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Por: Ina Azafrán* – septiembre 8 de 2009

Con la puesta en funcionamiento de la Central Hidroeléctrica Urrá I, ubicado en el municipio de Tierralta (Córdoba) y que inundó 7.400 hectáreas, se transfiguró por completo al río Sinú y a la Ciénaga Grande de Lorica, se cambió abruptamente la dinámica social de las poblaciones y se aceleró el deterioro medioambiental. Los efectos se empezaron a sentir y ver desde la construcción y se han ido acentuando con el paso del tiempo, y no parece que la situación vaya a mejorar en algún momento.

Recorrer hoy las orillas del Sinú, nueve años después de que Urrá encendiera sus primeras turbinas, es doloroso. Pareciera que el río, parafraseando al poeta de Cereté, Raúl Gómez Jattin, dijera: ‘¿ya para qué seguir siendo río sin peces? a no ser esos cadáveres que flotan a las orillas, como pájaros muertos en el silencio’.

Sin embargo, y a pesar de la experiencia de Urrá I, el ministro de Minas y Energía, Hernán Martínez Torres, y el presidente de la empresa Urrá SA ESP, Alfredo Solano Berrío, anunciaron en días recientes que se busca llevar a cabo otros proyectos de gran envergadura en la región, desconociendo que la Ciénaga ya no tiene el color de hace 15 años y que el río Sinú ha perdido su vitalidad.

¿Qué es un río sin peces?

Contaba un pescador que se ha trastornado de tal forma su actividad económica que incluso el martín pescador, un pájaro de color oscuro reconocido por sus habilidades en la pesca, ha cambiado sus hábitos: antes solía pescar de noche, cuando el río estaba en calma y los peces descansaban; ahora, con la baja población de peces, le toca salir de día, tentando a la suerte, pues tanto él como los pescadores humanos salen muchas veces con las manos y el pico vacíos.

Y esto no se debe únicamente a la sobrepesca ni al daño ambiental que estamos acostumbrados a ocasionar los humanos: la represa está en medio del río, su estructura impide el fluir natural de sus aguas y no permite, entonces, que los bocachicos suban a desovar ni que la sedimentación enriquezca las tierras bajas con minerales. El Sinú baja ahora contaminado con material vegetal podrido y se convierte de  esta forma en un río muerto, porque las compuertas de Urrá I se abren sólo cuando los técnicos lo creen necesario, y esto ocasiona que los campesinos hayan visto perder sus cosechas en los últimos años, al tiempo que han tenido que dejar colgadas las atarrayas, inútiles ahora por la cantidad ínfima de peces que nadan en el río.

Antes de la construcción de la represa, los pescadores de la cuenca baja salían en las mañanas en sus barcas con las atarrayas, y volvían a casa con más de 600 pescados que las mujeres, organizadas en la cooperativa, sacaban al mercado para vender, después de repartir el ‘botín’ entre la familia. Hoy la situación es crítica: los pocos pescadores que se atreven a salir vuelven a casa con seis pescados en la mano y se pesca con trasmallo de 3 o 4 puntos, es decir, de huecos grandes.

La doncella, el rubio y el bocachico, pescados que antes abundaban en estas aguas, han desaparecido y la icotea, aquella tortuga con dos manchas rojas a la altura de los ojos cuya carne es muy preciada en semana santa, también ha desaparecido poco a poco del territorio.

‘Y la ciénaga que inundan… la secan pa´ las vacas’

“El río busca el territorio que le quitamos; la ciénaga intenta recuperar su área”, explica una estudiante de décimo grado del Colegio Politécnico de Santa Cruz de Lorica (Córdoba) acerca de las inundaciones que se han dado en los últimos años en las riberas del río Sinú y de la Ciénaga Grande de Lorica.

Años antes, cuando se acercaba la época de inundaciones, hacia julio y agosto, los sembrados de arroz estaban listos esperando el agua. Durante la época seca, los campesinos aprovechaban las zonas de amortiguamiento de la ciénaga, terrenos altos que quedan sobre el nivel de las aguas, para sembrar maíz, yuca, patilla, fríjol y plátano, entre otros cultivos de corto tiempo, de manera que cuando el río crecía la cosecha ya estaba recogida. Ahora, el río inunda sin avisar, hasta cuando no llueve, y cerca de seis meses duran las inundaciones artificiales.

Como consecuencia de la regulación del río, los niveles de salinización de la Ciénaga Grande de Lorica, ubicada en el delta del río Sinú, han aumentado considerablemente, desequilibrando el ecosistema. Este hecho, junto con los bajos niveles de oxígeno, ha ocasionado que la fauna riofílica escasee. Además, la Ciénaga ha iniciado un proceso de disecación, que ha implicado la ampliación de la frontera agrícola para el pastoreo en verano.

