Gabriel García Márquez - Ilustración: Pifal

Gabriel García Márquez - Ilustración: Pifal

Por: Javier Guerrero-Rivera – junio 2 de 2014

Gabriel García Márquez, ‘Gabo’, el escritor, el periodista, el creador, el colombiano más universal de todos los tiempos, el más sensible, el de las causas por la descolonización de América Latina, el reinventor de América, el político, el de las utopías humanas, murió en el exilio a causa de la discriminación, sectarismo, clasismo y centralismo creados, propagados e instalados por las pocas y poderosas familias del bipartidismo colombiano. Éstas, miembros del bipartidismo de derecha –liberales y conservadores hoy mimetizados en distintos grupos–, han heredado y delegado en los suyos, por lo general de manera tramposa, el ejercicio del poder político, económico, judicial, militar y periodístico, con consecuencias muy graves para el país como las múltiples violencias que padecemos.

El poder de los medios, corolario de los demás poderes, tiene culpa en el exilio. Es un sobreentendido que los medios fabrican realidades por encargo y esto fue lo que hizo el diario El Tiempo, como lo hace hoy día, hacia el año 1981, cuando García Márquez tuvo que salir del país para salvaguardar su vida.

Por aquella época gobernaba Colombia el mediocre presidente Julio César Turbay Ayala (1978-1982) padre del corrupto excontralor Julio César Turbay Quintero (2006-2011) y abuelo de Miguel Uribe Turbay, el avieso e inepto concejal actual de Bogotá, y de la periodista viceministra de TIC. Para entonces estaba de alcalde de Bogotá Hernando Durán Dussán, amigo de Álvaro Uribe y los narcotraficantes Rodríguez Gacha y Pablo Escobar. El periódico El Tiempo, conforme a su tradición, hacía parte del establecimiento e intervenía en la política y en las decisiones que afectaban al país.

El cuatrienio de Turbay fue terrible. Bajo el amparo del Estatuto de Seguridad se incrementaron las torturas, las desapariciones forzadas o los asesinatos de Estado –antigua versión de los ‘falsos positivos’– y se violaron todos los derechos humanos, razón por la cual grandes intelectuales tuvieron que emigrar de Colombia. Fue un periodo oscuro, nefasto y tan violento como el reciente octenio de la ‘inseguridad democrática’ de Uribe Vélez que aún padece el país.

Confabulados estos tres, El Tiempo, el presidente y el alcalde, inician una sistemática persecución ideológica contra García Márquez, a tal punto que éste tiene que abandonar el país para no engrosar las listas de torturados y desaparecidos del régimen de turno. El García Márquez político buscaba –como lo hizo hasta el final– promover la paz, los derechos humanos, la igualdad, la justicia y el cambio social y la salida política al conflicto armado, así como la rememoración de los desaparecidos, de los desterrados y los muertos de todas las guerras e injusticias.

Su gran sueño era el de la Patria Grande, la descolonización de América Latina, la de todas las posibilidades y oportunidades. Lo hacía denunciando el etnocidio europeo, abogando por la independencia del eurocentrismo para autointerpretarnos, construirnos y comprendernos como diferentes, con nuestros propios métodos y con nuestras propias utopías. Brillantemente el Nobel lo dice de este modo: “¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?”. De esto y mucho más es fiel apunte su discurso “La soledad de América Latina”, conocido por todo el mundo cuando recibió el Nobel.

Por estas ideas El Tiempo justificó, coparticipó en la persecución y en la desfiguración de sus ideas. El mismo Gabo lo dice en su escrito del diario El País de España (8 de abril de 1981), refiriéndose al autor del editorial, reproducido ahora por diversos medios: “el estilo y la concepción de su nota lo delatan como un retrasado mental que carece por completo del sentido de las palabras, que deshonra el oficio más noble del mundo con su lógica de oligofrénico, que revela una absoluta falta de compasión por el pellejo ajeno y razona como alguien que no tiene ni la menor idea de cuán arduo y comprometedor es el trabajo de hacerse hombre”.

