Por: Nuria Barbosa León * – enero 25 de 2012
Los recuerdos infantiles de Josefa Eloisa Gutiérrez Ferrer, en la Cuba de antes de 1959, se asocian a la posibilidad de descubrir algún cadáver sin nombre dentro de un matorral, en los alrededores del puente de hierro o cerca de las cunetas. Se asocian también con los cambios trascendentales que abrieron un camino nuevo a Cuba en 1959.
En Yara, municipio ubicado al oriente del país donde se asentó la familia en busca de mejores condiciones de vida, operó el grupo de Masferrer, un conocido genocida de la Guardia Militar del dictador Fulgencio Batista. Allí amanecieron muchos cuerpos semidesnudos, con las uñas arrancadas, quemaduras en la piel, los ojos ensangrentados y la boca espumosa.
En el cuartel estaba radicado el centro de torturas. Los gritos de sufrimiento eran escuchados en las calles del poblado y la impotencia de las personas transformó el miedo en valor.
Josefa Eloisa, ‘Fefa’, conoció la pobreza desde el mismo día de su nacimiento en 1953. El padre era el sostén económico de la familia, quien trabajaba como torcedor de tabaco y no tenía recursos suficientes para mantener una prole de seis hijos. La lectura de la tabaquería le obligó a un aprendizaje autodidacta y el ambiente de cambio en la fábrica lo sumergió en el apoyo a una guerrilla iniciada en la Sierra Maestra.
La niña no pudo interpretar por qué en las tardes varias personas llegaban a la casa por distintas vías y se marchaban vigilando por ambos lados para no levantar sospechas. Los hermanos jugaban en el portón de la entrada custodiados por la madre y no se les permitía la entrada a la casa hasta concluir la reunión.
También presenció cómo su padre consiguió una radio rentada y escuchaba atentamente los partes de guerra a través de la señal de Radio Rebelde para luego transmitir las noticias, casi en señas, al resto de la comunidad.
Un día, un vecino advirtió la llegada de una caravana de militares conocidos como ‘los Casquitos’, por el color de los cascos blancos en la cabeza. El padre, entonces, envío al mayor de los niños a tirar en la letrina unos tabacos enrollados que en su interior contenían propaganda del Movimiento 26 de Julio.
El 31 de diciembre de 1958, la situación militar en la zona era peligrosa. La familia decidió no trasladarse a la casa de la abuela en el poblado de El Coco para festejar el fin de año, como lo tenían planeado. Sólo hubo una comida diferente y los muchachos se acostaron temprano, agotados por el cansancio del día.
Disparos al cielo, algarabía, gritos y la palabra “ganamos” fue el despertar del día primero: la noticia del triunfo se vistió de júbilo, entusiasmo, abrazos, saludos y congas improvisadas. En los días posteriores, muchachos de delgadez extrema, barbas crecidas, uniformes rasgados y collares de semillas bajaron de las lomas.
‘Fefa’ presenció algo más: vio la llegada de un jeep descapotado, allí estaba Fidel Castro, rodeado de barbudos, con el sudor pegado al uniforme, un fusil en su mano derecha y la paloma blanca en su hombro izquierdo.
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* Periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba.
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