La esposa y el hijo de Muhammad Al-Qiq claman por la liberación del periodista.
La esposa y el hijo de Muhammad Al-Qiq claman por la liberación del periodista.
La esposa y el hijo de Muhammad Al-Qiq claman por la liberación del periodista.

Por: Carlos Aznárez – febrero 1 de 2016

Por favor, recuerde su nombre: se llama Muhammad Al-Qiq, tiene 33 años y se está muriendo en la cárcel, cumpliendo una huelga de hambre. Es periodista y ejerce la profesión en Palestina, un territorio ocupado y horadado por la violencia del invasor israelí desde 1948. Es una nación que ha sufrido todo tipo de atropellos década tras década y que por estos días asiste a una nueva vuelta de tuerca de la represión sionista contra quienes se rebelan a su dominio: en Gaza y Cisjordania miles de jóvenes protestan de diversas formas y muchos de ellos son asesinados vilmente, mientras otros son detenidos. Todo ello, frente al silencio de la mal llamada ‘comunidad internacional’ o la manipulación de los medios corporativos, que no es lo mismo pero es igual.

Sin embargo, no todos callan. Muhammad Al-Qiq, como haría cualquier reportero que se respete a sí mismo, venía informando día a día para el canal Al Majd sobre lo que veían sus ojos y sentía su cuerpo con sólo dar un recorrido por las calles de Ramala o de Jerusalén: niños golpeados y detenidos por arrojar piedras contra tanques, jóvenes mujeres asesinadas a las que se les ‘planta’ un cuchillo para justificar el crimen, campos con cultivos de olivos arrasados, casas demolidas por pura venganza y ciudades como Hebrón o campos de refugiadas como Yenín bloqueados militarmente y su población sufriendo todo tipo de humillaciones.

Precisamente, el informar con objetividad sobre la barbarie israelí es el ‘delito’ por el que fue detenido y torturado Al-Qiq hace tres meses en su casa de Ramala. Numerosas denuncias de organismos de derechos humanos palestinos e internacionales advirtieron que el periodista fue colocado en una posición conocida como la ‘banana’ –con la espalda sobre una silla y atado de pies y manos por debajo de la misma–, permaneciendo en una posición forzada durante 15 horas en las que sufrió violencia sexual por parte de los interrogadores. Luego de sufrir esas sevicias lo enviaron a una de las tantas cárceles tumba que Israel posee para martirizar aún más a un pueblo que no está dispuesto a bajar la cabeza ante su prepotencia.

Pero hay algo más, Al-Qiq, como tantos otros palestinos y palestinas, sufre un tipo de detención que se denomina ‘administrativa’, una figura que permite a las autoridades israelíes mantener bajo custodia indefinidamente a miles de ‘sospechosos’ sin presentar cargos ni iniciar un proceso judicial, como hacen habitualmente las dictaduras militares. Frente a esta injusticia, y convencido de que si no luchaba por su libertad su suerte estaba prácticamente echada, este joven periodista decidió ponerse en huelga de hambre el pasado 25 de noviembre para denunciar al mundo su situación. A partir de ese momento se intensificaron las medidas represivas y de presión contra el detenido. En dos oportunidades, el 30 de diciembre y el 17 de enero, jueces sionistas prorrogaron su encarcelamiento y rechazaron la apelación presentada por los abogados del Al-Qiq. Su situación de salud comenzó a agrietarse y en un momento las autoridades israelíes decidieron trasladarlo al centro médico de la ciudad israelí de Afula, donde el colega detenido ratificó su voluntad de continuar la huelga de hambre “hasta conseguir mi libertad”. Si esto no sucediera “estoy dispuesto a morir”, expresó.

Muhammad Al-Qiq ya lleva 73 días peleando por su dignidad, negándose a recibir vitaminas ni tratamiento médico. Quizás, evocando el martirio por el que pasó hace décadas otro luchador como él, pero irlandés, llamado Bobby Sands, ha planteado claramente que no quiere que se lo alimente contra su voluntad. Pero estar preso en Israel significa bordear la orilla del infierno en la tierra y es por eso que le fue impuesto a Al-Qiq otra forma de tortura: permaneció cuatro días atado de pies y manos a una cama, consciente, mientras enfermeros militares le inyectaban líquidos a la fuerza. Ahora, directamente, lo han amenazado con empezar alimentarlo aplicando esta metodología, algo que él y sus defensores han repudiado enfáticamente.

Desde Argentina, la tierra que vio nacer y caer en combate a otro periodista ejemplar como Rodolfo Walsh –ejemplo, entre otras cosas, de solidaridad con Palestina– va este mensaje de urgencia para que en Latinoamérica y el mundo, allí donde haya personas que crean que los derechos humanos son una propuesta de autodefensa frente a la barbarie, nos movilicemos por la vida y la libertad de Muhammad Al-Qiq. Él, con su actitud valiente, pone sobre la superficie un escenario en el cual miles de presos y presas palestinas, muchos de ellos niños y niñas, se encuentran como rehenes de las tropas de ocupación.

No, no es una nota más la que estoy escribiendo sino la expresión epistolar de un grito de impotencia frente a lo que no debería ser irreversible: salvemos la vida de Muhammad Al-Qiq y la de tantos hombres y mujeres palestinas que viven bajo el estado de excepción.

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* Director de Resumen Latinoamericano.

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