Por: Juan Diego García – febrero 9 de 2015
El triunfo de Syriza en Grecia en muchos sentidos es un acontecimiento revolucionario, aunque por su programa e ideología el nuevo gobierno de Tsipras no se proponga el desmantelamiento del sistema capitalista sino tan sólo del modelo neoliberal vigente, que ha llevado a las amplias mayorías de la población a una situación catastrófica en todos los ámbitos.
En sentido estricto, estamos ante un movimiento de reforma del sistema, aunque, dadas las condiciones del momento, esa reforma tiene profundas repercusiones no sólo en su país sino en la misma Unión Europea. Desde esta perspectiva, los nuevos gobernantes griegos tendrían, entonces, dos grandes retos: demostrar, por una parte, que un modelo socialdemócrata –que no es otra cosa su programa e ideología– es posible en la Europa de hoy y, por otra, que también es realista avanzar en la construcción de una Europa de los pueblos –que era el ideal original de este proyecto– en lugar de la actual ‘Europa de los mercaderes’ y, sobre todo, de los banqueros.
Demostrar la factibilidad de una especie de neokeynesianismo es también el reto de quienes ven con suma preocupación que el modelo neoliberal amenaza con llevar a una confrontación social de impredecibles consecuencias y sugieren a gobiernos, banqueros y especuladores internacionales que se avengan a razones con las nuevas autoridades en Atenas.
Por su parte, Tsipras ya comienza a poner en práctica su programa para atender las necesidades elementales de los grupos sociales más afectados por las medidas neoliberales de los anteriores gobiernos. Puede hacerlo: en lugar de responder a la demanda de los banqueros alemanes y franceses, satisface primero los requerimientos populares. Si sobra, ya se pagará una deuda que siempre es menor que la nunca pagada por los ocupantes nazis –impusieron a los griegos, entre otras cargas, un préstamo millonario para sufragar los gastos de la ocupación, el que jamás pagaron y que no formaba parte del perdón de la deuda alemana que las potencias vencedoras llevaron a cabo después de la Segunda Guerra Mundial–.
Además de negociar el pago de la deuda a las nuevas autoridades les tocará afectar a la burguesía local. Y han comenzado elevando el salario mínimo, una medida diametralmente opuesta a las orientaciones neoliberales de recortar al máximo los costes laborales. Ahora vendrán las reformas fiscales para que quienes más tienen más paguen y se pueda dar comienzo a la recuperación.
Revisar las privatizaciones y devolver paulatinamente la participación de las empresas estatales en la economía son medidas ya anunciadas que tendrán la enorme oposición interna y externa del gran capital, poniendo de nuevo sobre el tapete la cuestión del poder y los límites reales de la democracia burguesa: el gobierno puede funcionar si tiene como objetivo gestionar bien los intereses del capital, de lo contrario encuentra los mil obstáculos que utilizan los empresarios para sabotear la acción del Estado. Así, lo que el capital pierde en las urnas los recupera con creces en la guerra económica, poniendo a las autoridades ante la disyuntiva de atenerse a unas reglas de juego tramposas o imponer de verdad la voluntad de las mayorías –que no otra cosa sería precisamente la democracia, un orden político que tiene en Grecia su cuna–.
¿No es acaso lo mismo que sucede hoy en Venezuela y se aplicó antes con Allende en Chile? Tsipras debe esperar, entonces, la abierta oposición y el sabotaje sistemático de los empresarios nacionales y extranjeros. Sólo un respaldo vigoroso de las mayorías sociales puede facilitarle la gestión y posibilitarle para hacer frente al segundo reto, seguramente tanto o más complejo: rehacer la Unión Europea sobre otros fundamentos.
El gran capital tiene ahora que impedir por cualquier medio la generalización del fenómeno Syriza en el Viejo Continente. En primer lugar, sabotear a Podemos en España, que ya aparece con la mayor intención de voto en un año electoral decisivo. Hasta ahora, los centros de poder no han conseguido detener el ascenso de las nuevas fuerzas de izquierda en España y, de repetirse aquí el fenómeno griego, las repercusiones en el Viejo Continente serían catastróficas para sus intereses. Un manejo inadecuado del proceso podría, inclusive, llevar a la misma disolución de la Unión Europea, al menos tal como funciona ahora.
En el fondo, habría sido un fracaso la estrategia de ‘americanizar’ el modelo europeo de capitalismo: desmantelar el Estado del Bienestar y establecer esa atmósfera de miedo y guerra permanente, que envenena la vida cotidiana y sirve de justificante para guerras en el exterior y para el desmantelamiento de los derechos individuales y colectivos en el interior mediante las llamadas ‘leyes antiterroristas’. Sus efectos han sido desastrosos para las mayorías sociales y no sólo en el sur del continente. Los millones de trabajadores alemanes sujetos a los minijob no son más que la punta del iceberg de los recortes sociales que conjuntamente conservadores y ‘socialistas’ han aplicado allí a rajatabla para ‘asegurar la competitividad’. En Alemania aún no se manifiesta una oposición considerable al modelo, pero no sucede lo mismo en Francia. Sería cuestión de tiempo para que el descontento que lleva a Tsipras al poder pueda llevar a Pablo Iglesias al gobierno de España y se extienda a otras latitudes, como Portugal e Italia.
Fuertemente rechazados por su población, los capitalistas griegos tardarán en levantar cabeza, pero lo harán. Las mayores presiones y chantajes a las nuevas autoridades en Grecia vendrán –ya se producen, realmente– de los socios europeos y de la llamada troika, ese club siniestro de los grandes capitalistas del planeta que intentaron primero, mediante el miedo y la amenaza, impedir el triunfo de Syriza en las urnas y ahora buscarán su derrota en la mesa de negociaciones. Grandes acontecimientos pueden producirse en el futuro inmediato si el nuevo gobierno griego se mantiene firme en sus propósitos. Todo parece indicar que así será.
Si encuentras un error, selecciónalo y presiona Shift + Enter o Haz clic aquí. para informarnos.