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Por: Fernando Arellano Ortiz – 28 de mayo de 2010

La dictadura y la represión argentina secuestró y desapareció a sus dos hijos, Raúl y Jorge Bonafini Pastor, y esta desgarradora circunstancia le cambió la vida. Antes de ello, comenta, “yo era una mujer del montón, una ama de casa más. Yo no sabía muchas cosas, no me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes. El encuentro y el ansia compartida con otras madres que sentían igual anhelo que el mío me han puesto en un mundo nuevo, me han hecho saber y valorar muchas cosas que no sabía y que antes no me interesaba saber. Ahora me voy dando cuenta de que todas esas cosas de las que mucha gente todavía no se preocupa son importantísimas, porque de ellas depende el destino de un país entero, la felicidad o la desgracia de muchísimas familias”.

En la Casa de las Madres, localizada en plena Plaza del Congreso en Buenos Aires, nos atiende Hebe de Bonafini para dialogar sobre el proceso de recuperación de memoria y reparación de las víctimas de la dictadura argentina.


Fernando Arellano: –
¿Cuál es la experiencia de ustedes en el difícil proceso de recobrar memoria y reparar a las víctimas?

Hebe de Bonafini: –Nosotros no aceptamos que nadie le ponga precio a la vida de nuestros hijos, no vendemos la sangre de nuestros hijos, no cobramos reparaciones económicas, no tenemos trato con ningún militar, sólo queremos que vayan presos. La memoria se ha cultivado durante 33 años, no se puede empezar hoy. Estamos de día y de noche acá hace 33 años, durante los cuales no hemos faltado un jueves a la plaza, tenemos lo que tenemos porque hemos luchado todo este tiempo sin parar.

No queremos saber nada de reparación económica: lo que se tiene que reparar con justicia no se puede hacer con plata. No damos por muertos a nuestros hijos, no buscamos cadáveres, no enterramos ni exhumamos cadáveres, nuestros hijos están desaparecidos, viven con nosotros en la plaza y en donde vamos, y la memoria nace a partir del día en que desaparecen ellos.

Entonces, ¿qué puedo decirles yo a los colombianos? Cuando a nosotros nos matan las tres primeras compañeras, que se las llevan secuestradas, nadie quería volver, no había más madres en la plaza y tuvimos que empezar casa por casa. No podíamos abandonar la lucha, pese a que nos pegaban, nos metían presas, nos quemaban nuestras viviendas. Nunca dejamos la plaza, a pesar de todo lo que nos hicieron. Eso es lo que nos ha dado el lugar que tenemos hoy.

FA: –Esto que relata es un proceso muy interesante de resistencia social…

HB: –Nuestro proceso de resistencia tiene como antecedente el no haber tenido vínculo con ningún partido político y después no haber creído en el discurso aquel de que uno tiene que ser bueno, que no tiene que ofender. No, si la Iglesia fue cómplice, por eso nosotros denunciamos a los curas: nos metimos en la catedral de Buenos Aires y pusimos los nombres de los obispos y los curas asesinos, nos subimos al altar y con un megáfono como si fuera una misa, gritamos los nombres, con todo lo de la Biblia.

Todo lo que fue perseguir a los militares, hacer los juicios, sacarles fotos, cuando van a comer a un lugar seguirlos, rodear el lugar, insultarlos, hacer que se vayan, ha sido una tarea titánica. Si vas un jueves a la Plaza de Mayo ves que hay un grupo de madres que camina por un lado y nosotras por otro, porque ese grupo acepta la reparación económica, luchan por sus propios hijos y llevan el nombre respectivo en el pañuelo, nosotras no. Nosotras pensamos que hay miles de hijos que sus madres no los reclaman. ¿Y a ellos quién los reclama? Nosotras, es nuestra responsabilidad. No sólo los reclamamos sino que los reivindicamos como revolucionarios, como hombres y mujeres que dieron su vida por la patria y eso es muy fuerte, y no tiene nada que ver con la reparación económica.

Para los que defienden el sistema capitalista eso es muy fácil, porque ellos se juntan para hacerte pedazos, se juntan con el Ejército, se juntan con el Fondo Monetario Internacional, se juntan con los Gandhi y cuando nosotros nos juntamos dicen que no, que cada uno se ocupe de su respectivo hijo, cada uno por sí, cada uno que cobre una reparación económica por el muerto y por cada uno le hacemos un monumento o ponemos la foto del hijo en algún lugar. ¡No! Nosotros nos tenemos que juntar para enfrentarlos, para decirles que no nos van a arreglar con reparación económica, ni con monumentos ni con homenajes póstumos. ¿A mí quién me dijo que a mis hijos los mataron, quién se hizo cargo, quién los mató? Mientras no haya responsables no vamos a aceptar nunca que nuestros hijos están muertos.

FA: –¿Cree que la justicia internacional es un medio para la lucha contra la impunidad?

