Por: Juan Diego García – julio 21 de 2014
Aprovechando como pretexto un doloroso suceso aún sin aclarar –el secuestro de tres jóvenes colonos judíos y su posterior asesinato–, las autoridades sionistas de Israel llevan a cabo una operación militar de amplia escala que, lejos de castigar a los supuestos autores del secuestro, convierte a toda la población de Gaza en objetivo militar con los resultados que ya son habituales: cientos de personas asesinadas –entre los que se cuentan principalmente civiles, muchos de ellos niños y niñas–, miles de personas heridas, casas y edificios arrasados y cientos de miles de familias que quedan como candidatas a engrosar el éxodo al que Israel somete al pueblo palestino desde hace décadas.
El secuestro nunca se logrará aclarar y resulta sintomático que antes de cualquier investigación creíble las autoridades de Tel Aviv ya culparan a la resistencia palestina y lanzaran una operación que repite los esquemas ya utilizados en anteriores ocasiones. Con la misma lógica, ¿habría entonces que culpar al gobierno de Israel y a todo su pueblo del asesinato de un niño palestino que luego de ser torturado por sus agresores –jóvenes israelíes– fue incinerado vivo?
La nueva agresión ha despertado la repulsa universal y acrecienta la imagen de Israel como un Estado racista que hace con la población palestina lo mismo que los nazis practicaron antes con los judíos. Al menos los argumentos esgrimidos resultan en el fondo muy similares: el mito de la supuesta superioridad de un pueblo sobre otro, que está en la base del sionismo y su derecho a ocupar tierras ajenas, justificándose en un ‘derecho divino’. Todo esto suena mucho a la propaganda nazi de la ‘raza superior’ y del ‘espacio vital’. En un contexto similar, recuerda no poco a las justificaciones imperialistas del ‘destino manifiesto’ que le permiten a los Estados Unidos proclamarse como autoridad mundial. Es la misma ideología del colonialismo y su misión ‘histórica’ de ‘extender la civilización’ sobre los pueblos ‘bárbaros’ del planeta.
La indignación universal contrasta con la efectiva complicidad de los gobiernos de las grandes potencias, que arma y protege a Israel hasta de la más mínima crítica y que termina de forma inmediata con una denuncia sobre una expresión de antisemitismo. En un ejercicio de cinismo sin parangón, dirigentes como Obama y Hollande apoyan las operaciones sobre Gaza y denuncian las ‘agresiones’ de los palestinos contra Israel. La prensa internacional, fiel vocero de los intereses de las grandes potencias de Occidente, hace eco de la propaganda que generan las autoridades sionistas e intenta minimizar el horror que producen los cuadros de destrucción masiva y genocidio, y hasta pasan de largo sobre escenas tan vergonzosas como la que muestran a un grupo de israelíes celebrando desde una colina el impacto de las bombas sobre civiles inocentes o a colegiales judíos despidiendo alborozados los misiles que serán lanzados sobre niños palestinos, tan pequeños como ellos. Regodearse con la muerte es ya una manifestación patológica de ésas que son tan comunes en el fascismo y que degradan la condición humana.
Por contraste, una periodista estadounidense que informa sobre este acontecimiento y no ahorra palabras de condena para los ‘espectadores’ –que llegaron a amenazarla– es cesada de forma fulminante por la cadena de televisión para la que trabajaba. De forma sistemática se ocultan o minimizan informaciones no convenientes para la estrategia del sionismo. Apenas se sabe algo sobre los destacados intelectuales judíos que condenan la agresión a Gaza y se distancian radicalmente de las decisiones de su propio gobierno. Menos aún se menciona a los cada vez más numerosos jóvenes –hombres y mujeres– que se declaran objetores de conciencia y se niegan a vestir el uniforme de un ejército que ocupa tierras ajenas y asesina inocentes, destruye viviendas, arrasa mezquitas, ataca hospitales y escuelas, envenena las fuentes de agua, expulsa a miles de personas de sus hogares y amenaza con la anexión de Gaza –¿Es éste el verdadero objetivo de la presente agresión?–. Aún más significativa es la voz de antiguas víctimas de los nazis que hoy observan con horror cómo su pueblo se ha convertido de víctima en verdugo, y no precisamente de los responsables del holocausto.