Lo más grave de todo este asunto es que El Tiempo no ha cambiado sus prácticas. Al contrario, sigue peor y con técnicas más sofisticadas, con todas sus extensiones, con sus tentáculos –ADN ‘gratis’, ET Televisión, Citytv, Portafolio, Aló, Motor, semanarios Boyacá 7 días, Tolima 7 días, Llanos 7 días,Diario Mío, Habitar, Elenco, Enter, etc.–. ¡Increíble! Como hace 33 años, hoy este ‘monopolio oficial’, esta ‘prensa oficial’ no se distancia de lo que señaló ‘Gabo’: siguen sus intenciones criminales, atribuye cargos a quien sea el foco de sus ojerizas sin tener ‘compasión por el pellejo ajeno’, injuria, vive de los excesos y del sensacionalismo elegante.

Prosigue ‘Gabo’: “Quiero suplicarles que digan a sus lectores si alguna vez les he hecho un reclamo por las injurias de su periódico, si alguna vez he rectificado en público o en privado cualquiera de sus excesos […] un periódico que siempre he visto como un engendro sin control que se envenena con sus propios hígados”. Y remata el escritor, seguramente con conocimiento de causa: “esta vez, el engendro ha ido más allá de todo límite permisible y ha entrado en el ámbito sombrío de la delincuencia”.

Por estas razones Gabriel García Márquez no pudo morir en su tierra. La parca lo agarró en el exilio, en contra de su voluntad: “Ahora se sabe por qué me buscaban, por qué tuve que irme y por qué tendré que seguir viviendo fuera de Colombia, quién sabe hasta cuándo, contra mi voluntad”. Es claro, entonces, que en Colombia no hay garantías para las opciones diferentes al pensamiento de derecha y que es pan de cada día que las élites mafias armen complots para aniquilar y perseguir por sospechas y convicciones ideológicas a quienes no se enmarquen en sus ‘principios’ e intereses.

Si bien, por estos días, El Tiempo le rinde un homenaje al Nobel sustentado en lo anecdótico, al estilo de la mayoría de los medios comerciales colombianos, no puede ocultar su culpa e hipocresía, no puede venir a presentarse como el mejor ejemplo de ética periodística e investigativa. Todos sabemos cuál es su historia, cuál es su lógica, para qué utiliza la ‘libertad de prensa’, para qué hace uso de la ‘protección especial’ de la que goza. Es lamentable que El Tiempo trate de ocultar estas verdades con el ‘homenaje’ y el despliegue de feria, que trate de cercenar la historia, de fabricar otras realidades tan deliberadamente.

Actos como los de El Tiempo no conducen más que a la estigmatización de la diferencia; a la acentuación de estereotipos sobre las alteridades; a la insistencia por las violencias, el sectarismo y la rabia; a crear cultivos de intolerancia como los que ocurrieron recientemente con los murales y grafitis de la calle 26 en Bogotá; a lo que ocurre a diario en Buenaventura; a la invisibilización, persecución y exterminio del pensamiento diferente; a que se propaguen reacciones y prácticas maquiavélicas como los de la desconocida e inane representante a la Cámara por Bogotá, María Fernanda Cabal; a las motosierras.

Ya sabemos que pedirles cordura y ética a los monopolios de medios comerciales de comunicación masiva, es inútil. Lo es porque, desde su posición como parte del poder, se vuelven arrogantes, suficientes y ‘última instancia’, aun sacrificando la profesión periodística. Es inútil también pedirle a la Sociedad Interamericana de Periodistas (SIP), que actúa en salvaguarda de los oyentes, lectores o televidentes, porque allí están incrustados, por lo general, los mismos periodistas poderosos y afectos al poder y a los regímenes de turno. Entonces, ¿qué hacer ante esta dictadura mediática? Sencillo: el mismo ciudadano tiene la autonomía y la responsabilidad de decidir que ve, oye o lee en los medios comerciales. Para ello se necesita de una educación y conocimiento de la historia, la política y la lógica mediática, es decir, se necesita forjar desde la escuela, la familia y los diversos espacios de socialización e interacción una capacidad de pensamiento crítico, constructivo y proyectivo. Se necesita buscar otras opciones de información, análisis y comprensión de los hechos, que desdivinicen y descrean a los monopolios mediáticos.

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