Por: Rafael Rincón Patiño*- mayo 12 de 2008
El Poder Ejecutivo en Colombia no es legítimo sino legitimado, es el resultado de una compleja trama de combinaciones –forzadas y manipuladas– de obediencia y legitimación. El poder legítimo en una democracia es producto del consenso, del acuerdo libre y mayoritario de los ciudadanos en torno al Estado como forma de organización regulada y de ejercicio del poder.
Estado legítimo es el que logra convertir, de manera libre y deliberada, la obediencia en adhesión a la ley y a los fines del Estado. Pero se confunde, muchas veces, lo legítimo con la aceptación promovida en la opinión pública o con la popularidad y, en virtud de estas confusiones, no es extraño ver como se enerva la legitimidad de un juez que falla conforme a la ley pero en contra del querer del gobierno popular.
La legitimación del régimen político colombiano es producto de acciones coordinadas de manipulación y fuerza. La manipulación directa de la obediencia se revela en favores políticos –casos de los congresistas Yidis Medina y Teodolindo Avendaño en Colombia–, las recompensas económicas, la asistencia estatal –programa Familias en Acción–, el clientelismo, los llamados a defender los altos valores de la patria –fidelidad a Colombia– y la “venta de humo” o entrega de honores inmerecidos –por ejemplo, la Cruz de Boyacá al ex Fiscal Luis Camilo Osorio y luego la embajada en México–.
La manipulación de la obediencia también está mediada por encuestadores y empresas de comunicación estratégica que publican y ensalzan las cimas del gobernante, escondiendo sus valles y desaciertos. Éstas hacen que la mentira sea verdad, que la parapolítica sea un affaire –como lo es el nacimiento de un hijo de Madonna o de Brad Pitt– o que la política sea “La Cosa Política” y la economía sea el sujeto político del Estado.
Así, la visita del presidente Uribe V. a México fue un éxito diplomático, según Caracol Radio, mientras que en los medios periodísticos mexicanos fue una ofensa y un abuso contra el pueblo mexicano. O la captura del primo del presidente, Mario Uribe Escobar, según el periódico El Tiempo solo calentó el ambiente político, mientras que los diarios más influyentes del mundo registraban la captura y la frustrada fuga de un familiar y mentor político del presidente de Colombia.
La televisión es el instrumento ideológico más fuerte de manipulación de la obediencia y de construcción del consenso, ésta no duda en registrar al presidente de un Estado laico con la señal de la Santa Cruz o repitiendo, con tono impostor y en diminutivos, el dolor de patria que siente por la aprehensión de sus copartidarios por parte de los magistrados ‘no objetivos’ de las Cortes.
El Jefe de Estado no rodea a la Corte Suprema de Justicia para que cumpla cabalmente su misión constitucional. Al contrario, se siente sitiado por ella. El presidente Uribe V. no respeta la Corte Suprema de Justicia, la ocupa militarmente para conseguir su obediencia. El presidente de la seguridad democrática se siente inseguro en la Corte Suprema de Justicia, a dos cuadras de la Casa de Nariño.
Las altas cortes de justicia en Colombia luchan por su independencia y dignidad, son el último reducto de decencia del Estado colombiano, a contrapelo del poder presidencial que las azuza, las intimida, las amenaza y descalifica.
Por su parte, la jerarquía eclesiástica, la de monseñor Pedro Rubiano, bendice los desafueros del presidente y no se inmuta con los homicidios pagados desde el gobierno ni con las manos desmembradas de las ovejas descarriadas. El gobierno reelegido no es legítimo pero es bendito, es un gobierno santo y bienaventurado, caído del cielo, es una ‘obra de Dios’.
Otra forma de conseguir la obediencia es con las amplias facultades discrecionales del Ejecutivo. La Ley 975 de 2005, publicada como Ley de justicia y paz, da facultades de príncipe al presidente para conceder libertades a su antojo que, sumadas a la facultad discrecional de extraditar o no extraditar, lo convierten en un manipulador central de la obediencia. El presidente puede disponer de la libertad de uno de los que él llama terroristas para darle gusto al presidente francés o puede omitir la extradición de un extraditable, según su leal saber y entender.
La manipulación de la obediencia más usada ha sido la de que el gobierno es bueno porque las FARC son malas. El maniqueísmo, el mal menor y que el fin justifica los medios han sido la plataforma ideológica de la seguridad democrática. Las FARC, quizás muy a su pesar, son un soporte de la obediencia al régimen. Ellas son el factor de poder más funcional de la seguridad democrática. ¿Que sería de Uribe V. sin las FARC?
Pero no basta con la manipulación de la obediencia, son necesarias la fuerza y la coacción de estas para obtener el consenso. El poder del Estado colombiano ha cohabitado con poderes salvajes de muy diversas formas.
No sólo con el narcotráfico, como en el proceso 8.000, también con el paramilitarismo, la guerrilla y la mafias de la corrupción. En algunos casos bajo la figura de la connivencia, en otros casos bajo la figura de la complicidad y la cooperación, otras bajo la forma de la parapolítica.
La obediencia al régimen ha sido conseguida bajo la combinación de todas las formas de lucha. La obediencia también está relacionada con el poder del caudillo. No existe un Estado fuerte sino un hombre fuerte, un poder carismático militarizado.
El poder personal tiene el problema clásico del caudillismo, es un poder fundado en atributos personales, en un mesianismo y en la fuerza legal e ilegal. La reelección se ve como la única forma de continuidad. El poder personal no genera forma de transmisión del poder. Un presidente así está condenado a ser el presidente, a ser jefe de la bancada legislativa y a ser juez de los jueces, pidiéndoles objetividad o intimidándolo con una ocupación militar.
Después de Uribe V. no puede seguir Rodriguez, Jaramillo o Manjarrés. Cuando la obediencia está domada, después de Uribe V. sólo sigue otro Uribe o un ‘Uribito’. Se requiere un sacrificio solemne y masivo para un tercer periodo, urge una hecatombe.
Todo el poder en uno, el dueño del problema y de la solución. Parodiando el evangelio de San Juan, el presidente Uribe V. es la hecatombe, la reelección y el remedio, nadie va a la presidencia sino por él.
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* Director de la Oficina háBeas Corpus.
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