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Por: Fabio Hipólito* – julio 3 de 2009

Este tema del golpe en Honduras me lleva a reflexionar sobre cómo se pueden estar dando algunos acontecimientos en nuestra época. Dicho de otra forma, tengo la sensación que se puede estar gestando un nuevo escenario de relaciones y confrontación, herencia de la mezcolanza entre experiencias y locuras de los viejos tiempos de las dictaduras, de las políticas del Cono Sur, de la Escuela de las Américas, enredados con las sensaciones, crisis y respuestas del presente.

Creo que estamos frente a nuevos acontecimientos. Por ello, sin referencia ni comparación con los ‘marcos lógicos’ tradicionales –que estábamos acostumbrados a observar y digerir en las discusiones que en nuestra vida hicieron y hacen fila y pasatiempos–, ante estos hechos, me parece que también se pude gestar una nueva insurgencia. Esta vez no como la que conocimos, vivimos, sufrimos y gozamos en los años 60 y 70, tiempos y generación que parieron sus propios vientos y que marcaron unas rutas en busca de sus puertos. La mayoría de ellas fueron armadas. Por ejemplo, un destino fue Nicaragua y El Salvador otro, para señalar los más cercanos y ubicados en la misma cintura centroamericana, donde se viven las honduras tristes de hoy. Seguramente esa nueva exigencia puede darse en la reclamación que los tiempos y los retos modernos nos requieren para crear e inventar, si es posible, una nueva insurgencia que, a manera de ‘diplomacia de los pueblos’, se acerque a la construcción de nuevas posibilidades para aportar y fundar caminos de convivencia en el ejercicio de la democracia y la justicia social.

Por esto, son muchos los caminos por explorar en el campo de la participación solidaria entre los pueblos, en la complementariedad que sus historias y gestiones comunes necesitan para vencer y romper dependencias. ¿Cuánto vale hoy la improcedente intervención de los gobiernos en asuntos y guerras externas? ¿Cuánto ha costado la irracionalidad de las guerras imposibles de justeza y tan ricas en crueldad?

Me atrevo a creer que es una obligación bonita para los que, en esta generación y en la pasada, algo tenemos y tuvimos que ver en los conflictos, en sus realizaciones y también en la búsqueda de sus soluciones. Por ello, algo tenemos que hacer ahora que el mundo llega a su crisis de capitales y gobiernos mafiosos, a su crisis de economías salvajes, a su crisis de nuevos golpes de Estado en nuevos escenarios. En fin, esto del golpe en Honduras nos convoca a explorar, en las profundidades de las relaciones de los pueblos, el papel que éstos deben asumir frente a ese y otros acontecimientos, generalmente auspiciados por la misma autoría y procedencia.

En Honduras se juega el nuevo rol de la política internacional, no solamente de la OEA, de la ONU, de los gringos, del ALBA, entre otros, sino de los jóvenes que sienten la ‘revolución modelo siglo XXI’ como un escenario posible para gozarlo y aún para vivirlo.

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