Por: Juan Diego García – septiembre 6 de 2016
Europa se enfrenta a situaciones críticas frente a las cuales no se perfilan soluciones que generen optimismo ni fuerzas sociales y políticas que estén en condiciones de ofrecer salidas realistas.
La derecha europea, aunque sigue siendo mayoritaria en los parlamentos, se encuentra en retroceso y tan solo mantiene todo su poder por la debilidad relativa de las fuerzas de la oposición. Los casos de Grecia y Portugal podrían ser el comienzo de ese cambio.
Las reformas neoliberales han provocado un deterioro considerable del modelo europeo de capitalismo, basado en formas de diverso alcance del Estado de bienestar, desgastando la legitimidad del sistema y propiciando la aparición de fuerzas alternativas a la derecha y a la izquierda de los partidos tradicionales, principales mecanismos de participación ciudadana.
La crisis actual, en buena medida incrementada por el modelo neoliberal, no solo no ha sido superada sino que al menos en el futuro inmediato amenaza con intensificarse. Las soluciones de la derecha en la práctica repiten las mismas dinámicas que propiciaron la crisis, mientras la izquierda parece satisfecha, de momento, con alcanzar al menos la recuperación parcial de los beneficios perdidos por las mayorías sociales.
Se comprende, entonces, que los partidos y movimientos que aparecen como alternativa no desborden los límites del pensamiento socialdemócrata tradicional. En un escenario tan negativo para las mayorías sociales hasta este tipo de reformas aparece como una solución ‘radical’.
La idea de la integración europea, que permitió originariamente el nacimiento y ampliación de la actual Unión Europea (UE), no puede prosperar en tales condiciones. La Europa ‘de los mercaderes’ -que no otra cosa supone el modelo neoliberal- resulta incompatible con cualquier proyecto de armonización regional, al punto que no solo se debilita el espíritu europeo sino que renacen con fuerza los nacionalismos excluyentes que amenazan la misma unidad de algunos de los Estados actuales.
El retiro del Reino Unido se produce más allá de los errores y el oportunismo de los conservadores en el gobierno, se da en una atmósfera de desprestigio de esta ‘unión de banqueros’ y obedece a dinámicas similares a las que alimentan el separatismo en el mismo Reino Unido, en España, Italia o Bélgica.
La adhesión a la UE de los países de la Europa del Este, antiguo Campo Socialista, intensifica los problemas, pues sus dirigentes no solo predican y aplican el modelo neoliberal con mucha mayor intensidad sino que, al menos en algunos casos, están lejos, muy lejos, de corresponder a las formas democráticas tradicionales en Occidente.
A pesar de los enormes logros de la UE en estas décadas, el reto de convertir al Viejo Continente en una potencia con dinámicas propias en el escenario internacional está muy lejos de cumplirse. Por el contrario, la UE aparece cada vez más como un socio menor de los Estados Unidos. Unirse al carro de guerra de Washington o distanciarse de Rusia y de China no parecen estrategias adecuadas, aunque fuera tan solo por motivos prácticos habida cuenta del rosario de fiascos que supone la actuación de Estados Unidos en Asia, en Europa o en África, y de la responsabilidad de ese país en el nacimiento del terrorismo islámico y en la llegada de millones de refugiados a territorio europeo.
Nada queda del viejo sueño de los franceses de limitar al máximo el rol de Estados Unidos y la OTAN para ganar autonomía. Pequeño se quedó el señor Sarkozy -‘Sarko…yes’, como se le llamó en su día por su penosa sumisión frente a Washington-, pequeño es el actual gobierno socialista del señor Hollande. Más sumiso y obsecuente, si cabe.
Más realista parece la política de la señora Merkel de tratar de no dañar en exceso sus relaciones con Rusia, socio económico clave de la burguesía alemana, por razones evidentes y de utilidad, o del mismo gobierno conservador británico que, sin muchos aspavientos, viene tejiendo lazos muy sólidos con China. Pero, la dimensión de estos distanciamientos con Washington no es suficiente en manera alguna y Europa se ve atada al carro de guerra gringo sin que se vislumbre un cambio significativo.
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