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Por: Marcos Silva Martínez – junio 23 de 2008

Comienza a desleírse el sueño de llegar al paraíso de la mano del gobierno más prodigioso y sin antecedentes en la historia nacional. Resurge la inflación que, en particular, es un flagelo inexorable para los más pobres (70%) y, en general, para toda la economía nacional. El espejismo del crecimiento económico de los últimos años queda probado: no fue el efecto de la magia gubernamental sino una consecuencia de la dinámica económica mundial.

Crece el desempleo, la informalidad, la desnutrición y el hambre, y la violencia asociada a estos flagelos sociales. Crece la deuda pública, a instancias del incontrolable déficit fiscal, del desbordado gasto militar y del populismo electoral permanente del Ejecutivo.

$18.5 billones en el plan de desarrollo del cuatrienio 2006-2010 se gastan desde la oficina de Acción Social de la Presidencia, presupuesto aprobado por un Congreso irresponsable e incondicionalmente gobiernista. Con esos dineros, somete al escarnio público a 1,5 millones de colombianos, y pretende ampliarlo a 3 millones: durante días, se someten a interminables filas para recibir pringosos billetes que, en el mejor de los casos, no superan los $100.000. Son $18.5 billones que, bien utilizados, permitirían desarrollar proyectos para superar la pobreza y miseria de las mal llamadas ‘familias en acción’. Esas limosnas son dañinas, pero explican el embrujo y la popularidad del gobernante.

No hay atisbos de reforma agraria integral ni hay seguridad alimentaria para los colombianos. Hay contrarreforma, a instancias de la narcoparapolítica y de las iniciativas del gobierno, como en el caso Carimagua.

La cacareada ‘seguridad democrática’ colapsa, ante el vertiginoso crecimiento de la delincuencia común y el rearme de los supuestos desmovilizados, sin decisiones y acciones del gobierno para controlar estos fenómenos y derrotarlos. Después de malgastar mas de U$30.000 millones en el guerrerista Plan Colombia, la coca sembrada 2008 es superior a la registrada en 2007.

El engendro locuaz de la bancarización y los microcréditos con intereses de usura, justificados por la existencia del atraco ‘gota a gota’ – delito que el gobierno conoce y nada hace para judicializar y sentenciar–, se convierte en un factor de ruina para los descamisados. Por el contrario, el sector financiero alcanza utilidades superiores a los $5 billones, que se reparten cada año diez familias. Crecen las gabelas al capital, a los dueños del poder y del dinero. Se arruinan los empresarios honestos.

A todo esto, se agregan otros milagros mesiánicos: el costo de la canasta familiar creció un 80% desde 2005; el arroz y el trigo, 70% y 130% el último año; se privatiza la salud y se convierte a los pacientes en objetos de comercio; la corrupción pública y privada bate record con subastas burocráticas clandestinas –como las de Yidis o Teodolindo–.

Es la verdad, monda y lironda. Colombianos, despertemos: no es tiempo de soñar
más.

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