"Vandalismo es la economía de Brasil" - Foto: Carlos Varela

Por: Chano Castaño

En Brasil, los primeros que protestaron eran pocos y se hicieron llamar Passe Livre y sus consignas buscaban la reducción del pasaje de bus. Sin embargo, lo que comenzó en pequeña escala en las ciudades de São Paulo y Río de Janeiro se transformó en una ola de inconformidad entre los ciudadanos.

El 17 de junio eran más de 80.000 personas en la calle y el 19 las cifras que manejaba la gente ya reñían con las de los medios. En Globo TV hablaban de 100.000 personas, mientras la gente en las redes aseguraba que había 800.000. El jueves 20, en Río de Janeiro hubo una batalla campal en varios barrios del centro de la ciudad, mientras en las redes sociales los videos y fotos contradecían la información que transmitían los noticieros. Brasil estaba despierto y furioso. Ésa era la conclusión. La indignación general reinaba en el ambiente, pero más aún las ganas de quejarse.

Y los motivos existen a manos llenas: una corrupción por parte de los políticos y las evidentes canalladas que se proponen, como aprobar la ley PEC 37, según la cual los senadores no sería juzgados por el Ministerio Público sino por órganos manipulables a todas luces; las inversiones excesivas en construcciones para el Mundial de Fútbol, mientras los hospitales se caen a pedazos en el norte del país y en las grandes metrópolis el servicio es precario; la permanencia del Pastor Feliciano –una figura del tipo Alejandro Ordóñez, con todas sus perversiones–, que acaba de implantar la ley de ‘cura gay’, en la que declara la homosexualidad como una enfermedad; la educación—Dilma Rousseff quiso invertir todas las regalías del petróleo en este sector y el Congreso no lo permitió— es otro tema controversial y central de la protesta, pues así como sus condiciones en muchas regiones no son las mejores y hay claras diferencias entre varias universidades, fueron las dos generaciones que se han educado en el Brasil que viene creciendo desde hace diez años las que motivaron y salieron a protestar por las calles de Río y otras ciudades.

El jueves 20 en Río de Janeiro, la protesta se concentró en dos puntos importantes de la ciudad, la Plaza Cinelandia y la iglesia de La Candelaria. La marcha se tomó la avenida Presidente Vargas con cánticos y pancartas, pero había una sensación distinta en el ambiente, como si el cansancio o la resignación se hubieran apropiado por un momento de la passeata. La Policía Militar esperaba la protesta con tanquetas y caballos frente al edificio de la alcaldía y cada grupo de manifestantes que llegaba recibía una oleada de gases lacrimógenos y balas de goma. Pero eran muchas personas, muchos los dispuestos a cantar y a seguir aplaudiendo y apoyando la manifestación.

Fue entonces que inició la persecución por parte de la PM. La mayoría de la gente que se manifestaba ya se había dispersado por distintos barrios del centro de Río. Lugares como Lapa, Cinelandia y Catete estaban llenos de caminantes cansados, con una cerveza en la mano. Hasta allí llegó la PM a presionar los resquicios de la protesta y muchos quedaron atrapados en los bares durante horas. En Lapa llegaron a caballo, en camionetas y a pie, y a llí se vieron desmanes por parte de ambos bandos, pues algunos manifestantes disparaban artefactos pirotécnicos hacia algunos locales que seguían abiertos.

Por una noche, Río tuvo imágenes caóticas y de peso en sus razones de indignación, pues la ciudad no sacudía su molestia hace mucho tiempo ni le hacía frente a sus problemas. Después del jueves 20, las protestas en la ciudad se habían multiplicado, desde Copacabana hasta Bonsucesso, y las nuevas peticiones se justificaron después de conseguir que el pasaje de bus se redujera.

Algunos están de acuerdo con las manifestaciones, otros no tanto. Entre otras cosas, se exige que el pastor Feliciano salga del la dirección de la Comisión de Derechos Humanos, que la corrupción sea declarada crimen de lesa humanidad y que varios de los royalties que tienen el petróleo y otros recursos del país vayan para la educación y la salud. Particularmente, en Río de Janeiro la cosa se ha dado a trancazos. El gobernador, Sergio Cabral, un señor que asume su puesto político como si fuera la gerencia de un parque de diversiones, piensa en Río como un centro vacacional con grandes atracciones y no como una ciudad para las personas que la habitan fuera de la zona sur, quienes están más desprotegidos ante su flujo de capitales imparable y su plan de ciudad lleno de desigualdades e injusticias.

El único plan posible y ofrecido en la ciudad es tener una tarjeta de crédito y endeudarse en nombre del capitalismo. Eso lo sabe Cabral y su alcalde, Eduardo Paes, un tipo que parece más un vendedor de finca raíz que propiamente un alcalde. El Paes ha sido el gran benefactor de los grandes momentos que vive Río de Janeiro actualmente. Todos los grandes eventos, incluidos los juegos olímpicos de 2016, se realizarán en su alcaldía. Su tajada no puede ser menos grande que todas esa barahúnda de acontecimientos. El pueblo no lo quiere en el poder, pero cuando se les pregunta por qué votaron por él, responden de una manera desconcertante: no había nadie más. Gran parte de las protestas que se han presentado en la zona sur y el centro de la ciudad, van dirigidas contra el alcalde. Lo acusan de corrupción, de desviar bienes, de tener preferencias en cuanto a las inversiones en la ciudad y de ser amigo de constructores, celebridades y todo tipo de personaje con dinero y poder que quieran hacer unas cuantas inversiones en la ciudad maravillosa.

Hoy las protestas están por todo lado. Desde el norte hasta el sur, el povo brasileño se estremece bajo una ola de indignación general. Anonymus ha jugado un papel muy importante en las redes sociales, pues desde el inicio dio muchos consejos a los manifestantes y los unió en torno a varios cánticos y causas para salir a protestar. Pero su efecto e influencia se ha vaporizado a causa de varias convocatorias a marchas que han hecho grupos de extrema derecha que también se hacen pasar por Anonymus. Ya se comprobó que la inteligencia militar monitorea las marchas a través de las redes sociales, pues no hay un portal concreto donde haya información de lo que está sucediendo y las personas responden a varias convocatorias al mismo tiempo. La confusión, pero también las intenciones están más presentes hoy que antes. La gente no quiere dejar de protestar y, pese a que los políticos no se asustan lo suficiente creyendo que esta oleada es flor de un día, la gente tampoco se cansa de cantar, danzar y reclamar lo que le corresponde.

Cada vez más salen a la calle a colocar su voz y su indignación. Brasil está en el ojo del huracán en pleno comienzo del siglo XXI. La Revolución del Vinagre, como se ha llamado a esta explosión de rabia general, tiene más de un reto por delante y todos están unidos y confiando en las direcciones que espontáneamente vaya tomando. Es la oportunidad de cambiar el rumbo que Brasil traía, de mostrarse como el líder de América Latina y no dar el brazo a torcer frente a los corruptos, la desigualdad y la discriminación.

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