Una joven griega lleva consigo una bandera roja durante una protesta en Atenas – Foto: George Laoutaris
A la Unión Europea y al FMI, más que cobrar la deuda griega, les interesa sentar un precedente ante cualquier gobierno que cuestione sus reglas de juego.
Una joven griega lleva consigo una bandera roja durante una protesta en Atenas – Foto: George Laoutaris
Una joven griega lleva consigo una bandera roja durante una protesta en Atenas – Foto: George Laoutaris

Por: Juan Diego García – junio 30 de 2015

A las autoridades de la Unión Europea y al FMI más que cobrar la deuda griega les interesa sentar un claro precedente de hasta dónde están dispuestos a llegar para someter al gobierno que se atreva a poner en tela de juicio las actuales reglas de juego.

Se trata de enviar un mensaje claro a posibles gobiernos de la región que, como Podemos en España, querrían imitar a Grecia oponiéndose al modelo neoliberal o al menos ensayando alguna reforma que mitigue sus manifestaciones más perversas, tales como recortes de pensiones, más reducciones de salarios, desmantelamiento del movimiento sindical, conservación de un sistema fiscal que favorece al capital, aumento del IVA, privatización de lo público, etc., acompañado todo esto, además, de nuevas leyes que convierten las protestas ciudadanas en actos criminales. Esto es precisamente lo que exige la Troika y Atenas rechaza.

El modelo actual de la construcción europea resulta ya casi diametralmente opuesto a la idea original que fue en su momento el resultado del acuerdo entre capital y trabajo impulsado por gobiernos socialdemócratas y democristianos con el respaldo de un fuerte movimiento obrero y popular, y gran protagonismo de sindicatos y partidos de izquierda –comunistas y socialistas, sobre todo–. Se ha ido desmantelando poco a poco ese pacto social y en su lugar se impulsa la ‘americanización’ de la Unión Europea, la ley de la selva en las relaciones políticas, la cultura de la competencia sin límites y del egoísmo a ultranza como valor primero en las relaciones sociales y, para culminar el proyecto, el regreso al militarismo, las guerras imperialistas y un renacer del colonialismo en sus formas más groseras. El extremismo islámico, que Occidente propició, le sirve ahora de magnífica coartada.

Con independencia del realismo que puedan tener las propuestas de gobiernos como el de Grecia o el posible de Podemos en España de reformar el sistema con fórmulas keynesianas, quienes gobiernan la Union Europea y el FMI consideran que el solo intento debe ser sofocado. Ni siquiera es aceptable para la Troika la reforma parcial del actual modelo neoliberal para aliviar la suerte de los colectivos sociales más afectados por la crisis –ya no sólo en Grecia sino en todo el Viejo Continente–. Ni los llamados a la sensatez de quienes ven los riesgos enormes de llevar las cosas al límite y piden dar un respiro a Atenas han servido para ablandar a los banqueros alemanes, principales protagonistas del drama. Evidentemente, se trata de hundir a Grecia y sentar así un precedente.

El pueblo griego irá a las urnas este domingo para apoyar o rechazar la fórmula que la Troika intenta imponer. Nada más democrático, nada más ajustado al respeto a la soberanía de un pueblo, a su derecho a decidir su propio destino. Y si de pagar una deuda se trata, se podría empezar por exigir a la propia Alemania que cancele sus propias deudas: aún debe a Grecia las indemnizaciones por la agresión a su país durante la Segunda Guerra Mundial. Deuda ésta mucho más elevada que aquella que Atenas debería saldar a los banqueros de Frankfurt.

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