Por: Mauricio Duarte – octubre 5 de 2015
Cada que tengo la oportunidad de ir a cine a ver un film apocalíptico o posapocalíptico espero poder sentarme al lado del espectador ideal para éste, es decir, de un idiota, de un hombre que roce los treinta y tantos años de edad y que, tan sorprendido en el desarrollo de la película, moleste constantemente a otros espectadores con durísimas exclamaciones como: “¡estamos llegando al fin del mundo!” o “ésta es la realidad en la que vivimos”.
¿No se da cuenta este hombre de que lo que ve en la pantalla no es sólo un simbolismo sino un deseo de que nuestras fantasías determinen un mundo en caos? Y es que la pantalla de cine, o puede ser del televisor en casa, también funciona como una pantalla que nos separa de la realidad, que nos hace soñar dulcemente, y que, como consecuencia, hace que podamos aguantar el “desierto de lo real” en que realmente vivimos. Para ser claro, se debe plantear que lo real es la pantalla misma y que se debe concebir como un obstáculo que siempre está distorsionando la percepción del receptor, es decir, distorsiona la realidad exterior del sujeto.
Y este hecho de distorsión de la realidad no se da tan sólo con películas de este tipo sino que ocurre en diferentes ocasiones de la vida cotidiana, siempre que la pantalla se encuentre encendida y cualquiera que sea el huso horario. No estaría sobredicho que el mejor ejemplo de distorsión de la realidad es un programa informativo, pues es la representación de la fantasía de los hombres para acabar de encubrir lo real. En otras palabras, se encuentra lleno de simbolismos que representan los deseos y fantasías de la sociedad misma, los mismos que, al mismo tiempo, no se atreven a aceptar.
Por ende, a través de la pantalla de cine o de televisión, y con marcados símbolos, no sólo ocultamos lo real en una realidad determinada por nuestras fantasías sino que, además, distorsionamos la realidad misma a través de ellos, es decir, los símbolos. Pero esta distorsión no es el problema propiamente dicho, pues el problema es la manera en que determinamos nuestra propia realidad y las actitudes paranoicas que se adoptan y que se encargan de que no aceptemos la realidad social propiamente dicha. El problema fundamental es que nuestra propia realidad se está viendo envuelta en un ambiente paranoico.
La defensa de la actitud paranoica, como resultado de esta distorsión a la realidad, hace que se encuentren diferentes realidades creadas a partir de las fantasías de cada individuo y de su percepción misma de la realidad –no de lo real, pues pocos lo ven–. Lo anterior hace que la realidad, una vez distorsionada, se convierta, en última instancia, en resistencia: resistencia hacia las demás fantasías o actitudes paranoicas que cambien el mundo distorsionado que han creado a partir de su yo.
Ahora, imaginen un escenario de diferentes realidades, creadas a partir de las diferentes fantasías –paranoicas– de cada uno de los individuos. ¿Cuál predominaría? Es simple, la fantasía del hombre puede verse masificada siempre y cuando tengan un objeto de sueño en común. Por ejemplo, en Colombia, la resolución del conflicto armado. Pero esa misma fantasía, como se explicó antes, al determinar nuestra realidad y verse modificada por medios masivos de comunicación, distorsiona nuestra realidad misma. Soñar dulcemente no es la salida, pero dejar de soñar tampoco. Puede ser una solución hacer un mundo menos paranoico, un mundo menos inflamable, un mundo más de todos –y esto ya es soñar–, pero sin perder de la cabeza el desierto existencial en el que realmente nos encontramos.
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