Las Naciones Unidas ‘lamentan’ los acontecimientos y hacen llamamientos a la calma, poniendo de presente una vez más la absoluta inutilidad de ese organismo y la necesidad de refundarlo sobre principios diferentes para que sea un mecanismo eficaz y castigue crímenes como los que Israel está cometiendo en Palestina. Las potencias emergentes, en particular Rusia y China, apenas se pronuncian. A fin de cuentas, ese territorio es –aún– del dominio occidental y se respeta como tal en el juego mundial de los imperialismos. Una buena oportunidad para saber hasta dónde pueden llegar en defensa de la legalidad internacional las nuevas potencias del capitalismo.
A nadie debe extrañar la reacción de los gobiernos árabes y en particular de las monarquías corruptas del golfo Pérsico, principales aliados de Occidente en la zona –luego de Israel, se entiende–, pero esto el pueblo palestino lo sabe desde siempre. Menos aún sorprende –aunque resulta más dolorosa– la reacción de la llamada Autoridad Nacional Palestina (ANP), que gobierna en Cisjordania: mientras las bombas llueven sobre la población de Gaza y se repiten escenas como aquellas de Sabra y Chatila, el presidente de la ANP se limita a una condena formal, como si se tratara de otro pueblo y no del suyo, y lo hace desde la seguridad y comodidad que le ofrecen las autoridades de Qatar, ¡ese ejemplo destacado de democracia y solidaridad!
Israel, por su parte, no puede hacer un balance muy favorable de esta operación en curso. Aunque aún minoritaria, se afianza la convicción de muchos de sus ciudadanos sobre la inutilidad de estas operaciones y sobre la necesidad de la paz con Palestina. Crece en no pocos la convicción de que estas aventuras son irresponsables salidas de gobiernos débiles que así intentan superar sus dificultades internas, al precio de aumentar el desprestigio de su país en el mundo y de alimentar sentimiento de odio y venganza por parte de los agredidos, todo lo cual en nada contribuye al futuro de la nación. El sionismo registra preocupado como cada vez son más los ciudadanos que quieren la paz. Preocupa a los más suspicaces que su país se limite a jugar el papel de instrumento de agresión de las potencias occidentales en la zona, unos ‘amigos’ que hoy apoyan pero mañana pueden no hacerlo. Ya sucedió en el pasado y no debe descartarse que ocurra en el futuro. Muchos de sus actuales amigos han sido tradicionalmente –esos sí– destacados antisemitas y en el fondo lo siguen siendo. Además, su mayor apoyo internacional es hoy una potencia en declive y los triunfos militares actuales no garantizan en modo alguno la paz en el futuro. Todo lo contrario.
Pero, lo que más sorprende y permite alimentar la confianza en un pueblo es precisamente la resistencia inquebrantable del pueblo palestino. Nada consigue doblegar la voluntad de lucha de las gentes palestinas en Gaza y Cisjordania, ni tampoco de los palestinos residentes en Israel, tratados allí como personas sin derechos, como parias en su patria tierra.
Israel no consigue ni conseguirá convertir a Palestina en una nueva versión del gueto de Varsovia, con su trágico final de exterminio de una comunidad entera. Pero el solo intento cae ya como una injuria no sólo sobre las autoridades sionistas sino sobre todo un pueblo que todavía, y de forma mayoritaria, comparte la política de su gobierno y aplaude las peores atrocidades. Aún son minoría –que no por pequeña resulta menos significativa– quienes conservan las mejores virtudes de un pueblo, el hebreo, al cual debemos grandes aportaciones en todos los órdenes.
Las actuales circunstancias alejan aún más la solución de los dos Estados y hasta la muestran como una salida imposible. Y aunque parezca aún lejana y hasta utópica la solución de una misma Palestina –como se llamó siempre– compartida por igual por judíos y árabes, es sin duda alguna la solución más democrática, en realidad la única solución democrática del conflicto.
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