Cacerolazo - Foto: Omar Vera

Por: Juan Camilo Lee Penagos

La izquierda en Colombia, en los últimos tres o cuatro años, ha generado bastantes frustraciones para quienes habían encontrado en el nacimiento del Polo una posibilidad de canalizar sus anhelos políticos. La crisis interna del partido y los escándalos de corrupción en Bogotá desinflaron muchas de las expectativas que generó la candidatura presidencial de Carlos Gaviria en 2006. Muchos de esos votos se fueron para el partido Verde –que no es de izquierda, pero que tiene una perspectiva no tradicional– en 2010, que resultó también defraudando. Si se llegara a firmar la paz, la coyuntura actual parece sentar las bases para un posible –y necesario históricamente– reacomodamiento de las fuerzas de izquierda en las elecciones de 2014.

Es cierto que el paro nacional se ha caracterizado por su renuencia a identificarse con algún partido político específico y sus líderes han sabido preservar la identidad de sus manifestaciones como protesta social, pero varios han intentado capitalizar políticamente los reclamos campesinos. Sin duda los partidos de izquierda han sido los que han ganado mayor visibilización y han podido hacer más  evidentes sus argumentaciones y, en cierta medida, la base social que los respalda. Los intentos de la derecha por aparecer como voceros y apoyos de la lucha campesina no logran tener fuerza, pues se caen de su propio peso.

Además, las conversaciones en la Habana no sólo le dan una cara política a las posturas de las FARC sino que también, y por eso mismo, permiten a otros sectores de izquierda diferenciarse del grupo guerrillero, ganando así apoyo de posibles votantes que no comulgan con la lucha armada. Cada vez será más difícil para el discurso uribista y para sus fastidiosos repetidores englobar a cualquier manifestación de izquierda como ‘narco guerrillera’, teniendo en cuenta los diferentes matices de agrupaciones como el Polo, la Marcha Patriótica, el Congreso de los Pueblos, los Progresistas y la renacida Unión Patriótica. Aparte de esto, la derecha colombiana, representada en Uribe y Santos, se encuentra también dividida, los candidatos uribistas dan grima y a Santos mismo sólo le queda el cartucho de la paz para asegurarse la reelección, después del despelote que ha venido siendo su manejo del paro.

El paro nacional parece estar visibilizando con fuerza renovada los problemas de tierras en Colombia, cuya solución se viene aplazando por décadas. Además, aparece en un momento crucial: justo cuando en La Habana se habla de garantías para la movilización social y cuando ya se ha llegado a los primeros acuerdos sobre la cuestión de tierras. Es decir: querámoslo o no, el paro reivindica de alguna manera las peticiones de las FARC, pero también abre un espacio para que se reflexione sobre las posibles –y en mi opinión necesarísimas– conexiones entre los movimientos de izquierda y las movilizaciones sociales, sin que aparezca el fantasma de la macartización.

También está la alcaldía de Petro, que él mismo ha tildado como ejemplo de lo que puede suceder después de los procesos de paz. Si bien es cierto que ha tenido inconvenientes administrativos –es de esperarse algo de inexperiencia por parte de una izquierda mantenida a raya del poder a sangre y fuego durante décadas–, para muchos es evidente la persecución política de la que ha sido víctima y que ‘se la tienen montada’ los sectores más reaccionarios del poder. Si Petro logra salir, ojalá robustecido, de tanta acusación, será otro punto de apoyo fuerte de la izquierda. Su manejo del paro ha sido ejemplar y ha sido el líder que mejor ha sabido aprovechar la coyuntura para mostrar que las ideas de izquierda pueden tener real injerencia en el trato de las manifestaciones sociales.

El renacimiento de la Unión Patriotica y, sobre todo, el reconocimiento del Estado de su responsabilidad en el exterminio de sus militantes y líderes, y la intención de reivindicar tal injusticia también abren el camino para una relativa desestigmatización de la izquierda y, además, sientan un precedente claro de la responsabilidad del Estado a la hora de garantizar el derecho a la oposición.

Si se firma la paz antes de las elecciones de 2014, muchos esperaríamos de los dirigentes de los grupos de izquierda que se comporten a la altura, que formen una nueva coalición y que postulen un candidato único. Y no sólo eso. Yo esperaría que tuvieran la suficiente destreza política para crear nexos con los movimientos sociales, que se han fortalecido con el paro, sin que los transformen en plataformas de proselitismo. Sería el momento indicado para que, por encima de radicalismos, personalismos y sectarismos, se encaucen tantas fuerzas dispersas.

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