Por: Juan Diego García – 7 de junio de 2010
El frío asesinato de varios de los pacifistas que se dirigían a Gaza con ayuda humanitaria alcanza niveles de escándalo por producirse en aguas internacionales –configurando un claro acto de piratería– y por implicar a personas que incluyen estadounidenses y europeos, un premio Nóbel, escritores, autoridades religiosas y ciudadanos de Turquía, un aliado estratégico del gobierno sionista. Ahora Ankara se ve impelida a distanciarse enfáticamente de Israel, aumentando así el aislamiento regional de Tel Aviv. Pero la sevicia con la que han actuado los asaltantes –porque además de los muertos hay desaparecidos, probablemente arrojados al mar–, el maltrato a los prisioneros, la arrogancia y el cinismo de las autoridades israelíes son prácticas tan habituales que no sorprenden a nadie: tan habituales como las hipócritas manifestaciones de ‘pesar’ de estadounidenses y europeos.
Esta vez, sin embargo, el asunto ha ido demasiado lejos y ha provocado el repudio universal. Boicotear los productos israelíes como forma de protesta gana ahora mayor pertinencia, en particular de las mercancías provenientes de las colonias judías, aunque en realidad Israel todo es una colonia inmensa asentada sobre territorio ajeno.
Frente a las tropelías de Israel, la ‘Comunidad Internacional’ siempre ha manifestado ‘consternación’, pero nunca ha detenido las ayudas económicas, militares y diplomáticas, ni ha propuesto medidas concretas para hacer que los sionistas cumplan las múltiples resoluciones condenatorias de Naciones Unidas. Un respaldo que se explica básicamente por el papel que Israel juega como defensor en la región de los intereses de esa ‘Comunidad Internacional’, es decir, del gran capital de Europa y los Estados Unidos. Israel hace de fuerza de choque, de Estado mercenario al servicio de las potencias occidentales, en la pugna global por el control militar y político de una amplia franja que se extiende a todo lo largo del mundo musulmán. Desde su misma creación, sirve de base de operaciones en la pugna por materias primas –sobre todo petróleo–, control de rutas, de mercados y de zonas de influencia.
Antes, en el marco de la Guerra Fría, Israel sirvió de avanzadilla contra a la Unión Soviética y el nacionalismo árabe, ahora lo hace también frente a Rusia y China, los grandes competidores de Occidente –junto con India– en el escenario asiático. Esta mutua necesidad no significa que Israel condicione o decida la política de los Estados Unidos o de los gobiernos europeos, pues es tan sólo un instrumento que, en buena medida, debe su origen y permanencia a su rol como gendarme regional. En otras condiciones, muy diferente hubiera sido el nacimiento de Israel y, sobre todo, el proceso de expansión y consolidación de la estrategia sionista. Por la misma razón, un panorama internacional menos inestable, que a mediano plazo consolide un orden mundial multipolar, reducirá la necesidad de Israel y habrá condiciones más favorables para un arreglo del conflicto con los palestinos. El sueño sionista de expulsar a toda la población no judía y expandir el territorio sobre los estados vecinos en la perspectiva del ‘Gran Israel’ es eso: un sueño irrealizable ante la tozuda e inquebrantable resistencia de los palestinos.
En realidad, la única solución verdaderamente democrática –a pesar de las evidentes dificultades que presenta en este momento– es anular la resolución de Naciones Unidas que partió en dos el protectorado inglés en Palestina y dar nacimiento, en su lugar, a un Estado único, en el cual predomine la condición de ciudadano sobre cualquier otra de religión o etnia. Un Estado que necesariamente se fundamente en principios democráticos y no en hipotéticos e inaceptables derechos divinos sobre el territorio, reñidos con cualquier principio de modernidad. En las actuales circunstancias, una solución democrática de este tipo suena a utopía, sin embargo, es más realista –vista a mediano plazo– que la ‘fórmula de los dos Estados’: una idea agotada, en parte porque sólo la desgastada y desprestigiada Autoridad Nacional Palestina estaría dispuesta a aceptar un Estado inviable, en parte porque los dirigentes israelíes mismos no lo creen sinceramente y dejan pasar el tiempo convencidos de que juega en su favor por la dinámica de los hechos cumplidos, y en parte –y esto es lo fundamental– porque el pueblo palestino ha aprendido el valor de la resistencia y no parece dispuesto a resignarse con un Estado económicamente inviable, sin soberanía real, convertido en una apéndice menor del Estado sionista. Sabedores de la imposibilidad actual de vencer militarmente al sionismo y conscientes del papel de Israel en la región, los palestinos resisten en espera de un cambio en la correlación mundial de fuerzas. Y si de algo han dado muestras claras es, precisamente, de su infinita capacidad para sobrevivir en las condiciones más adversas.
Israel tampoco las tiene todas consigo por lo que respecta a su propia población. Si bien por el momento constituyen una minoría los judíos no sionistas, ellos tienen mucho más futuro por su disposición a convivir pacíficamente con los demás que la población fanatizada, imbuida de racismo y obnubilada por la idea religiosa según la cual aquella es la “tierra prometida” y el suyo “el pueblo escogido por Dios”. Hasta los fervorosos islamistas agrupados en Hamas resultan incomparablemente mejores candidatos para la convivencia que los iluminados del sionismo. Aunque no en sus mismos términos, la experiencia de Líbano puede servir de referente, pues Hezbolá ha demostrado que cristianos y musulmanes pueden compartir la misma patria, y hasta en el Irán de los Ayatolás –con todas las reservas que genere el chiísmo– la comunidad hebrea goza de plena libertad, no es objeto de persecución alguna y hasta tiene una representación fija en el Parlamento.