Los altos niveles de salinización han sido aprovechados por la industria camaronera, que se asentaron en las riberas del Sinú: desde 1982 se instalaron cuatro empresas en la bahía de Cispatá, donde se encuentra uno de los manglares más importantes del Caribe colombiano, acaparando aproximandamente 700 hectáreas y junto a la desembocadura del Caño de la Balsa, en la margen izquierda del río, se estableció otra que mantiene sus estanques en una extensión de más de 300 hectáreas, según denuncias de la Asociación de Productores para el Desarrollo Comunitario de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú (Asprocig), una de las organizaciones de la región.

Según el Ministerio del Medio Ambiente, en el documento “Política nacional ambiental para el desarrollo sostenible de los espacios oceánicos y las zonas costeras e insulares de Colombia”, publicado en 2000, existen 67.000 hectáreas destinadas para desarrollar estos cultivos, de las cuales 17.000 se encuentran en la costa pacífica y 50.000 en la atlántica, donde gran parte de las áreas identificadas (cerca de 8.000 hectáreas), se encuentran ubicadas en el bajo Sinú. Sin embargo, lo que llama la atención, más allá del daño medioambiental, es que estas zonas son las mismas utilizadas por cerca de 2.500 familias campesinas, dedicadas a la agricultura de subsistencia y la pesca artesanal, y que, al mismo tiempo, se están salinizando como consecuencia directa de la central hidroeléctrica.

La expansión de la industria camaronera, que trae como consecuencia, entre otras, el ecocidio de los manglares y humedales, es tanto una política de Estado como de la empresa privada. La ampliación de la explotación del camarón traerá consigo, muy seguramente, el desalojo masivo de las comunidades locales y desestabilizará por completo los ecosistemas de la zona costera, que le daban a miles de familias su sustento diario.

Enfermedades traídas por el ‘desarrollo’

En los últimos años han proliferado enfermedades antes desconocidas en esta zona: asustan los índices de anemia, como consecuencia de la baja en el consumo de proteína; aumenta la desnutrición infantil, que intenta ser mitigada con los programas del ICBF; la parasitosis, diarrea y erupciones en la piel se multiplican por el consumo de agua de mala calidad; se empiezan a conocer casos de paludismo, en lugares como Malembá; aumenta la esterilidad; las mujeres se desarrollan a una edad temprana, que rodea los diez años; y existen niveles extraños de vejez prematura, en comunidades donde a los 70 años las personas aún eran tenían vigorosos suficiente para echar azadón y atarraya.

Frente a este ‘desarrollo’, que plantean las elites cordobesa y nacional junto con las transnacionales y que ha traído muerte, hambre, miseria y desazón al delta del río Sinú, los campesinos y pescadores artesanales han desarrollado proyectos de soberanía y seguridad alimentarias, como estrategias de resistencia y permanencia en el terriorio. Es así que las organizaciones zonales de la cuenca baja del río Sinú desarrollan, de forma autónoma, proyectos alternativos de agricultura libre de agroquímicos, de manejo integral de patios y de acuicultura sostenible. Estos proyectos giran en torno al concepto del certificado de confianza: se trata de no utilizar productos químicos, de no depredar el ambiente ni de explotar abusivamente la mano de obra.

En las piscinas se siembra bocachico, tilapia y cachama, y se pesca dos veces al año, por lo general. La pesca es distribuida entre los afiliados al proyecto, mientras que cada afiliado tiene sus parcela, cuya extansión depende del total de hectáreas del proyecto, donde siembra arroz, maíz, yuca o plátano, según lo desee. Los productos cosechados son llevados a Lorica, donde son vendidos a precios justos y solidarios.

Malembá, por ejemplo, es tierra de campesinos, pescadores, indígenas zenúes y, últimamente, también de terratenientes expropiadores y ganaderos de vocación ecocida. Queda cerca de Tuchín, resguardo zenú de San Bernardo, donde llegaron, desde 1983, campesinos huyendo del hambre y la violencia de diversas regiones del país, que se tomaron la tierra con sus familias. En el caserío, a dos horas en moto desde Lorica, hay cerca de 13 viviendas. En el proyecto siembran yuca, ñame, arroz, plátano y hortalizas, y las cosechas les permiten permanecer en sus tierras, de esta manera evitan el jornaleo, práctica poco ejercida tradicionalmente en estas tierras.

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