Por: Claudia Rafael* – 11 de marzo de 2010
Estiran los bracitos como queriendo abrazarse a la vida, pero demasiadas veces no llegan. Frágiles, vulnerables, endebles, viven en lugares que les son hostiles por decisión sistémica, como si un monstruo abriera sus fauces y los devorara en un gesto desmedido de ferocidad. No es casualidad, en modo alguno podría serlo. ¿Cómo se explica, si no, que el 90 por ciento de las muertes infantiles en el planeta se concentre en 42 países, pero que el 50 por ciento del total se ubique en India, Nigeria, China, Pakistán, República Democrática del Congo y Etiopía?
Son seis millones y los números abruman. ¿Cómo se escribe seis millones de veces angustia, muerte, desesperación, calvario, suplicio? No bastan las palabras para definir la muerte de un hijo. “Te parecerá que el mundo se acaba, que algo adentro se rompió […] El brillo de sus ojos ya se apagó”, canta Víctor Heredia.
¿Qué nombres tendrán esos seis millones? Juan, Hamid, Rocío, Hassani, Keisha, la lista es extensa seis millones de veces. Así cada año. En diez años serán sesenta millones los bebés que se llevará de un zarpazo la malaria, la diarrea, el tétano o la neumonía. Ciento veinte millones en veinte años. O si no 17.000 cada día, 700 por hora.
¿Qué mañana hubieran tenido cada uno de ellos si la muerte ponzoñosa del sistema no les hubiera marcado una cruz roja sobre su frente? ¿Hubieran sido carpinteros, enfermeros, médicos, maestros, albañiles o adivinadores de futuro? ¿O tal vez hubieran sido tiernos portadores de utopías o hubieran abierto sus brazos para cobijar y proteger a todos los perseguidos del desconsuelo?
Pero los señores que dividen al mundo en parcelas de amor y desamor, de abundancia y pobreza, decidieron que ellos nacerían en la geografía del desamparo y que allí crecerían, si es que la mala vida los dejaba sobrevivir.
Ni siquiera un mes vive el 40 por ciento de los seis millones. Es decir: hay dos millones cuatrocientos mil que tienen el reloj del final de sus días marcado en los 30 días, apenas eso. Cuando el científico Leonardo Moledo afirma que el ser humano está preparado para vivir 30.000 días, ellos llegan escasamente a los 30: sobreviven apenas el 0,1 por ciento de ese total por exclusiva decisión de los manejadores de los hilos del mundo. Los científicos de la Escuela de Salud Pública de Bloomberg, en Estados Unidos, junto con miembros de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical, en Londres, dicen que dos terceras partes de esas vidas “se podrían preservar”. Sólo es cuestión de dinero, lo que para los grandes señores de las riquezas representa unas pocas migajas.
Los investigadores concluyeron que bastarían cuatro millones de dólares para el tratamiento mundial de las enfermedades infantiles y sólo dos y medio para la prevención de la malaria.
¿Es tan difícil de comprender cómo se debe establecer la estructura de las prioridades en el mundo?
Para entenderlo: cada año, estadounidenses y europeos desembolsan 17 millones de dólares en alimento para sus mascotas; el tráfico de armas ligeras representa anualmente más de 6.000 millones de dólares al año; los ingresos operativos anuales de la Coca Cola llegaron en 2008 a 31.944 millones de dólares; la Exxon reportó sus ganancias anuales en 19.300 millones de dólares, eso sí, las más bajas de los últimos siete años.
Pero, para prevenir la malaria bastarían apenas dos millones y medio de dólares. Jennifer Bryce, una de las especialistas y autora de los informes, definió que “los recursos están disponibles, pero no se están utilizando”.
Seis millones de pequeños cachorros barridos por los vientos poderosos. Niños engendrados para el mañana con sus ojos rientes y sus pies descalzos a quienes los dioses de la inequidad les borraron demasiado pronto su huella sobre la tierra.
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* Publicado originalmente por Agencia de Noticias Pelota de Trapo (Argentina).
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