Por: Juan Diego García
En ocasión de la muerte del presidente venezolano se asiste a una intensificación de las campañas de desinformación impulsadas por la derecha interna –con muy poca fortuna, todo sea dicho– y de la derecha internacional, angustiada ante el enorme fervor popular por Chávez, en contraste con la languidez de una oposición desorientada, dividida y carente de reales apoyos sociales.
De todo lo dicho y publicado se pueden extraer diez grandes mentiras que muestran su escasa consistencia ante una mínima confrontación con la realidad.
Primera: Hugo Chávez ha sido un dictador, un tirano populista cuya muerte abre, entonces, una nueva oportunidad para ‘recuperar la democracia’. La realidad es otra. Chávez fue elegido una y otra vez de manera limpia y nadie lo puso en duda, salvo –claro está– grupos minoritarios marginales. Sólo en una ocasión el presidente perdió en las urnas –el referendo– y, aunque la diferencia no llegó al 1% de los votos, él aceptó democráticamente los resultados. Nunca se apartó de la constitución y aceptó inclusive las reglas tramposas de un sistema diseñado para proteger los intereses de la oligarquía local. Fue el entusiasmo popular masivo lo que le permitió acceder al gobierno y desde allí, siempre de la forma más democrática, impulsar cambios decisivos, no sin la respuesta –ésa sí nada democrática– de la derecha local que ha acudido a todo tipo de medidas, golpe militar incluido.
Segunda: Chávez eliminó la libertad de prensa. El elevado porcentaje de los medios de comunicación en manos de la derecha desmiente tal afirmación. El presidente ha tenido que enfrentar unos medios que ejercen en la práctica como partidos políticos sin contar él con recursos que se puedan siquiera parecer a los ingentes medios con los cuales cuenta la oposición: más del 80% en radio y televisión, diarios y revistas y –no podía faltar– la voz incendiaria de la Iglesia Católica oficial, predicando contra el gobierno desde los púlpitos y bendiciendo las conspiraciones de la derecha.
Tercera: Chávez dividió a Venezuela. En realidad, el gobierno no ha dividido nada. No ha hecho otra cosa que reconocer precisamente que el país, a pesar de ser inmensamente rico en recursos naturales, presentaba un panorama desolador de desigualdad, pobreza, miseria y exclusión de las mayorías. Su propósito no ha sido otro que disminuir esas diferencias y permitir que los recursos fluyan de una manera más justa. Según indican las cifras de las Naciones Unidas, el gobierno bolivariano ha cosechado grandes logros en este propósito: Venezuela es hoy el país menos desigual de toda la región y tiene el salario mínimo más alto, además de contar con programa sociales de gran impacto en salud, educación, vivienda, pensiones, etc.
Cuarta: Chávez hundió la economía. Si se descuentan los dos años de mayor impacto de la crisis mundial en Venezuela, el crecimiento económico ha sido permanente. En los dos años anteriores, por ejemplo, el PIB ha crecido por encima del 5%, demostrando que el modelo –con todas sus limitaciones– permite sortear mejor los traumas de la economía mundial. No sólo ha habido crecimiento sino que éste se traduce en desarrollo. Los millones de votantes que han apoyado el proceso revolucionario por más de quince años tienen, entonces, motivos suficientes para hacerlo. Por supuesto, la economía venezolana no ha superado aún todas sus enormes deformaciones, fruto de la dependencia y el atraso, pero en favor del proyecto bolivariano hay que reconocer que se están echando los cimientos para llevar al país no sólo a superar los males del modelo neoliberal –tan nefasto para toda la región– sino para construir un orden social diferente que ellos denominan Socialismo del siglo XXI.
Quinta: Chávez era un personaje estrambótico, de lenguaje inapropiado y salido del tono formal que exigía su cargo. No cabe duda de la particularidad del comandante, aunque la lectura se hace de manera muy diferente según de dónde y, sobre todo, de quién proviene. Las gentes pobres y sencillas de Venezuela –y por extensión de América Latina– perciben este lenguaje directo y estos comportamientos inusuales con entusiasmo y cariño. Por fin alguien les habla en su propio lenguaje, alguien dice a los poderosos del mundo –especialmente a los Estados Unidos– lo que otros no se atreven siquiera a mencionar. Hay, además, un inocultable racismo en muchas de las descalificaciones dirigidas a Chávez. Si el comandante baila produce mofa para los occidentales –y para la oligarquía criolla que piensa en inglés y se siente avergonzada de su propio pueblo–, pero, ¿dicen lo mismo cuando el que lo hace es Obama? Si el comandante canta, será motivo de risa para algunos, los mismos que no ven nada particular si lo hace Berlusconi o el secretario general de la ONU –que cantó y bailó en público, con bastante poca gracia, por cierto–.
