Fandango - Foto: Paolo Barzman

Fandango - Foto: Paolo Barzman

Por: Marta Lucía Fernández Espinosa – 25 de septiembre de 2013

Una rapsodia es una obra musical poco afecta a las estructuras formales, propia del romanticismo y que generalmente obtiene su particularidad agrupando fragmentos de obras populares. No es en sí una obra de origen popular, podría decirse que es apenas la referencia al populacho que excita, atrae y engaña. En cambio, el fandango es un ritmo popular acompasado, que suele ir acompañado de baile exaltado y bullicio de los participantes.

Este baile parece haber sido llevado por España a Europa, a principios del siglo XVIII, y para la época de la Revolución Francesa era ya un ritmo popularizado. Esta suposición está fundada en la definición que hace el Diccionario de Autoridades de la RAE en 1735 del fandango: un baile llevado por los que han estado en los reinos de las indias a España. Autores contemporáneos señalan que tanto el origen de la palabra como la costumbre del escándalo nocturno de las multitudes en torno al baile solía señalarse como algo relativo a los negros centroamericanos ya desde el siglo XV. El fandango es de origen popular, nacido en los rincones acallados y repudiados.

Para el siglo diecinu….veint… ¡veintiuno!… los asuntos de multitudes serán tratados al gusto del populacho, pero no para su beneficio, a la manera de la rapsodia. Las corales de los movimientos sociales contemporáneos deben cantar la rapsodia, con la música de fondo pacifista. El fandango sigue siendo temerario.

Tal vez sea necesario hacer una rapsodia para recuperar las almas atrapadas y ejercer de ‘verdadera novia’, nacida de la pluma de los Grimm, para que los que amo –todos aquellos que no son amados, como diría Martí y aprendí de Carlos Ch.– recuperen su memoria. Allí vamos, ¡al final espero que estemos bailando fandango!


“Bohemian Rhapsody” de Queen

La Madre Culpable (la mère coupable), la trilogía de Fígaro (Beaumarchais).

Mamá, acabo de matar a un hombre.
Puse una pistola en su cabeza,
Apreté el gatillo, ahora él está muerto.
Mamá, la vida acaba de empezar,
Pero ahora tengo que ir y dejarlo todo.
Mama, ooooh,
No quería hacerte llorar.
Si no vuelvo a esta hora mañana,
Sigue adelante,
Sigue adelante como si realmente nada importase.

El Beaumarchais, creador de la trilogía de Fígaro, había prestado servicios secretos a Luis XV y Luis XVI para confabular en contra de Inglaterra y apoyar las revoluciones de independencia en América. Escribió sus obras en los tiempos previos a la Revolución Francesa: El Barbero de Sevilla, Las Bodas de Fígaro y “La madre culpable”, ésta última reconocida por él como su obra más importante. Y es precisamente un drama simple, en el que una mujer noble ha hecho pasar a su hijo como hijo de su esposo, no siéndolo en modo alguno. Muy lejos de querer que nos fijemos en asuntos morales, que finalmente sólo juzgarán a las mujeres –porque, como verán, en la obra el esposo noble también tiene una hija con una mujer plebeya–, lo que llama la atención es el asunto revolucionario que habita en el vientre de una mujer: la hija del noble con la plebeya sigue siendo plebeya, pero el hijo de la noble con un plebeyo afecta las distancias sociales establecidas. Lo importante allí parece ser que la madre culpable tendrá que cargar con la nueva y antigua moral en plena época revolucionaria. Nada nuevo podría venir a las mujeres con semejante transformación social que iba a propiciar la afamada Revolución Francesa. Si los vientres se conservan bajo la moral, no hay un real cambio. Que siga por ahora la Rapsodia.


Scaramouche, el joker, un Guasón sin escrúpulos

Veo una pequeña silueta de un hombre.
Scaramouche, Scaramouche, ¿harás el fandango?
Rayos y truenos, asustándome mucho.
Galileo, Galileo.
Galileo, Galileo.
Galileo, Fígaro, Magnífico.
Sólo soy un pobre chico y nadie me quiere.
Él sólo es un pobre chico de una pobre familia,
Quita de su vida esta monstruosidad.
Va y viene, ¿me dejarás ir?.
¡Bismillah! (¡En el nombre de Alá!)
¡No, no te dejaremos ir! (¡Dejadle ir!)

Rafael Sabatini el autor de “Scaramouche” (1921), trabajaba para el servicio de inteligencia británico. Su obra llegó a ser un best seller, por su alusión a la Revolución Francesa, a la que en tono cínico presenta como una obra premeditadamente ocasionada en contra de la monarquía francesa. Scaramouche es el hijo de un noble que vive como simple ahijado; nos recuerda inmediatamente a “La madre culpable” de Beaumarchais. Este personaje novelesco enciende la Revolución Francesa sin ser un revolucionario ni convertirse jamás en ello. Lo hace sólo por la venganza de la muerte de su amigo. Al final descubrirá su verdadero origen noble –un hijo oculto por la madre culpable– y no temerá tornarse contra la Revolución Francesa.