HB: –Yo en la justicia internacional no creo porque está dominada por los grandes países. Si tú vas a una reunión que hacen ellos, lo primero que te dicen naciones como Francia y Estados Unidos es que ningún país del Tercer Mundo nos va a juzgar y, entonces, de entrada ya estás perdido. ¿Para qué ir a esos foros internacionales?

Yo tengo una experiencia, cuando fuimos a Ginebra llevamos 2.000 casos. Nosotros no sabíamos qué era llevar un dossier, no entendíamos nada, salíamos de la cocina… Ir a Ginebra era una cosa impensada y, cuando llegamos, alguien dijo que nos podía representar. Yo le dije que nosotras nos representábamos solas. Entonces comprendí, y así lo dije en una conferencia de prensa que convoqué, que nuestros hijos eran un número y una carpeta en ese lugar, que se cambiaban por trigo o por petróleo, según lo que pensara cada país. El presidente del cantón suizo me mandó a llamar y me dijo que había ofendido al país y, bueno, yo le dije que ellos antes me habían ofendido a mí.

Yo no creo en los organismos internacionales. Por el contrario, creo en la fuerza y en la lucha del pueblo, que es capaz de conseguir que se juzgue y se condene. Lento, poco o mucho, como sea, pero uno tiene que convertirse en un investigador privado. Nosotras fuimos las primeras que hicimos el mapa de los 400 campos de concentración que había en la Argentina. Decían que no, que cómo iba a haber 400 campos de concentración, pues los había y lo demostramos haciendo una intensa labor de investigación, tenemos el archivo más grande de Latinoamérica.

[…]

FA: –¿Qué opinión le merecen los movimientos civiles que buscan salidas
pacíficas a los conflictos?

HB: –Son movimientos pacifistas y yo no la voy con los movimientos pacifistas. Yo soy pacífica pero no pacifista.

FA: –¿Cuál es a diferencia?

HB: –El pacifismo consiste en que no puedes levantar la voz y todo tiene que ser consensuado. Yo soy pacífica porque no voy a salir a la calle con una ametralladora a matar a quienes torturaron a mis hijos, porque no quiero parecerme a ellos. Pero no soy pacifista porque yo digo todo lo que quiero cantarles, los insulto, los puteo: a la Iglesia, a los curas, a los obispos, yo no tengo respeto por ellos porque ellos no tuvieron respeto con nosotros.

FA: –¿El establecimiento de la Argentina es cómplice de la violación de derechos humanos como lo ha sido en América Latina durante la época de las dictaduras militares?

HB: –Las dictaduras son cívico-militares, no las hacen los militares solos. Si ustedes en Colombia no tuvieran ese hijo de mil putas de presidente que tienen, no estaría pasando lo que pasa. A veces los civiles son peores que los militares, lo estamos viendo con Uribe. Y los curas y los obispos, ellos tienen su culpa que pagar. En Argentina hay curas presos, no todos los que quisiéramos, pero los hay, a los cuales hay que perseguir y no hay que parar.

[…]

FA: –¿Para usted hay un nuevo amanecer en América Latina? ¿Se enterró “la
negra noche neoliberal”, como dice el presidente Rafael Correa?

HB: –Sí, absolutamente está enterrada la noche neoliberal, hay quienes quieren conservarla y defenderla porque, claro, el imperialismo es grande y pisa fuerte, como dice la canción de León Gieco, pero los pueblos no pueden dejar de luchar. Yo hace muchísimos años fui a Colombia. El tema de otras madres en este país, o en Chile o Guatemala, es que empiezan y dejan, se asustan; si las persiguen o las matan, las amedrentan o hacen un convenio con los gobiernos que van entrando y les creen, entonces, entran en la pacificación, en la reconciliación. Para nosotras, pacificación y conciliación son malas palabras, sin justicia no se puede hablar de eso.

FA: –¿Habla de justicia social?

HB: –Social no, de justicia de la otra, de la que debe enviar a la cárcel. Nosotros no podemos hablar de pacificación ni de reconciliación. De perdón, menos.

FA: –¿Cuál es el mensaje para un pueblo sufrido como el de Colombia?

HB: –Mi mensaje al pueblo colombiano y a los sectores progresistas es que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Los colombianos no pueden bajar la guardia y por eso no hay que abandonar nunca la lucha, pese a todas las adversidades. No podemos entregar la patria por la que tantos colombianos han ofrendado su vida, por eso es necesario enfrentar el miedo.

La presencia de tropas norteamericanas en las bases militares colombianas es un peligro para América Latina. Estados Unidos y la derecha colombiana, liderada por Uribe Vélez, no aceptan que Latinoamérica se una, por eso se atraviesan a proyectos integracionistas como Unasur. A ellos no les conviene la libertad y la independencia de nuestros pueblos.

Un régimen como el de Uribe es peor que una dictadura militar. Lo que quieren el capitalismo y el imperialismo es que seamos buenitos, que no insultemos, que no digamos que Estados Unidos es el país más terrorista que existe en la tierra. No hay que tener miedo de decirle al asesino que es un asesino. Si a mí me dice el enemigo que soy terrorista, es que estoy en el buen camino.

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