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Por: Alejandro Mantilla Quijano – 12 de abril de 2010

Por estos días varios recuerdos rondan mi cabeza. Un recuerdo tiene que ver con mi amiga Adelaida, ecologista bogotana de toda la vida que ha llegado a encadenarse a los árboles para evitar que los contratistas del IDU usen sus motosierras contra el paisaje. Adelaida también tiene muy buena memoria y no olvida que durante la alcaldía de Peñalosa los árboles talados fueron bastantes. Es claro que para la mayoría de urbanistas visionarios los árboles son peligrosos, muy peligrosos.

También recuerdo a una mujer que no conozco, ha trabajado en los cultivos de flores bajo condiciones terribles. En sus primeros días de trabajo tuvo que arrancar hierba con sus manos hasta que cayó enferma y pasó un tiempo en el hospital. No la conozco, pero la recuerdo bien.

No parece, pero las dos historias están relacionadas. En mi primer recuerdo, el urbanista visionario que tumbaba arboles era Enrique Peñalosa. En el segundo caso, no olvido que la fórmula vicepresidencial de Antanas Mockus en 2006 era María Isabel Patiño, dirigente de Asocolflores, gremio agro exportador responsable de contratar a sus trabajadoras y trabajadores en condiciones deplorables.

Por eso me pareció muy curioso que los ex alcaldes de Bogotá se afiliaran al Partido Verde. Es claro que este país no solo sufre de falta de memoria, también
sufre de daltonismo político. Cuando escucho a Mockus o cuando recuerdo la alcaldía de Peñalosa no encuentro ninguna proclama ecológica, sino su negación. Y de Lucho no hablo, porque en los últimos años ha demostrado que cambia de color con cierta facilidad. ¿Será acaso un mal endémico que afecta al apellido Garzón? En estos días sufrimos de un terrible daltonismo político, vemos como ‘verde’ a un partido que puede ser de cualquier color. O si no que lo diga Gilma Jiménez, cuya principal proclama ecológica es la cadena perpetua.

Sé bien que muchos de los militantes del Partido Verde son personas honestas y con buenas intenciones –sobre todo una amiga mía que se molestará con estas líneas–, pero no olvido que los tres ex alcaldes se adhirieron a un partido ya constituido para evitarse la fatiga de recolectar firmas para obtener una personería jurídica. Los ex alcaldes negociaron un aval, ésa no es una buena manera de hacer una nueva política, es más, es un síntoma de la política tradicional.

También recuerdo una reunión en La María, el ya mítico lugar de encuentro del
movimiento indígena. No olvido a los indígenas caucanos defendiendo su decisión de apoyar a Carlos Gaviria en lugar de votar por Antanas Mockus, entonces candidato presidencial con el aval de la Alianza Social Indígena. Recuerdo muy bien a Pablo, con su elocuencia habitual, diciendo que no tenía sentido que los pueblos indígenas se movilizaran contra el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, mientras el candidato de la ASI defendía las bondades de la inversión extranjera y la apertura económica.

Mockus se presenta como un político independiente, pero en materia económica sus propuestas son calcadas de los programas habituales: inversión extranjera, exportación, apertura, etc. Es más, al inicio de esta semana defendió la emergencia social en salud. En materia económica, Mockus defiende un neoliberalismo tecnocrático puro por oposición al neoliberalismo transaccional, clientelista, del gobierno Uribe.

En materia política, Mockus defiende dos premisas fundamentales: una, el respeto por los fondos públicos y la lucha contra la corrupción, y, en segundo lugar, el apego irrestricto a la ley. En el primer caso me parece que la premisa mockusiana no es particularmente original. La cuestión no es la brillantez del lituano sino las terribles prácticas políticas de un país que genera que una premisa obvia sea señal de inteligencia superior.

Frente a lo segundo, Mockus afirmó en alguna ocasión que “la excepción al cumplimiento de la ley por consideraciones morales es en Colombia un problema crucial, porque ayuda a encubrir y agravar el incumplimiento por razones prosaicas” (Revista Análisis Político, número 54, pág 7). De esta manera, las convicciones morales son borradas con una asociación inválida. No creo que haya pensado lo mismo Martin Luther King, ni Nelson Mandela, ni los valientes médicos que hoy están en desobediencia civil contra los decretos que Mockus apoya. Para él todos los que incumplen la ley son iguales, sin importar sus razones morales.

Por eso no es casualidad que en una entrevista radial Mockus llegara a comparar al PIN con la Unión Patriótica, argumentando que ambas colectividades coinciden al ser partidos legales con ciertas simpatías con grupos armados. El matemático omitió un detalle: mientras la Unión Patriótica es víctima de un genocidio, el PIN está compuesto por los auxiliadores de ese genocidio.

Y si se preguntan si voy a votar por Petro, siento decepcionarles. Yo no voy a votar por Petro, voy a apoyar al Polo.

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