Por: Leonardo Boff – octubre 17 de 2017
El primero en elaborar una ecología de la Tierra como un todo, todavía en los años 20 del siglo pasado, fue el geoquímico ruso Vladimir Ivanovich Vernadsky (1963-1945). El autor confería carácter científico a la expresión ‘biósfera’, creada en 1875 por el geólogo austriaco Eduard Suess. En los años 70, con James Lovelock, se desarrolló la teoría de Gaia, según la cual la Tierra se comporta como un superorganismo vivo que siempre produce y reproduce vida. Gaia, nombre griego para la Tierra viva, no es un tema de la Nueva Era sino el resultado de minuciosas observaciones científicas.
La comprensión de la Tierra como Gaia ofrece la base para políticas globales, como por ejemplo el control del calentamiento global. Si sobrepasa dos grados celsius -estamos cerca de eso-, miles de especies vivas no tendrán capacidad de adaptarse y minimizar los efectos negativos de la situación así modificada. Desaparecerían. Si se produjese en este siglo un ‘calentamiento abrupto’ de entre 4 y 6 grados celsius, como prevé la sociedad científica norteamericana, las formas de vida que conocemos no subsistirían y la supervivencia de gran parte de la humanidad correría serio peligro.
Varios científicos, especialmente el holandés Paul Creutzen, premio Nobel de química, y el biólogo Eugene Stoermer, se dieron cuenta, ya en el año 2000, de los cambios profundos ocurridos en la base físico química de la Tierra y acuñaron la expresión ‘antropoceno’. Desde 2011 esta expresión viene ocupando páginas en los periódicos.
Con el antropoceno se quiere señalar el hecho de que la gran amenaza de la biósfera, que es el hábitat natural de todas las formas de vida, es la agresión sistemática de los seres humanos a todos los escenarios que, juntos, forman el planeta Tierra.
El antropoceno es, entonces, una especie de bomba de relojería que se está montando, y que, al explotar, puede poner en peligro todo el sistema vida, la vida humana y nuestra civilización. Se plantea la pregunta: ¿qué hacemos colectivamente para desarmarla? Aquí es importante identificar lo que hicimos para que se conformase esta nueva era geológica: algunos lo atribuyen a la introducción de la agricultura hace 10.000 años, cuando empezamos a intervenir en los suelos y en el aire; otros creen que fue a mediados del siglo XVIII, cuando se inició el proceso industrial que implica una intervención sistemática en los ritmos de la naturaleza, introduciendo contaminantes en los suelos, en las aguas y en el aire; y algunos sitúan la fecha en 1945, con la explosión de dos bombas atómicas sobre Japón y los posteriores experimentos atómicos que dispersaron radiactividad por la atmósfera.
En los últimos años, las nuevas tecnologías que han actuado sobre la Tierra, agotando sus bienes y servicios naturales, han causado también que se lancen a la atmósfera toneladas de gases de efecto invernadero y se depositen miles de millones de litros de fertilizantes químicos en los suelos, que causan el calentamiento global y otros eventos extremos.
El imperativo categórico es cambiar nuestra relación con la naturaleza y la Tierra: ya no se la puede considerar un mostrador de recursos de los que podemos disponer a nuestro gusto, principalmente para la acumulación privada de bienes materiales. La Tierra es pequeña y sus bienes y servicios son limitados. Es necesario producir todo lo que necesitamos, no para un consumo desmedido sino para una sobriedad compartida, respetando los límites de la Tierra y pensando en las necesidades de los que vendrán después de nosotros. La Tierra les pertenece a ellos y se la tomamos prestada para devolvérsela enriquecida.
Como se deduce, cabe subrayar que tenemos que inaugurar el contrapunto a la era del antropoceno, que es la era del ecoceno, es decir, una en la que la preocupación central de la sociedad ya no será el desarrollo o crecimiento sostenible sino la ecología. En el ecoceno debe garantizarse el mantenimiento de toda la vida y a ello deben servir la economía y la política.
Para preservar la vida es importante la tecnociencia, pero igualmente la razón cordial y sensible. En ella se encuentra la base de la ética, la compasión, la espiritualidad y el cuidado fervoroso de la vida. Esta ética del cuidado imbuido de una espiritualidad de la Tierra nos comprometerá con la vida contra el antropoceno. Por lo tanto, es necesario construir una nueva óptica que nos abra hacia una nueva ética, poner sobre nuestros ojos una nueva lente para que nazca una nueva mente. Tenemos que reinventar al ser humano para que sea consciente de los riesgos que corre, pero, sobre todo, para que desarrolle una relación amistosa hacia la Tierra y se haga el cuidador de la vida en todas sus formas.
Hace 65 millones de años cayó un meteoro de 9,6 km de diámetro en la península de Yucatán en México. Su impacto fue equivalente a 2 millones de veces la energía de una bomba nuclear. Tres cuartos de las especies vivas desaparecieron y, junto con ellas, todos los dinosaurios, que habían vivido durante 133 millones de años sobre la faz de la Tierra. Nuestro ancestral, pequeño mamífero, sobrevivió.
Ojalá esta vez el meteoro rasante no seamos nosotros, carentes de responsabilidad colectiva y sin el cuidado esencial que protege y salva la vida.
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Me parece que es fundamental incorporar en el análisis del antropoceno el impacto en la tierra del sistema capitalista y su proyecto contradictorio de crecimiento hacia el infinito denominado modernidad. Sistema soportado en la acumulación de capital a partir de la explotación de la fuerza de trabajo y la mercantilización de la vida y la naturaleza, se desenvuelve en un escenario de lucha de clases permanente, donde la guerra se convierte es un instrumento fundamental como salida a las paradojas de crisis del sistema y, simultáneamente, a la imposición de las condiciones de la acumulación y la ganancia a todos los territorios y comunidades del planeta
Superar el sistema capitalista el parte de la formula para entrar en la nueva era