Al final, el Guasón, que todo lo había hecho por dinero, quema sus billetes. Es el bufón de las cortes antiguas que se ha tornado nihilista y talla a cuchillo su propia risa, capaz de descorazonar todos los ideales colectivos: todo carece de valor.

Cuando Queen estrena la obra Bohemian Rhapsody, con el patrocinio de la Emi Music –con 20.000 libras esterlinas para su promoción, invertidos por Ronnie Fowler, perteneciente a una familia que está también tras la Oxy y la Oracle–, se estrena en el mundo el avance de la posmodernidad nacido en mayo de 1968. El nada importa del individuo contemporáneo, que también lleva acuchillada en sus mejillas una sonrisa.

¿Es esto realmente la vida?
¿Es esto sólo fantasía?
Atrapado en un derrumbe.
No hay escape de la realidad.
Abre tus ojos,
mira hacia el cielo y observa.
Sólo soy un pobre chico, no necesito compasión,
Porque soy apenas un vaivén.
Un poco arriba, un poco abajo.
Siempre que el viento sople,
Realmente no tiene importancia para mí, para mí.


Galileo: la decepcionante ciencia moderna

En el coro de Bohemian Rapsody escuchamos repetir: “Galileo, Galileo, Galileo, Figaro, Magnífico”. ¿Qué une a estas tres personalidades tan distantes y disímiles? ¡Los tres hacían parte de negociaciones que ampliaban la geografía y permitían conservar el mundo tal como estaba! El poder en las mismas manos, ninguna revolución que dañara lo ya establecido.  Pero Bishmillah, ¿qué hace la primera palabra del Corán en esta melodía?

Galileo, del que se ha fabulado tanto, quien a lo mejor jamás dijo ‘y gira’, abjuró de la ciencia y la puso al servicio del poder. Si éste es el padre de la ciencia moderna, nada deberá extrañarnos en lo sucesivo, venido de una ciencia esclava. Bertolt Brecht le acusará de haber abierto una brecha insondable entre la ciencia y la sociedad, siendo un ‘digno’ antecesor del creador de la bomba atómica.

De Fígaro, el personaje de Beaumerchais, hemos hablado más arriba. La mujer no ingresaría en el mundo revolucionario, puesto que a ella no le estaba destinado más que el papel de madre culpable y conservarla en la geografía del pecado original le excluiría de reclamarse sujeto digno de liberad. Eliminar a la mujer de la democracia, condenada como poseedora del útero y, en ese caso, nuevamente en el terreno del demonio que ocupaba en la Edad Media, le cercenaría su cuerpo como individuo. De lo contrario, ella encarnaría la revolución real.

Solimán el Magnifico, la pieza clave de las nuevas amistades económicas entre jesuitas e ingleses, puso freno a la expansión de los Habsburgo, al poder del Vaticano, controló a Francia, doblegó a Alemania a pagar tributos al Imperio Otomano, avanzó sobre la Mesopotamia, controló militarmente el Mediterráneo y las rutas marítimas hacia la India, por lo que sus relaciones con Irán siempre fueron bélicas. Gracias al gran poderío turco y la recuperación de Antioquía para su helenización, se permitió el avance de la pluralidad religiosa hacia oriente que viajaba con ingleses y jesuitas, católicos y protestantes, que conformaron ese Estado contemporáneo aparentemente indiferente ante los conflictos internacionales. A efecto de no alargar esta explicación he de recomendar leer mi artículo sobre el año 1534.

Los turcos otomanos fueron vitales durante siglos para conservar el poder y controlar la posible revolución religiosa que vendría del Islam. Ahora entendemos: ¡Bismillha! En el nombre de Alá, los pueblos musulmanes quedaban bajo control desde entonces. Los turcos habían sido un hueso duro de roer para las cruzadas durante doscientos años, Jerusalén se hacía esquiva al Vaticano, pero la solución no iba a ser una Turquía Oriental ni Occidental sino un gran imperio capaz de navegar entre dos ríos con absoluta independencia de todos los imperios, pero sin autonomía real. La real autoridad sobre estos territorios la conoceremos cuando Inglaterra decide crear Israel en estas tierras para disputarse contra los palestinos al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Las inversiones políticas, económicas e ideológicas, que desde entonces se hicieron allí, aún hoy pueden usar las viejas enemistades entre los turcos e Irán, que ya datan de siglos atrás.

Baste entonces entender que una rapsodia es ese tejido insulso de expresiones ‘populares’ que no hacen revoluciones, que dan cierta armonía a los desvaríos del populacho y que finalmente permiten nuevas formas de asociación sin una ruptura radical, dejando la ilusión de que es el pueblo quien lo ha querido.

