Por: Christian Peñuela
Buenaventura es un enorme experimento en torno a la militarización de la vida cotidiana y la violación de derechos humanos por parte del Estado que no se resolverá con la sola firma de un acuerdo de paz.
En ese año largo que pasé en el Pacífico me pregunté muchas veces si algún día escribiría sobre Buenaventura para El Turbión. Lo dudé en varias ocasiones por lo riesgoso que hubiese podido ser para mí y para la gente con la que trabajaba en la Ciudad Puerto y por eso me abstuve de hacerlo.
Además, al trabajar con ciertas ONG existen muchas limitaciones, censura, supuestas ‘neutralidades’ y sentidos de culpa que en pocas ocasiones permiten caminar entre las comunidades y practicar la solidaridad como profesional y como igual. Sin embargo, a pesar de que pasaron meses antes de redactar un solo párrafo, hoy decidí romper el silencio para que emerjan palabras que denuncien y renuncien al olvido sobre lo que sucede en el principal puerto de Colombia, aunque como nación muchas veces seamos indiferentes con nuestros hermanos y hermanas de esa patria afrocolombiana.
Aunque al principio pensé en contar esta historia a partir de cualquier evento noticioso sobre el conflicto armado, la verdad, esto no es tan sencillo: cualquier entrevista o fotografía tomada en algún barrio se convierte en un factor de riesgo, pues para todos los actores armados un periodista levanta sospechas porque se suele pensar que hace labores de inteligencia para cualquier bando enemigo. Son tan radicales las fronteras invisibles en más de la mitad de los barrios de las comunas de Buenaventura que es mejor abstenerse de registrar los sucesos cotidianos de una ciudad donde, entre otras cosas, la gente se ve forzada a desplazarse dentro y fuera de la misma, impidiendo que se sepa hasta cuántos habitantes hay allí actualmente.
Entre muchos hechos desafortunados, hay que recordar que entre el 4 y el 7 de noviembre de 2013 acaeció el desplazamiento forzado masivo intraurbano más grande del que se tenga registro en la guerra colombiana: más de 700 familias fueron despojadas por la confrontación entre los grupos sucesores del paramilitarismo llamados Los Urabeños y La Empresa, los cuales claramente reemplazaron al antiguo Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en su control sobre la ciudad. En ese momento, desgraciadamente, tuve que guardar silencio mientras en los grandes medios preferían mirar hacia otro lado y entre las comunidades el miedo impedía hasta comentar lo que estaba pasando.
Realidad y oportunismo
Mi trabajo humanitario empezó justo cuanto el país era sacudido por el paro agrario de 2013 y el proyecto en el que estuve desempeñando labores finalizó poco después de las elecciones presidenciales de 2014. Muy a mi pesar, este mundo oenegero en el que me encontraba, en su mayoría, se aprovecha de la dura realidad que se vive en Buenaventura y se lucra de la financiación internacional al realizar pequeñas acciones de prevención y aplicando pañitos de agua tibia a problemas tan profundos como las victimizaciones que produce esta guerra en Buenaventura.
Sin embargo, no se puede negar que existe una sana inconformidad y resistencia por parte de algunas organizaciones sociales entre los bonaverenses, al igual que algunas ONG locales, nacionales e internacionales que desarrollan un trabajo realmente comprometido con la movilización social y las necesidades de las mayorías.
Todo esto ocurre mientras los helicópteros sobrevuelan constantemente la ciudad, mientras los tanques de todos los tamaños desfilan por los barrios, mientras las patrullas de la Armada recorren costas y calles, mientras los hombres de negro del Escuadrón Móvil Anti Disturbios (Esmad) de la Policía mantienen su agresiva presencia, mientras paran a la gente en los retenes de la Infantería de Marina y mientras una cantidad considerable de carros sospechosos y sin placas rondan sin ningún control por Buenaventura. Todo esto conforma el paisaje de represión y control por parte de una Fuerza Pública que causa terror mediante una desmedida presencia militar y policial que se justifica al público bajo el argumento de atacar a las organizaciones que el gobierno denomina Bacrim y que no son sino el variopinto de grupos paramilitares sucesores de las AUC.
Una comunicación que incomunica al Pacífico
También me mantuvo indignado el manejo de los grandes medios de comunicación sobre la guerra en esta zona del país: con sus titulares de horror posicionaron exclusivamente la imagen de una Buenaventura que se ubica como una de las ciudades más peligrosas del mundo y foco del problema de orden público por la disputa de las rutas del narcotráfico. Por ejemplo, uno de los titulares de la BBC fue Buenaventura, la nueva capital del horror de Colombia mientras que otros medios profundizaban sobre el descuartizamiento.
