Por: Vivian Ruiz – julio 26 de 2016
Muhammad Ali fue un hombre inquieto, fuerte y audaz que se caracterizó por enunciar en innumerables ocasiones frases elocuentes con las que destruía los discursos de la pretenciosa democracia de los Estados Unidos.
En vida no fueron pocas las ocasiones en las que alzó la voz ante el público y la prensa, y siempre acompañó su técnica de lucha con golpes sorpresivos y palabras atrevidas. Ali fue alguien que lo desafió todo lo establecido y que compartía sus victorias con el mundo. Con dignidad excepcional, rompió con el conservadurismo y la forma tradicional de pelear de su época y bien se puede decir que empleó una técnica innovadora de combate dentro y fuera del cuadrilátero.
Recordarlo a un mes y medio de su muerte, a sus 74 años de edad, enaltece la lucha de los excluidos y pone en contexto la historia de la lucha contra el racismo en los Estados Unidos. En la época dorada de Alí la muerte acechaba a las personas negras y hoy los últimos eventos de brutalidad policial en ese país demuestran que las cosas no han cambiado mucho: hace pocos días fueron asesinados los ciudadanos afrodescendientes Alton Sterling, en Lousiana, y Philando Castile, en Minnesota, a manos de policías blancos.
Estos crímenes racistas se han venido incrementando, así como las manifestaciones de repudio. Sin embargo, los hechos se han escalado al punto que un exmilitar reservista de Afganistán, en aparente retaliación por lo sucedido, asesinó a cinco policías blancos e hirió a dos más en Dallas (Texas). Todo este drama deja ver la grave situación en la que se encuentra Estados Unidos por causa de la discriminación racial.
Hoy, como siempre en los Estados Unidos, los afrodescendientes son discriminados, viven lejos de las zonas de lujo y opulencia, los trabajos para ellos son los más duros y difíciles y los más mal pagos. Todavía hay transportes, barrios, cárceles y hasta maltratos policiales exclusivos para negros. La lista de exclusiones es larga.
Todo esto me hace pensar en Ali, en los retos a los que se enfrentó desde la década del 60 del siglo pasado y en los que hoy deben enfrentar los excluidos. Él decía: “si tus sueños no te asustan, no son lo suficientemente grandes”, una frase con la que uno puede sumergirse en la fortaleza física y mental que tienen los pueblos, los hombres y las mujeres afrodescendientes cuando desafían la discriminación arrogante de una mayoría blanca que, en Estados Unidos, lleva casi cinco siglos oprimiendo y subestimando a millones de personas negras y que, con ello, sólo ha demostrado el temor de los poderosos a la fuerza que tienen los pueblos cuando se organizan y rebelan.
En el boxeo, un deporte mayormente de negros y latinos excluidos, los puños en el cuadrilátero son una descarga que no existía fuera del mismo hasta que Muhammad Ali decidió llevar el boxeo a otro nivel. Entre el ritmo del golpe y el discurso, ferozmente sincronizados, enalteció la identidad afrodescendiente y denunció el racismo que por siglos ha sometido a los negros.
En nombre de su identidad y de su conversión al islam dijo: “Cassius Clay es el nombre de un esclavo. No lo escogí, no lo quería. Yo soy Muhammad Ali, soy un hombre libre”. Con esto, demostró que todo espacio y momento fueron para él recursos interminables para sorprender, para golpear y para ganar, para manifestarse libremente. La suya era una forma de ver la vida que se exponía a través de la acción, una necesidad por expresar el sentimiento colectivo de una población humillada y excluida descaradamente.
La lucha y la política están por rehacerse. Alí, dentro y fuera del cuadrilátero, lo confirmó. El 30 de octubre de 1974 peleó con George Foreman, campeón mundial de los pesos pesados para ese entonces, en Kinsasa (Zaire),en uno de los más memorables encuentros de la historia: “The rumble at the jungle”, como lo llamaron los avivatos promotores liderados por Don King.
En el cuadrilátero, Alí resistió muchos asaltos hasta encontrar el momento indicado para golpear. A pesar del riesgo que implicaba, se apoyó largo tiempo en las cuerdas para lograr, en el último momento, impulsarse y lograr una sorpresiva descarga que terminó en un derechazo que envió a la lona a Foreman. Se trató de método, autenticidad y resistencia pero, sobre todo, de valor y de riesgo.
Alí ganó la medalla de Oro en la categoría de los semipesados en los juegos Olímpicos de Roma de 1960. Luego, en 1964, ganó el título de campeón del mundo de los pesos pesados, siéndole arrebatado ese galardón en 1967 por negarse a prestar el servicio militar e ir a la guerra de Vietnam. Recuperó el cinturón en 1974, después de haber sido absuelto por un tribunal, y lo volvió a perder en una pelea contra Leon Spinks, para recuperarlo años después. El resultado de sus batallas: un público y una multitud que lo han admirado generación tras generación.
