Combatiente Libio durante el levantamiento contra Gadafi que apoyaron las potencias occidentales - Foto: Natalia Margarita Parada

Combatiente Libio durante el levantamiento contra Gadafi que apoyaron las potencias occidentales - Foto: Natalia Margarita Parada

Por: Marc Vandepitte – enero 15 de 2014

¿Estados Unidos está verdaderamente en guerra contra el terrorismo en África o, por el contrario, lo suscita para servir a sus intereses?

Un Estado que se tambalea

El 11 de octubre de 2013, el primer ministro libio fue secuestrado brutalmente para ser liberado horas después. Este secuestro es sintomático de la situación en el país. El 12 de octubre estalló un coche bomba cerca de las embajadas de Suecia y Finlandia. Una semana antes fue evacuada la embajada rusa tras ser invadida por hombres armados. Hace un año pasó lo mismo en la embajada estadounidense: encontraron la muerte el embajador y tres de sus colaboradores. En el pasado otras embajadas también fueron tomadas como objetivo.

Al igual que en Iraq y Afganistán, la intervención occidental en Libia ha instaurado un Estado que se tambalea. Desde el derrocamiento y asesinato de Gadafi la situación de seguridad del país está lejos de estar controlada: los atentados a políticos, activistas, jueces y servicios de seguridad son moneda corriente; el gobierno central apenas ejerce el control del país; milicias rivales imponen su ley; en febrero, el gobierno de transición se vio obligado a reunirse en unas tiendas de campaña tras haber sido expulsado del Parlamento por unos rebeldes encolerizados; se han agitado los debates porque el barco que se hundió cerca de Lampedusa, que provocó que se ahogaran 300 refugiados, provenía de Libia; etc.

Libia tiene las reservas más importantes de petróleo de África, pero a consecuencia del caos que reina en el país la extracción de petroleo se ha detenido prácticamente. Ahora el país tiene que importar petróleo para garantizar sus necesidades eléctricas. A principios de septiembre se saboteó el aprovisionamiento de agua en Trípoli, lo que provocó escasez del líquido en la capital.

Bases para terroristas islamistas

Pero lo más inquietante es la yihadización del país. Los islamistas controlan territorios enteros y colocan hombres armados en los controles de las ciudades de Bengasi y Derna. El personaje de Belhadj lo ilustra perfectamente: este destacado exmiembro –por así decirlo– de Al Qaeda estuvo implicado en los atentados de Madrid en 2004 y tras la caída de Gadafi se convirtió en gobernador de Tripoli y envió a cientos de yihadistas a Siria para luchar contra Assad. Actualmente trabaja en la instauración de un partido conservador islamista.

La influencia de la yihadización se extiende mucho más allá de las fronteras del país. El ministro tunecino de Interior considera que Libia es “un refugio para los miembros norteafricanos de Al Qaeda”.

Tras el desmoronamiento del poder central libio varios tipos de armas pesadas han caído en manos de todo tipo de milicias. Una de ellas, el Libyan Islamic Fighting Group (LIFG), cuyo dirigente era Belhadj, llegó a una alianza con los rebeldes islamistas de Malí. Éstos, junto con los tuaregs, lograron apropiarse del norte de Malí durante algunos meses. La importante toma de rehenes en un centro de extracción de gas en Argelia el pasado mes de enero se hizo partiendo desde Libia. Hoy la rebelión siria se controla desde Libia y la mancha de aceite yihadista se extiende hacia Níger y Mauritania.

Gracias a la CIA

A primera vista, parece que Estados Unidos y Occidente están preocupados por este aumento de la actividad yihadista en el norte de África. A ello hay que añadir también Nigeria, Somalia y más recientemente Kenia. Pero, si se observa más atentamente, la situación es más complicada. Una alianza entre, por una parte, las fuerzas especiales francesas, británicas, jordanas y cataríes, y, por otra, grupos rebeldes libios hizo posible la caída de Gadafi. El más importante de los grupos rebeldes libios era ciertamente el Libyan Islamic Fighting Group (LIFG), que figuraba en la lista de las organizaciones terroristas prohibidas. Su líder, el antes mencionado Belhadj, tenía a sus órdenes a entre dos y tres mil hombres, y su milicia tuvo derecho a unos adiestramientos estadounidenses justo antes de que empezara la rebelión en Libia.

No es la primera vez que Estados Unidos lo hace. En la década de 1980 se ocupó de la formación y dirección de combatientes islamistas extremistas en Afganistán, en la década de 1990 lo volvió a hacer en Bosnia y diez años después en Kosovo. No hay que excluir que los servicios de inteligencia occidentales estén implicados, directa o indirectamente, en las actividades terroristas de los chechenos en Rusia y de los uigures en China.

Estados Unidos y Francia simularon sorprenderse cuando los tuaregs y los islamistas ocuparon el norte de Malí, pero no era sino una fachada. Incluso, podríamos preguntarnos si no lo provocaron, como ocurrió en 1990 con Iraq respecto a Kuwait. Teniendo en cuenta la actividad de Al Qaeda en la región, cualquier especialista en geoestrategia sabría que la eliminación de Gadafi provocaría un recrudecimiento de la amenaza terrorista en el Magreb y en el Sahel. Dado que la caída de Gadafi fue provocada en gran parte por las milicias yihadistas, a las que dirigió y formó Estados Unidos, podemos empezar a plantearnos una serie de importantes preguntas.

Agenda geopolítica

En todo caso, a Estados Unidos le conviene la amenaza terrorista islamista en la zona y en otras partes del continente. Constituye la excusa perfecta para estar presente militarmente e intervenir en el continente africano. A Washington no se le escapa que China y otros países emergentes están cada vez más activos en el continente y, debido a ello, constituyen una amenaza para su hegemonía. China es hoy el principal socio comercial de África. Según el Financial Times , “desde hace tiempo es controvertida la militarización de la política estadounidense, tras el 11 de septiembre, puesto que en la zona se considera que es un intento por parte de Estados Unidos de reforzar su control de las materias primas y de contrarrestar el papel comercial exponencial de China”.

En noviembre de 2006 China organizó una cumbre extraordinaria sobre cooperación económica a la que asistieron al menos cuarenta y cinco jefes de Estado africanos. Precisamente un mes después Bush aprobaba el establecimiento del Africom, el contingente militar estadounidense –aviones, barcos y tropas– consagrado al continente africano. Lo vimos actuar por primera vez en Libia y en Malí, y actualmente está activo en cuarenta y nueve de los cincuenta y cuatro países africanos, y Estados Unidos tiene bases o instalaciones militares permanentes en al menos diez países. La militarización de Estados Unidos en África no hace más que extenderse. Reproducimos a continuación un mapa de su presencia en el continente en estos dos últimos años. El mapa es bastante elocuente.

Presencia militar de Estados Unidos en África

En el terreno económico los países del norte pierden terreno frente a los países emergentes del sur y, sin duda, éste es también el caso en África, un continente rico en materias primas. Cada vez parece más evidente que los países del norte lucharán por medios militares contra este cambio, lo cual es lo que Estados Unidos promete para el continente negro.

http://es.wikipedia.org/wiki/Gadafi

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