Finalmente, el nombre de la canción Bohemian Rhapsody, nos recuerda las Revueltas de Bohemia que precederán a la Guerra de los Treinta Años en Europa al iniciar el siglo XVII. No obstante, contienen el sentido más entrañable. Los conflictos entre los militares de Cluny –que van a ser sucedidos por los Cistercienses, creadores posteriormente de los jesuitas y otras órdenes– y el Vaticano, que se disputan las riquezas, acontecerán a la vez que están avanzando las revueltas populares contra el Vaticano.

En el siglo XII, Enrique de Lausana –o de Cluny–, Pedro de Bruys y Arnaldo de Brescia –alumno de Abelardo y enemigo, por lo tanto, de Bernardo de Claraval– habían liderado en occidente a los lombardos, los albigenses o cátaros, antecesores de los valdenses, fundados por Pedro de Valdo, quien se exilia a Bohemia en 1217. Pero estas tendencias puristas, que denotaban una severa división entre los cristianos pobres y el Vaticano no habían nacido en Francia, pues al parecer venían a su vez de Oriente, a donde debieron finalmente volver para exiliarse. Los cristianos pobres acusaban a la iglesia de simonía, lujuria, riqueza e hipocresía. Además, reclamaban el liderazgo espiritual y el abandono de las riquezas al vaticano. Por eso fueron condenados a la hoguera. Los provenzales franceses fueron exterminados y perseguidos por el Vaticano usando sus fuerzas armadas, que desde entonces viven en los monasterios.

La dispersión que exilió a estos seres por Europa iba regando sus preceptos: obedecer el evangelio no significa obedecer a la iglesia: “es menester obedecer a Dios antes que a los hombres”. Las cruzadas habían renacido contra estos seres que ponían en tela de juicio la riqueza de la iglesia. En Bohemia, Jan Hus, el preceptor de los husitas, será quemado en la plaza pública un siglo antes de Lutero. Así habían nacido las dos defenestraciones de Praga del siglo XV. Los cristianos pobres, los llamados espirituales, amenazaban con hacer la revolución en contra del poder del Vaticano. Estas revueltas de Bohemia, eran, en términos del tema que nos ocupa, un fandango, una revuelta popular que amenazó realmente el poder de la iglesia desde el siglo XII.

John Wiclyf, el inglés del siglo XIV, y Lutero, el alemán del siglo XVI, no son más que los intentos de los movimientos populares por usurpar el control del vaticano, un control que la iglesia no pudo obtener durante trescientos años. Estos seres no fueron más que unos comodines al servicio de los burgueses, unos falsos profetas, en términos cristianos. Son ellos los fundadores de la mentira que se establece con el protestantismo, una táctica política en procura  de la gran estrategia: el control absoluto aparentando oposición. De ese modo, la oportuna división entre católicos y anglicanos en el siglo XVI no es más que una obra de teatro, concebida al estilo del Concilio de Trento. Ésa es la razón para que, acabando de imponer nuevamente la inquisición, los católicos no llevaran a la hoguera a los protestantes, para eso no era el Concilio de Trento. Esta unión era claramente advertida por Francisco I de Francia, quien insistió en impedir el concilio durante largos años. Francia quedaría por fuera de estas nuevas alianzas.

La tercera defenestración de Praga en 1618, que iniciará la guerra entre los Habsburgo y los Otomanos, llamada de los treinta años, no será más que una parodia de las revueltas populares de los cristianos pobres del siglo XV, una manera de aludir al tema popular para generar confusión pero no será una revuelta popular. Es, en términos del tema que nos ocupa, una rapsodia. Ni siquiera quisiera mencionar la llamada cuarta defenestración de Praga de 1948, cuando se pretende hacer mala propaganda contra el socialismo ruso, con el mismo olor a rapsodia.

I’m just a poor boy and nobody loves me.
He’s just a poor boy from a poor family,
Spare him his life from this monstrosity.
Easy come, easy go, ¿will you let me go?

No vale aquí una simple traducción literal. Preguntaría a un anglo hablante si acaso me equivoco cuando entiendo que en la famosa coral de Queen lo que se afirma realmente es: a los pobres nadie les ama, solo son hijos de familias pobres –muy distintos de Scaramouche, por cierto–, deberían cuidarse de lo monstruoso –en el párrafo anterior de la canción el fandango, los rayos y centellas de Scaramouche, es decir, la Revolución Francesa– porque, como nacen fácil también mueren fácil, ¿quieren morirse?

La rapsodia de los movimientos populares sigue tarareando la tonada pacifista, que nadie se atreva a un fandango. Yo te pregunto: ¿quieres bailar el fandango o simplemente cantas una rapsodia?

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