los males.
Días después, la Asociación Asperger de Valencia (España) emitía su visión sobre el asunto: “los medios de comunicación no ejercen la labor informativa que deberían con respecto a trastornos y enfermedades consideradas raras o poco frecuentes. Con este caso están socavando el trabajo de las familias Asperger de los últimos 10 años”.
En una breve nota de prensa la asociación aclaró:
El síndrome de Asperger es un trastorno del espectro autista que en ningún caso se caracteriza por violencia o agresividad. Sus características son la dificultad para mantener relaciones sociales de forma convencional, ciertos problemas lingüísticos e intereses absorbentes […] Si el asesino fuera asmático o diabético no lo hubieran mencionado como rasgo destacado. Si el asesino tuviera glaucoma les hubiera dado igual ese dato para informar sobre la matanza. ¿Por qué consideran relevante que tenga el síndrome de Asperger? […] Los medios están haciendo pensar a la población que Asperger es igual (sic.) a conducta violenta […] Las consecuencias que esto va a tener para nuestros hijos van a ser terribles. Los padres de sus compañeros de clase van a pensar que los nuestros podrían convertirse en asesinos en algún momento. Los compañeros de trabajo de las personas con Asperger no van a querer relacionarse con nosotros. Las familias nos vamos a tener que preparar para otra dosis aún mayor de aislamiento social.
Lo cierto es que aún no se conoce el verdadero motivo que sacó a Lanza de su hermetismo habitual y lo llevó a acercarse a la escuela Sandy Hook a primera hora de la mañana, vestido con ropa negra, una máscara, un chaleco antibalas y cuatro armas de grueso calibre con las que disparó más de cien veces para asesinar a 20 niños y 7 adultos, y luego suicidarse. Adam no ha dejado una carta, ni pistas, ni la más mínima huella de sus motivaciones, tal vez, porque el asesino global, la maquinaria genocida más poderosa del planeta, se oculta bajo la máscara del asesino solitario y perturbado.
Para los ‘marines’ de las noticias se trata nuevamente de un caso individual y sorpresivo. Nada tiene que ver en esto la sociedad norteamericana, ni con que uno de cada tres ciudadanos posea al menos un arma y existan más de 65 millones desparramadas por sus calles. No interesa para el caso sus 11.000 muertes anuales por armas de fuego ni las 700 por disparos accidentales. Tampoco es relevante su cultura del salvaje oeste, su adoración por el rifle, su gran kiosco de misiles, su Hiroshima y Nagasaki, su orgullo de pueblo elegido por Dios para ejercer la violencia justiciera, el exterminio planificado a distancia, la tortura como razón de Estado.
Los ‘jueces’ de las noticias ya han emitido su sentencia: síndrome de Asperger.
No obstante, Adam Lanza vuelve a poner al descubierto la enfermedad de un imperio que siempre se tambalea como moribundo, pero que sigue delirando en su fiebre de riqueza y dominio.
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Publicado originalmente por la Agencia Pelota de Trapo.
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