Por: Jairinflas – mayo 11 de 2011
Durante el foro informativo que se dio hace unos días sobre la #Leylleras, a la que el ministro pidió se rebautizara en medio de chistes que dejan muy mal parado su sentido del humor, algunos de los representantes de la industria cultural de nuestro país hicieron una defensa muy aguerrida de los derechos de autor y el copyright, esgrimiendo argumentos que van más allá del contenido y el alcance de la ley en cuestión.
Jose Gaviria, músico, compositor y productor, dice que la industria musical en Colombia es difícil, que mucha gente no compra discos compactos porque son muy caros, que él algunas veces está de acuerdo con eso y que cuando puede aboga para que se vendan baratos, pero también manifestó que lo caro no era motivo para que la gente se lo ‘robara’. Sin entrar en un debate acerca de la propiedad privada, me pregunto por lo acertada o no de esta afirmación, en la que pone al mismo nivel un objeto ostentoso como un carro de lujo con un producto cultural como la música o el conocimiento que, por su naturaleza, la única forma de robarla es acabando con su existencia o cerrando el acceso a la obra, cosa que de una u otra forma hace la gran industria.
Me parece irresponsable la afirmación que hace Gaviria acerca de lo que sucede en Internet. Compara a los usuarios que comparten contenidos en la red con atracadores de callejón oscuro. No, señor Gaviria, lo que pasa en Internet es muy distinto: en la red se comparte, cosa que es una gran herramienta para que la cultura no se convierta en un objeto de lujo.
Ahora bien, no se trata de que los artistas se busquen un trabajo de medio tiempo como cajeros de supermercado, pero tampoco, ni por error, puede tratarse de que la gente no pueda tener acceso al conocimiento y al arte porque a unas cuantas industrias se les ocurrió convertirlos en un producto para pocos.
El Copyright y la actual industria cultural son hijos dignos del sistema excluyente que les dio vida. Los representantes de la cultura son personajes que, como el señor Gavira, son llamados ’empresarios’ y para quienes la capacidad adquisitiva es el indicador del acceso al arte y al conocimiento. Pero, gracias a la Internet, eso ha cambiado y se puede escuchar música que de otra forma sería imposible, bien sea por el precio o porque no llega al país. Además, se accede a distintas iniciativas creativas que encuentran en la red su mejor forma de difusión, donde se comparte aquello que la industria niega y entre quienes no pueden o no están dispuestos a pagar sus altos costos.
Las dinámicas en la red democratizan los contenidos y ponen en una situación incómoda a la gran industria. Desafortunadamente, ésta, en lugar de dar la talla y avanzar hacia nuevas formas de mercado acordes con las nuevas dinámicas, busca restringir el acceso y esgrimir argumentos como los de Gaviria. Parece que ignoran que miles de músicos comparten su música en Internet y que escritores nuevos y reconocidos liberan sus libros, sin que eso signifique que no reciben un centavo por su producción artística.
Claro que lucrarse con la obra de otro no es lo más legítimo de la vida, pero el verdadero obstáculo que enfrenta la cultura y el conocimiento no es precisamente la piratería sino ese modelo de negocio al que los usuarios comenzamos a cuestionar e, incluso, a confrontar.
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