Argumentar que no es posible la pacífica coexistencia entre árabes y judíos en el fondo sólo persigue justificar la división. Por supuesto que hay riesgos de choques y enfrentamientos, pero los riesgos son aún mayores si se establece algún tipo de segregación, de apartheid, y más aún si ésta va acompañada de la expropiación violenta, la limpieza étnica, la persecución y la constitución de una entidad política formalmente democrática pero profundamente racista. Una entidad presentada como ‘laica’, pero que funciona objetivamente como una teocracia militarizada.
Frente al puerto a donde han sido llevados los activistas de la Flotilla de la Libertad se apostaron algunos cientos de sionistas a vitorear a sus soldados por la ‘hazaña’ realizada y se sabe que la mayoría de los israelíes apoyan la agresión. Pero, por las calles de algunas ciudades de Israel, comunistas y pacifistas también han desfilado rechazando la agresión; en la multitudinaria manifestación de protesta en París destacaba la pancarta solidaria con la causa palestina de la asociación francesa de judíos no sionistas; dos organizaciones judías, de Alemania y del Reino Unido, han decidido fletar nuevas caravanas de solidaridad y, según algunas informaciones de prensa, en la Flotilla de la Libertad viajó una pasajera muy especial, Heidy Epstein de 85 años, judía y sobreviviente del Holocausto, quien con su gesto quería manifestar su solidaridad con otros seres humanos –los de Gaza– que, como ella antes, sufren ahora la inhumana experiencia del campo de concentración.
El ataque se produce en un contexto muy particular. No cabe imaginarse que ha sido simplemente un error, no después de las declaraciones de las principales autoridades del país. Es obvio que con el brutal ataque se propicia un golpe contundente a las reiniciadas negociaciones con los palestinos: si ya estaban lastradas en extremo por el mantenimiento de la política de asentamientos, ahora lo están mucho más. Es igualmente un nuevo desafío al ocupante de la Casa Blanca y cualquiera puede adivinar la larga mano de los sectores más belicosos de los Estados Unidos –verdaderos protagonistas en el asunto y valedores permanentes de Israel–, que buscan dinamitar cualquier asomo de soluciones.
Considerando estos factores, no resulta descabellado asociar este incidente con otros similares como el hundimiento de un buque de guerra surcoreano –presuntamente por Corea del Norte–, un asunto rodeado de tantas incógnitas que Rusia y China descartan los resultados de la supuesta investigación que involucran a Kim Jong-Il. Se busca, evidentemente, atar aún más al señor Obama al carro de la guerra que Bush impulsó con tanto entusiasmo como torpeza, sobre todo ahora, cuando el nuevo inquilino de la Casa Blanca anuncia a bombo y platillo una nueva política exterior que supuestamente entierra la llamada ‘guerra contra el terror’ y promete acatar la legislación internacional. Al parecer, los ‘halcones’ y el gran capital que los sustenta no se dan por satisfechos con la intensificación de la guerra en Asia y con el incumplimiento de la Casa Blanca de tantas promesas de paz y de respeto a las leyes internacionales. Quieren más: buscan legitimar la agresión militar contra Irán como paso previo a un conflicto de mayores dimensiones.
El sionismo encaja entonces a la perfección en la estrategia de la guerra infinita, que reporta tantos beneficios a quienes la propician. La desfachatez, la soberbia, la arrogancia, el desprecio sin límites de las normas internacionales y de los principios humanitarios más elementales por parte de las autoridades israelíes –absolutamente indiferentes ante la condena mundial por sus fechorías– no se produce por torpeza ni resulta de una especie de confusión mental transitoria que disminuya su responsabilidad: todo está fríamente calculado y obedece a las decisiones de los estrategas del terror desde Washington. Tel Aviv solo ejecuta, Netanyahu no movería un dedo sin la aquiescencia de quienes en realidad mandan en los Estados Unidos de América –y que no residen precisamente en la Casa Blanca–.
El futuro inmediato está plagado de sombras, a la vista de los acontecimientos. En particular para el pueblo palestino, víctima primera de la estrategia imperialista en la zona. Tampoco será cómodo para los judíos, creyentes o no, que no tienen el alma envenenada con los cantos de guerra del sionismo y antes que judíos se sienten seres humanos, solidarios con sus vecinos palestinos sometidos a las humillaciones cotidianas del ocupante. Desde esta perspectiva, el ataque a la Flotilla de la Libertad adquiere una enorme gravedad porque constituye un paso más en la ruta que conduce a un conflicto generalizado de incalculables consecuencias. Se trata de extender la guerra a Siria, Líbano e Irán, como objetivos inmediatos para afianzar la futura guerra contra Rusia y China, sobre todo contra esta última que se ha convertido en el mayor dolor de cabeza para los estrategas del ‘siglo americano’.
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