Nunca se me olvidará la insistencia de muchas personas cercanas a mí que, preocupadas, me rogaban salir de la ciudad luego de ver unos titulares en las noticias plagados de horror y pornomiseria que se repetían una y otra vez a través de los grandes medios nacionales e internacionales. Esas empresas de comunicación no hacen otra cosa que narrar la historia de estos territorios que sufren la guerra en Colombia alrededor de la desesperanza y el fatalismo, mientras la Fuerzas Pública actúa como si estuviera en las invasiones coloniales y las armas se han convertido en la única expresión de una institucionalidad hundida en la corrupción. Y es que en Buenaventura cabe perfectamente eso de “un Estado fallido pero planificado”, como lo diría Raúl Zibechi al caracterizar el estado Mexicano de hoy en día, porque Colombia, al igual que en México, sigue viva esa triple alianza entre narcotráfico, paramilitarismo y fuerza pública, gestada desde los años ochenta.
Lo peligroso de estos tipos de relatos además es la invisibilización de las realidades que afectan a la ciudad y que son funcionales al “desarrollo” que se impulsa con la militarización, un ejemplo de ello es la ausencia de cubrimiento a las situaciones que enfrentan los trabajadores afiliados al sindicato Unión Portuaria de Buenaventura, quienes encaran a una de las multinacionales portuarias más grandes del mundo, la Dubai Ports World, empresa denunciada en Colombia por sus trabajadores debido a las prácticas de explotación laboral relacionadas con la discriminación racial, la falta de ascenso de los sindicalistas, la tercerización contractual con empresas intermediarias y la falta de garantías para la vida de los trabajadores que reclaman sus derechos.
Los otros relatos
Es por eso que para mí es importante rescatar de este año de experiencia la existencia de otros medios particularmente independientes que pudieron ir más allá del “anecdotario”: Desde Abajo, Contagio Radio, Radio Macondo, Al Jazeera, RT y TeleSur, entre otros, los cuales se preguntaron por la crisis humanitaria, la negligencia institucional y la responsabilidad de los grupos sucesores del paramilitarismo. Asimismo, el año pasado llegó a las carteleras de cine la película “Manos Sucias”, dirigida por Josef Kubota Wladyka y porducida por Spike Lee, que toca el tema del conflicto armado y el narcotráfico de una forma íntima que evoca todo el problema asociado a la pobreza y la falta de oportunidades laborales que enfrentan los bonaverenses.
Si bien ha existido un cubrimiento de la crisis humanitaria desde reflexiones críticas y éticas, hace falta profundizar sobre los impactos del genocidio cultural que se vive en Buenaventura. Unos impactos que se traducen en la una sentencia que escuche alguna vez a alguno de los habitantes de esa ciudad y que dice más o menos así: “los negros y negras en Buenaventura le estorban al progreso y por eso o se marchan o se adaptan aquí”. Y es que la expansión portuaria y turística, el conflicto armado y las prácticas antisindicales que realizan las empresas para su beneficio tienen como lugar común la situación actual de la Ciudad Puerto y las constantes agresiones a las comunidades negras. Ésa fue la conclusión a la que llegué cuando vi la película estando ya en Bogotá y reflexionando sobre cómo se percibe a Buenaventura desde adentro y desde afuera.
Buenaventura en sí misma es el más grande cuestionamiento a la militarización de la vida cotidiana de una población a la que no se le garantizan sus más elementales derechos, un asunto que debería ser un punto central de los diálogos de paz entre el gobierno y las guerrillas, y que debería resolverse en aquella transición política tan anhelada que aún no se respira en lugares en los que, como la Ciudad Puerto, siguen viviendo sin descanso la expansión paramilitar. Situación visible en Bogotá cuando se camina en las localidades de San Cristóbal, Rafael Uribe Uribe, Usme, Ciudad Bolívar y el municipio de Soacha cuando observamos a los hermanos y hermanas bonaverenses asentados en una ciudad que silencia su desarraigo.
A pesar de todo esto, aún falta mucho para cambiar la manera en que los medios de comunicación informan sobre lo que ocurre en Buenaventura y para ello hay que empezar por hablar de la riqueza de su gente, de la esperanza, de la persistencia y de sus resistencias a partir de la cultura, que tienen hermosos ejemplos en prácticas como el ‘comadreo’ que usan las mujeres como una estrategia para hacer frente a las actores armados, o de la persistencia de los peinados que aún usan las madres y los niños, niñas y jóvenes, trenzas que reflejan con caminos de libertad impresos en sus cabezas las rutas de escape de los campos de esclavitud y la soberanía alimentaria proveniente de África.
Son precisamente las resistencias desde la identidad cultural y los movimientos sociales de distintas generaciones los que ofrecen una posibilidad distinta de narrar lo que pasa en ciudad del Valle del Cauca y crear un relato que camine hacia la preservación de la cultura afrodescendiente que la guerra no ha podido arrebatarle a unas comunidades que hasta en sus peinados y culinaria expresan sus esperanzas y la persistencia de quienes siguen soñando en la ‘Negraventura’.
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