Por: Cathy Ceibe – Traducido por: Caty R.* – julio 29 de 2008
El abuelo del ‘país del arco iris’ celebró el 18 de julio su nonagésimo cumpleaños. Felicitaciones para quien encarnó la resistencia y la lucha de todo un pueblo frente a la opresión del régimen racista y el sueño de un país libre y democrático.
Después de veintisiete años, seis meses y seis días, un hombre dejó tras de sí la prisión del Cabo. Avanzaba lentamente. Era el 11 de febrero de 1990. Nelson Mandela levantó el puño. Era un hombre libre. El mundo tenía los ojos clavados en el acontecimiento, que permanece como una de las imágenes más hermosas de la resistencia y la solidaridad compartidas en todos los rincones del planeta.
El presidiario indomable, el infatigable combatiente contra el régimen racista sudafricano, celebró sus noventa años en la intimidad, con su familia, en su pueblo nativo de Qunu (Transkei). Los homenajes llueven sobre ‘Madiba’ –su nombre en la lengua de su etnia, xhosa– después de tantos años consagrados a la paz y la libertad en Sudáfrica, de cuya fragilidad dan prueba las últimas imágenes de muchedumbres que linchan a los zimbabuenses.
Si los ¡vivas! sudafricanos y los reconocimientos internacionales fluyen, sinceros o calculados, es porque este hombre encarna e inspira, como pocos, la rectitud, la humildad, la abnegación y la valentía. En primer lugar, por haberse enfrentado, sin rendirse jamás, a un sistema injusto y abominable. “La segregación practicada aleatoriamente durante los tres últimos siglos iba a consolidarse en un sistema monolítico, diabólicamente detallado, con un objetivo insoslayable y un poder aplastante”, escribió en sus memorias. Porque ser negro era ‘un crimen’ castigado con humillaciones peores que la muerte.
Nelson Mandela es un héroe. Un mito, incluso, se podría proclamar. La figura de un hombre que nunca renunció. Jamás. “Sólo los hombres libres pueden negociar”, respondió en 1984 al siniestro presidente Botha que le propuso recobrar la ‘libertad’ a cambio de su silencio. Trabajo perdido. “Ya que vivir libre no es sólo liberarnos de nuestras propias cadenas, sino vivir de tal forma que se respete y refuerce la libertad de los demás”, asegura.
En ese sueño de libertad para todos trabajó con sus compañeros de lucha en el Congreso Nacional Africano (CNA), que fundaron en 1943. Veinte años después, Rolihlahla –“el que crea problemas”, su nombre de pila– fue detenido por alta traición. Ante sus jueces racistas, en el proceso de Rivonia, lanzó entonces un apasionado argumento político: “toda mi vida he luchado por la causa del pueblo africano, he combatido la tiranía blanca y la tiranía negra, adopté como ideal una sociedad democrática y libre, donde todo el mundo vivirá unido en la paz y disfrutará de las mismas oportunidades”.
Lo encarcelaron en el presidio de Robben Island, con el número de preso 466-64. Incluso, tras los barrotes, sigue presentando batalla junto a sus hermanos a quienes masacran en los guetos. Mandela se convirtió en el emblema del sufrimiento, pero también de la resistencia de todo un pueblo. Adquirió una dimensión internacional que promovió un vivificante impulso de solidaridad a finales del siglo XX. El lema “libertad para Mandela” resumía en sí mismo la condena al régimen racista y la llamada al boicot. Su imagen florecía por todas partes. Las peticiones no dejaban de circular. Las manifestaciones y otros movimientos de apoyo se multiplicaron […] Mandela, el preso político más antiguo, y sus hermanos ya no estaban solos. Una prueba más de que la lucha da sus frutos. “El futuro de nuestro país sólo puede venir determinado por representantes elegidos democráticamente y sobre una base no racial”, declaró cuando recobró la libertad, a los 72 años y antes de recibir el Premio Nóbel de la Paz en 1993. Un año después, a pesar de los peligros reales de guerra, fue la llave maestra de las primeras elecciones libres en su país: “one man, one vote” (un hombre, un voto), y se convirtió en el primer presidente negro del que llamaba en su sueño “el país del arco iris”.
Desde 1999, Nelson Mandela se retiró oficialmente de la vida política. Demasiado pronto para el gusto de algunos y de sus propias filas. “Después de mí, la vida sigue”, respondió. Pero a los noventa años, ‘Tata’ (el abuelo) sigue en la lucha. Lo ha demostrado con su violenta diatriba dirigida al presidente George Bush y “su guerra del petróleo” en Irak. Su lucha por la paz, ahora y siempre, en África y en el mundo. La lucha contra el SIDA es su otro caballo de batalla, después de la pérdida de sus hijos y en el momento en que la pandemia devasta su país. Las industrias farmacéuticas, que quieren limitar los medicamentos genéricos, a pesar de todo más accesibles para su pueblo, están en su punto de mira: “es una guerra”, declara.
Tiene los cabellos grises. Su larga silueta se ha arqueado un poco, pero Nelson Mandela sigue en pie. Alerta. Con motivo de los diez años de su liberación, en 2000, declaraba: “nadie podrá dormir en paz mientras haya gente aplastada por el hambre, las enfermedades o la falta de educación, y haya millones de personas por todo el mundo que convivan con la inseguridad y el miedo cotidiano”.
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*Cathy Ceibe es periodista del diario francés L’Humanité. Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala.
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