Trabajadores de la Vidriera de Caldas - Foto: Omar Vera

Trabajadores de la Vidriera de Caldas - Foto: Omar Vera

Por: Héctor Vásquez F. * – junio 12 de 2013

Mientras el ministro de Trabajo señalaba el pasado 1 de mayo que “el sindicalismo no crece lo que se quisiera”, al otro día el periódico El Mundo de Medellín publicaba los resultados de una encuesta en la que 72% de su lectores tenía una opinión negativa de los sindicatos, el 7% era indiferente, y apenas el 21% tenía buena imagen.

En Colombia nunca se ha tenido una opinión favorable en torno a los sindicatos. Desde que surgieron, a principios de los años 20 del siglo pasado, contaron con la más abierta oposición de las élites gobernantes: el Partido Conservador, los terratenientes y el clero difundieron una opinión negativa a través de los medios, asociándolos con las ideas que se tenían como negativas en esa época.

Este imaginario negativo se mantiene hasta hoy, asociando los sindicatos con la guerrilla o como los causantes del cierre de empresas, un imaginario que expresa la cultura antisindical que prevalece aún en gran parte de las élites gobernantes y empresariales y que, en parte, explica la violencia que le ha tocado padecer a las organizaciones de trabajadores en los últimos 30 años, con cerca de 3.000 sindicalistas asesinados.

El sindicalismo ha sido decisivo en la civilización de las relaciones laborales. Sin necesidad de acudir a la crítica que Marx hizo del capitalismo del siglo XIX sino a las novelas de Dickens, cualquiera que compare la situación que hoy tienen los obreros ingleses con la que se describe en las obras del escritor británico podrá establecer diferencias abismales: se eliminaron las jornadas de 16, 18 y más horas diarias, en que trabajaban sin distinción hombres, mujeres y niños; se reconoció la protección social en salud, riesgos, pensiones y desempleo; se mejoraron radicalmente los ingresos de los trabajadores y el nivel de vida de la clase obrera inglesa, su nivel de educación y sus barrios; se estableció una legislación laboral protectora de los derechos, con vacaciones pagas, jornadas de 40 horas, negociación colectiva, políticas de salud ocupacional, etc.

Todas estas mejoras se extendieron por toda Europa y por la mayoría de los países del mundo gracias al sindicalismo. Se implementaron en contra de la voluntad de la mayoría de los empleadores, quienes tenían la idea de que cualquier intromisión del Estado en la regulación del mercado de trabajo afectaba el empleo y la competitividad de las empresas y los países.

Cualquiera que visite o se informe de la situación económica y de competitividad de los países nórdicos –Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia– se da cuenta de la estrecha relación entre los Estados de bienestar, la distribución del ingreso, la democracia económica y social, y la competitividad industrial con una fuerte implantación del sindicalismo –tasas de afiliación sindical superiores al 75%– y de la negociación colectiva: más del 85% de la población ocupada se beneficia de convenios colectivos de trabajo.

En Colombia, los desarrollos que han tenido los derechos del trabajo como la jornada laboral de 8 horas, obligación de afiliar a los trabajadores a salud, pensiones y riesgos profesionales, descansos remunerados y vacaciones pagas, auxilios de cesantías, dotaciones, licencia de maternidad, entre otros, han sido todos un resultado de la acción de los sindicatos, no obstante el contexto legal, institucional y cultural tan adverso en el que les ha tocado actuar.

Colombia es aún uno de los países con la peor distribución del ingreso. Los ingresos de los trabajadores son muy bajos. Según el DANE el 55% de los trabajadores tiene ingresos inferiores a un salario mínimo y los niveles de pobreza son altos, estando la tercera parte de la población está por debajo de la línea de pobreza. Eso se debe, en gran parte, al poco sindicalismo y a la poca negociación colectiva que tenemos: menos del 5% de la población ocupada está afiliada a un sindicato y se beneficia de algún convenio colectivo de trabajo.

Aun así, en las empresas donde hay sindicatos y convenciones colectivas los trabajadores tienen más estabilidad laboral, son menos vulnerables a la arbitrariedad de los patronos y tienen mejores salarios y prestaciones sociales. Mientras el salario promedio era de $770.000 en 2012, el salario promedio de los que se benefician de una convención colectiva era de $1’500.000.

Y un dato adicional: todavía no se tiene noticia de una sola empresa que haya sido cerrada por causa de los sindicatos. En cambio, sí se sabe de muchas que se cerraron por causa de la apertura económica, la competencia China, la falta de inversión en modernización por parte de sus dueños o, en el sector público, por causa de la corrupción, la politiquería y el clientelismo.

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* Analista de la Escuela Nacional Sindical.

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