Del aprecio de las grandes multitudes hacia él puedo confirmar que los pueblos del mundo necesitan de los triunfos para subir su moral porque estos revelan la capacidad de resistencia ante la adversidad. No obstante, que alguien como Alí ‘soltara’ sus victorias individuales para que pasaran a tener un significado colectivo demuestra que vio en ello una oportunidad histórica y liberadora muy interesante: Alí pudo pasar por triunfos y fracasos, pero todos ellos los convirtió en decisiones poderosas, de valor e integridad. Su carácter contagiaría al mundo entero.
También hay que decir que Mohamed Alí fue un guerrero que estuvo en constante búsqueda de distintos métodos para lograr sus objetivos. Tanto así que en 1976, época en la que todavía boxeaba, exploró otros tipos de lucha y decidió combatir con Antonio Inoki, luchador japones y campeón de artes marciales mixtas. Para muchos, esta pelea fue muy poco interesante, pues Inoki se mantuvo en el suelo, lanzando patadas a las piernas de Alí, mientras este lo retaba a levantarse y boxear. Al final, los jueces decidieron un empate, razón por la cual los espectadores se sintieron engañados. El encuentro fue abucheado todo el tiempo y Ali resultó con una grave lesión de rodilla.
En 1966, cuando se negó a prestar el servicio militar, Alí dio uno de sus más impactantes discursos:
¿Por qué deberían pedirme que me ponga un uniforme y viaje a 10.000 millas de casa para arrojar bombas y balas sobre gente de color en Vietnam, mientras la gente negra en Louisville es tratada como perros y se le niegan sus más simples derechos humanos? […] No, no voy a ir a 10.000 millas de casa a ayudar a matar e incendiar otra nación pobre simplemente para que continúe la dominación de los esclavistas blancos de la gente de piel oscura en todo el mundo […] Si pensara que la guerra traería libertad e igualdad a 22 millones de personas de mi pueblo, no tendrían que reclutarme: me enlistaría mañana mismo.
Con su decisión, Alí se enfrentó a su vez al racismo y al nacionalismo de extrema derecha, difundido extensamente en Estados Unidos durante la Guerra Fría y especialmente con motivo de la guerra de Vietnam. Se resistió al reclutamiento y a la propaganda aceptada por una gran parte de una sociedad conservadora que empezó a ser educada para matar y propagar miedo. Fue el único personaje público célebre que en ese momento se pronunció contra la invasión de su país a otros pueblos.
Sus fuertes declaraciones contra el racismo y la injusticia lo convirtieron en un activista que visitaba colegios y universidades para hablar con los jóvenes, especialmente después de que se le arrebatara su título mundial y un juez le impusiera una condena a cinco años de prisión de la que pudo librarse pagando una elevada fianza y teniendo que marginarse del boxeo durante más de tres años. En 1971 la Corte Suprema de los Estados Unidos lo absolvió mediante resolución y se le devolvió su título mundial.
Esta notoriedad como boxeador y luchador social, junto a su cercana amistad con Malcolm X, le valieron que en numerosos medios de diversos países se le llamara con el apelativo del ‘campeón del pueblo’. Después de los asesinatos de Marlcolm X, en 1965, y de Martin Luther King, en 1967, Alí se mantuvo políticamente activo, participando en incontables actos de solidaridad con diversos movimientos sociales y pueblos del mundo, y tuvo una gran cercanía con el movimiento por el Poder Negro, que reivindica igualdad de derechos políticos para todas las razas y retorno del poder para el pueblo, y cuya figura más representativa fue el Partido de las Panteras Negras para la Autodefensa.
Ali decidió retirarse definitivamente del boxeo en 1981 y tres años después fue diagnosticado con la enfermedad de Párkinson, convirtiéndose en uno de los más destacados activistas de la lucha contra ese padecimiento en el mundo. Después de su jubilación, se aisló de los medios de opinión y se dedicó a hacer activismo humanitario y, en 1998, fue nombrado mensajero de la paz por las Naciones Unidas.
Como activista también visitó Cuba, Palestina y varios países de África, además de ayudar a la liberación de prisioneros de guerra en Iraq en 1990. También es de mencionar su defensa del islam, su rechazo de las visiones más conservadoras de esa religión y el recaudo de fondos para las víctimas de los atentados del 11 de septiembre del 2001.
“Hay que volar como una mariposa y picar como una abeja”, decía. Así, recordarlo es inspirarse en sus palabras y sus actos. En esa unión de ingenio y fuerza física tan armoniosa, sorpresiva e inigualable.
¡Alí por siempre!
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