Por: Carlos Julio Díaz Lotero – diciembre 11 de 2016
Pese a que la tasa de desempleo en Estados Unidos era del 4,9% en diciembre de 2015, según informó la Oficina de Estadísticas Laborales (Bureau of Labor Statistics) del Departamento de Trabajo, la población por debajo de la línea de pobreza bordea el 15% y el indicador de desigualdad medido por el indicador GINI es de 0,44, bastante alto para un país desarrollado.
Mientras en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado un trabajador de clase media podía mantener a su familia con el ingreso que recibía, hoy se necesitan dos fuentes de recursos. Es decir, la capacidad de compra interna de un ingreso medio ha caído a la mitad.
El responsable de este deterioro laboral y de los altos niveles de desigualdad ha sido, en parte, el proceso de desindustrialización en ese país, que viene haciendo perder participación a los salarios de los trabajadores en el ingreso nacional. En la década de 1950 la industria manufacturera representaba el 27% de la economía, en 2015 representa solo el 12,3%, según datos de la Oficina de Análisis Económico (BEA) del Departamento de Comercio de EE.UU.
En concordancia con la pérdida de peso del PIB manufacturero en el PIB total, los trabajadores de la industria manufacturera vienen perdiendo participación en la fuerza laboral total, según lo muestra el siguiente gráfico:
Tras haber sido un país con un perfil exportador bastante alto, hoy EE.UU. registra reiterados déficits comerciales, a tal punto que para 2015 el comercio se situó en USD 759.000 millones, con un crecimiento de apenas 2,4% con respecto a 2014.
¿Cómo se transformó una economía industrial exportadora de bienes de capital y de alta tecnología en el sumidero postindustrial que hoy representa?
La oligarquía financiera de Wall Street y la City de Londres promovió políticas públicas que debilitaron la industria manufacturera, deterioraron la infraestructura, hicieron crecer los servicios no productivos y una inmensa burbuja especulativa.
El desacople del oro del dólar en 1971 separó los flujos financieros de los flujos productivos y las altas tasas de interés de la Reserva Federal, a finales de la década de los 70 e inicio de los 80, llevaron a la quiebra a muchas empresas del sector real. En la década de los 90 se empezaron a promover reformas que facilitaran el ‘libre comercio’ y la libre movilidad de capitales, de forma que estos se relocalizaran en países de bajos salarios, con trabajo infantil y debilidad sindical, con el fin de producir, bajo el sistema esclavista de las maquiladoras, muchos productos que anteriormente se producían en EE.UU. y los países desarrollados.
Finalmente, durante el segundo mandato de Bill Clinton, en 1999, lograron derogar la Ley Glass-Steagall, promulgada en 1933 por el gobierno de Franklin Delano Roosevelt para controlar la especulación financiera, separando la banca comercial de la banca de inversión de alto riesgo y evitar, de esa manera, que se volviera a presentar una crisis como la de 1929.
La elección del excéntrico multimillonario Donald Trump como presidente de EE.UU. es un franco rechazo a las políticas neoliberales de ‘libre comercio’ y especulación financiera que representan Obama y Hillary Clinton. El sistema de globalización es culpable de la persistente caída en el estándar de vida de la clase media en este país. De allí que la mayoría de la sociedad estadounidense ya no ve un futuro en ese sistema.
Las promesas electorales de Trump para regresar al proteccionismo que hizo grande a los EE.UU., en el sentido de revisar los tratados de libre comercio que este tiene suscritos con otros países, de volver a los aranceles para proteger la industria manufacturera de ese país y de restablecer la Ley Glass-Steagall para direccionar los flujos monetarios hacia la producción, tuvieron más peso que sus desafortunados comentarios sobre los migrantes y las mujeres.
La admiración mutua que, se dice, tienen Vladimir Putin y Donald Trump representa no solo una oportunidad para resolver las crisis de Siria y Ucrania sino también para abandonar todas las medidas ‘librecambistas’ introducidas desde los 70, restaurar el proteccionismo y una política de ‘comercio justo’, contraria al ‘libre comercio’ que ha liquidado el empleo productivo en muchos países del hemisferio occidental.
Si la confianza de Trump y Putin logra acercar a EE.UU. al Brics, con seguridad vendrán convulsiones superiores al Brexit de los británicos y al reciente resultado electoral en EE.UU.
Esperemos que Donald Trump cumpla las promesas de reconstrucción de la economía productiva y deseche en el olvido las frases xenófobas contra la población migrante, que ha hecho grandes contribuciones al desarrollo de ese país y a la cual, con seguridad, va a necesitar para el logro de los propósitos económicos y laborales que planteó en la campaña electoral.
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* Director general de la Escuela Nacional Sindical (ENS). Publicado originalmente por la Agencia de Información Laboral.
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