Por: Marta Lucía Fernández Espinosa
Claro que el capitalismo ha sido el enemigo, pero es un enemigo nuevo, recién aparecido. Las mayorías de pobres en el mundo son mucho más antiguas. Tal vez se piense que las empresas financieras son hermanas gemelas de las industriales y se tienda a poner en el mismo saco a capitalistas y banqueros, no obstante, la actividad bancaria es mucho más antigua que el capitalismo. Unos y otros han llegado a inconciliables hostilidades, ya que el esfuerzo riesgoso del industrial no se compara con la holgazanería parasitaria del banquero, más o menos como lo afirmara Henry Ford en las primeras décadas del siglo XX.
¿Y los dueños de la tierra? Sólo faltan ellos para completar el panorama. ¡Ah, esos! ¿No habían sido decapitados con Luis XVI? ¿No se habían vuelto invisibles con la Revolución Industrial? ¿No habían dejado de ser los enemigos para ocultarse detrás de los odiosos burgueses? Habíamos dejado de lado entretenernos con los temas de las rentas del suelo, ése si un síntoma de riqueza y una causal de pobreza mucho más antigua. Encomiendas, custodias de caminos, permisos de circulación, cédulas, concesiones y todas las formas de asegurar la tenencia de la tierra, que el mundo conoce desde la antigüedad, no se han modificado.
El concepto de destrucción creativa, del alemán Werner Sombart, que tantos dividendos teóricos generó a Schumpeter –quedándose este último con una fama sin pié de página–, podría explicar el fenómeno económico que va apareciendo en Colombia luego del sangriento fin del siglo XX y los inicios del XXI. Casi cincuenta años de una historia delictiva fundadora de la drogadicción y el narcotráfico, melodía de fondo al deceso industrial nacional planificado. Se había instalado el tiempo del ‘fin del trabajo’, de un lado ocasionado por las crisis continuas del capitalismo y, de otro, capitalizado para dar lugar a los nuevos ricos.
Los burgueses jamás han sido ni serán admitidos a la nobleza. Por eso, no importa cuál de ellos gane y cuál se quiebre. La destrucción creativa, como lógica del modelo económico capitalista, da lugar a toda suerte de delincuentes, todos ellos en continuo proceso de acumulación originaria, que deberá pasar por la santificación o el lavado de dinero al hacerlo aparecer como fruto del trabajo humano.
Si usted pasó por las calles de una ciudad colombiana en los años ochenta, pudo haber visto falta de progreso económico, a la vez que zumbaban en sus oídos los ruidos de las bombas y ametralladoras. Carros lujosos y ‘muñecas de la mafia’, drogas y licores. Una fiesta continua en medio de la sangre. Los narcotraficantes y sus sicarios no hicieron inversiones más que en fincas y lujos que pronto cayeron en manos de latifundistas. Eran los tiempos en que los carteles de la mafia se perseguían a muerte para eliminar la competencia y monopolizar el mercado. La ruta pasaba por México para inundar a los gringos de drogas. Un flujo de dinero exuberante que se acompañaba de gobernantes cómplices del narcotráfico e incluso narcotraficantes. Todos los presidentes colombianos desde el Frente Nacional hasta ahora.
Pero si usted regresa a la misma ciudad colombiana en los últimos tiempos encontrará en sus calles un síntoma de progreso económico. La vieja peluquería, la panadería del barrio, la carnicería, la tiendecita, etc. han dado lugar a nuevas franquicias. Los paramilitares no sólo habían servido para desplazar a los campesinos sino para controlar cualquier actividad económica en todos los rincones de la ciudad. Fue así como, ejerciendo la destrucción creativa, acabaron con todas las posibilidades de supervivencia económica de los pequeños negociantes y pusieron en su lugar negocios lujosos bajo su control y con la prohibición de establecerles competencia.
Ahora usted no puede iniciar su propio negocio, lo único que puede hacer es comprarles la franquicia o pagarles una renta permanente. También puede abandonar el lugar y asumirse como desplazado voluntario, ya que el nivel de vida en su vecindario se ha encarecido. Si no encuentra trabajo allí y ya no puede volver al campo, de donde también fue desplazado, le tenemos una buena noticia: Bergoglio anda recogiendo gentes para reclamar ‘tierra, techo y trabajo’, claro que hasta ahora sólo parece haber invitado a los brasileños y a los argentinos. ¡Eso sí, no se resbala en una cáscara de banano!
El hermano México parece atravesar la misma historia de Colombia. Tiene, por supuesto, un presidente que puede ser sacrificado en la misma paila de los colombianos. Junto a un gobernante corrupto están las masas de desplazados y desaparecidos, los asesinatos de civiles defensores de los derechos humanos y la complicidad del Ejército, el narcotráfico y el paramilitarismo. Asimismo, aparece la asistencia estadounidense para la guerra y la colombiana para el paramilitarismo, como en el caso del general Óscar Naranjo. También hay guerra de carteles, masacres, fosas clandestinas y, además, narcotraficantes colombianos socios del Cartel de Sinaloa, emparentados con el expresidente Álvaro Uribe, como Jorge Milton Cifuentes Villa.
Hermanos de laboratorio en los proyectos de destrucción creativa, mexicanos y colombianos hemos vivido historias semejantes. En Chiapas, el territorio de la selva Lacandona que comparte con Guatemala, acontecieron en 2013 incendios forestales que coincidían con los incendios en las reservas forestales e indígenas colombianas. Las sepulturas clandestinas de campesinos y líderes de izquierda, tanto en México como en Colombia, parecen rodear los más exuberantes territorios turísticos: el Acapulco de Guerrero o el Caño Cristales de la Orinoquía, lugares destinados a franquicias turísticas que, por ahora, ya han triplicado los costos de viaje y alojamiento en Colombia.
No habrá reparación posible, México, Colombia aprendió a bailar sobre los ríos de sangre. A fuerza de la multitud de asesinatos, olvidó la condición humana, justificó, amó y ama a sus verdugos, se volvió adoratriz del capitalismo salvaje y para resolver la necesidad de amar aprendió a cuidar mascotas y a defender el medio ambiente antes que solidarizarse con las causas de los más pobres.
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