Sexta: Chávez apoyó al terrorismo. Sin embargo, jamás se pudo comprobar la existencia de apoyos concretos aunque el gobierno de Venezuela mantuvo siempre que en Colombia se produce un conflicto armado que en manera alguna puede asimilarse al terrorismo, algo que comparten casi todos los gobiernos de la región. Más aún, es público y notorio el esfuerzo de Chávez por acercar posiciones entre Gobierno y guerrilla para propiciar la salida negociada, tal como sucede ahora en La Habana. Se intentó crear una supuesta conjura con ETA, un asunto que por fortuna fue aclarado a tiempo por las autoridades de Venezuela y España. Tampoco corrió mejor fortuna el montaje de los gringos que acusaban a Venezuela de tener vínculos con el terrorismo islámico. Lo real es que el gobierno bolivariano mantiene magníficas relaciones diplomáticas con todos los países de la región, incluida Colombia, y nadie discute el protagonismo central del presidente Chávez en el proceso de integración regional. El asunto resulta aún más esperpéntico si quienes acusan practican ellos mismos el terrorismo a escala planetaria y dan cobijo a conocidos terroristas venezolanos.
Séptima: la Revolución Bolivariana trajo la corrupción y la inseguridad en las calles. Lo real es que la corrupción es una vieja práctica en este país. Se podría acusar a Chávez de no haberla combatido con mayor rigor, pero resulta incierto acusarlo de ser responsable de la misma. Igual ocurre con la delincuencia común, algo que tampoco es particular de este país y que seguramente podría tratarse con mano más dura. Sin embargo, siempre que gobierna la izquierda parece que hubiera cierta compresión con el delincuente callejero, debido a su extracción popular. Un error, sin duda alguna. Toda una paradoja si se piensa que quienes claman al cielo por la inseguridad son los mismos que por décadas han saqueado el erario público.
Octava: Chávez acomodó la legalidad a sus propósitos. Dicho así suena fatal, sin embargo, eso es lo que hace todo gobierno si quiere que lo institucional no entorpezca la realización de su programa. La cuestión reside, entonces, en saber cómo se produce ese ‘acomodo’, es decir, qué tan legítima es la operación. En este sentido, no cabe menos que reconocer que el gobierno bolivariano ha conseguido siempre, en las urnas, el respaldo mayoritario del constituyente primario, es decir, la fuente primera de la legitimidad.
Novena: Chávez era amigo de dictadores. De acuerdo con este extraño razonamiento, los gobiernos de los países de la periferia pobre del sistema mundial deben pedir permiso a los gobiernos de Occidente para establecer sus relaciones diplomáticas. No son los intereses nacionales los que deben primar sino la bendición de Washington y sus aliados. Paradójicamente, los ricos de Occidente sí pueden mantener todo tipo de relaciones con las peores dictaduras, las satrapías más abyectas y hasta con gobiernos medievales, pueden fomentarlos y mantenerlos o propiciar su derrocamiento cuando convenga.
Décima: si falta Chávez se abre la veda para grandes pugnas en el seno del gobierno, pues todo el movimiento dependía de su figura carismática y ahora sobrevendrá el caos. En realidad, se trata más del deseo de la derecha que de algo con visos de realidad. Que el movimiento bolivariano de Venezuela tiene tendencias es una obviedad, lo extraño sería que eso no sucediese, pero nada indica que los propósitos centrales de esa revolución constituyan elementos de discordia. Las próximas elecciones presidenciales ratificarán seguramente a Maduro como presidente y la derecha tendrá que esperar a mejores ocasiones. Más vale que se acostumbren. Así lleva la derecha cubana esperando medio siglo en Miami, un soleado paraíso en el cual ya anida también una colonia considerable de ‘exilados’ venezolanos.
No serán, entonces, este tipo de mentiras y manipulaciones las que derroten la Revolución Bolivariana. En éste, como en procesos similares de hondo raigambre popular, serán en todo caso los propios errores de los revolucionarios los que frustren el proyecto. Visto lo visto en Venezuela, ni la fuerza más descomunal de la derecha podrá impedir que el entusiasmo, la consciencia y la organización populares lleven a buen puerto el sueño de un joven oficial de humilde origen que un día encarnó para siempre las ansias libertarias de los hijos de Bolívar.
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También se inició un proceso de apertura petrolera que muchos catalogaron como el preludio a la privatización del sector, aunque no se llegó a concretar por factores externos. Un hecho recalcable, es la realidad que a consta del inmenso ingreso que represento para la nación la renta petrolera, alrededor de 500 mil millones de dólares se perdieron en la corrupción que carácterizo los gobiernos de la última mitad del siglo XX.