Por: Gaudí Calvo – noviembre 1 de 2017
Según las últimas declaraciones del jefe del ejército birmano (Tatmadaw), Min Aung Hlaing, los medios de comunicación han exagerado el número de rohingyás que han debido huir tras las operaciones de limpieza étnica que se ejecutan desde el 25 de agosto último. Se estima que, desde esa fecha, 550.000 rohingyás se han visto obligados a abandonar los campos de concentración donde eran obligados a vivir en el estado de Rakáin, fronterizo con la república de Bangladesh.
Según las denuncias de Naciones Unidas, con esta nueva fase de los pogromos -desde hace años, el gobierno de Naypyidaw, con cierta periodicidad, ejecuta operaciones similares- se tendría intenciones de practicar la ‘solución final’ sobre la cuestión rohingyá, aunque todo se radicalizó mucho más tras los enfrentamientos en 2012 entre budistas y musulmanes, que dejaron algunas docenas de muertos y varios templos y mezquitas destruidas.
Las víctimas ya se acercan a la mitad de la totalidad del casi 1’300.000 musulmanes birmanos, que se calculaban vivían en el país antes de esta operación. Mientras, en los caminos que llevan hacía el río Naf y las playas, se puede observar a miles de rohingyás que esperan el momento para cruzar la frontera.
Según se ha denunciado, el Tatmadaw habría sembrado miles de minas antipersonales para provocar más daños a la etnia musulmana, dejándoles bien claro que no deben volver jamás a Birmania, donde los rohingyás llegaron entre los siglos VII y VIII, aunque, según las autoridades birmanas “estos bengalíes son inmigrantes ilegales”.
El general Hlaing explicó que “el lugar nativo del bengalí es realmente Bengala” y que “por algo eligieron refugiarse ese país [Bangladesh], ya que tienen el mismo idioma, la misma raza y la misma cultura que ellos, asumiendo que allí estarían más seguros”. No aclara el general Hlang que, desde el estado de Rakáin en la que se establecieron los rohingyás hace ya más de trece siglos, según algunos estudiosos, Bangladesh es el lugar más próximo para huir.
Durante la crisis del año 2015, unos 8.000 intentaron huir por mar, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Se desconoce la suerte de muchos de ellos, ya que no existen registros de su llegada a algún puerto. Otros tantos lo hicieron cruzando las espesas selvas rumbo a Tailandia y Malasia, donde son literalmente cazados por bandas de secuestradores a las que deben pagar entre 1.500 y 2.000 dólares por su libertad. Quizás las muchas fosas comunes que se han encontrado en esa selva sean de aquellos que no han alcanzado a pagar el rescate. Además, en el sur de Tailandia existe un campo clandestino en Songkhla donde se cree que todavía cientos de ellos continúan esperando ser liberados. Se estima que en el interior de esa extensa selva existen alrededor de cuarenta campamentos de los rohingyá, que prefieren no abandonarlos por precaución.
Por su parte, las autoridades de Bangladesh denuncian que la falta de recursos para proveer de alimentos, atención sanitaria y refugios seguros a los refugiados, les pone al borde de una crisis humanitaria, por lo que el ministro de Finanzas, Ama Muhith, reclamará la asistencia del Banco Mundial.
Frente a todo esto, la premio Nobel de la Paz de 1991 y, de hecho, la conductora política del país, Aung San Suu Kyi, quién ha atado su suerte a la complicidad con el ejército, rompió su llamativo silencio para decir que su gobierno necesitaba más tiempo para investigar el éxodo del grupo minoritario. Además, anunció que se investigarían y se castigarían las violaciones a los derechos humanos en el estado de Rakáin, aunque ignoró las acusaciones por parte de Naciones Unidas, a cuya asamblea general se excusó de asistir. Suu Kyi prometió relocalizar a ‘algunos refugiados’, pero nada dijo acerca de detener la operación en curso desde fines de agosto, a pesar de que sobran las pruebas de ejecuciones, torturas, violaciones e incineraciones de cuerpos.
En su larga declaración, Suu Kyi se cuidó muy bien de pronunciar el término ‘rohingyá’, que es, de hecho, una palabra prácticamente prohibida en el país, por lo que queda a la libre interpretación si se refiere a este grupo étnico o a la población en general de ese estado. Esto hace muy confuso discernir si cuando habla de ‘relocalización’ se refiere a la población rohingyá de Rakáin. Suu Kyi, adicionalmente, mencionó que se controlaría la documentación de quienes han huido a Bangladesh en estas últimas semanas, sabiendo que los rohingyás no tienen derecho a tramitar ningún tipo de documentación oficial aparte de alguna cartilla de libre tránsito en ciertas ocasiones y que la mayoría de sus pertenecías han debido ser abandonadas por lo urgente de su huida. A pesar de tanto despropósito, la Premio Nobel no evitó referirse al Ejército Rohingyá de Salvación de Arakán (ARSA).
Ser o no ser birmano
La gran excusa para la expulsión de la minoría rohingyá, agitada por parte de Naypyidaw, es que apenas se trata de una etnia proveniente de Bangladesh y, por lo tanto, conformada por migrantes ilegales. Aunque la ‘acusación’ fuera verdadera, en estos tiempos de la historia el pretexto es, por lo menos, aberrante.
A cada teoría o análisis de la historia de los rohingyás en el estado de Rakáin existe otra que se le opone, aunque ninguna posición podría justificar las acciones del Tatmadaw contra la población civil. Se trata de una guerra sucia que, sin duda, será tachada como genocidio, dado el número de muertos exterminados en operaciones coordinadas entre las fuerzas de seguridad y bandas fundamentalistas como la 969, número que identifica a los nueve atributos de Buda, los seis atributos de sus enseñanzas y los nueve atributos del monacato, y el movimiento Ma Ba Tha (Asociación para la Protección de la Raza y la Religión).
Los historiadores que estudian la cuestión desde la perspectiva oficial birmana soslayan la presencia de musulmanes en Rakáin desde antes de la conquista británica en las primeras década del siglo XIX y afirman que la mayoría de ellos llegaron como ilegales desde Bangladesh, incluso poco antes de 2012.
Si bien la Birmania que conocemos hoy es producto de un conglomerado de reinos y principados que consiguió unificarse cerca del año 1287, para cuando aquel protoreino consiguió invadir, en 1784, el reino Arakanese (Rakáin), separado por varias cadenas montañosas del resto de Birmania, unos cuarenta años antes de la conquista británica los musulmanes llevaban ya una larga historia en ese reino.
Según la definición del antropólogo británico Edmund R. Leach (1910-1989), “Birmania precolonial era una región fronteriza imprecisa entre la India y China, donde los Estados existentes no estaban separados por las fronteras definidas ni eran Estados soberanos”, donde la variedad “desconcertante y confusa” de grupos humanos y filiaciones étnicas “eran enormemente fluidas”. Por lo que hoy hablar de razas puras, lo que arguye Naypyidaw, es ridículo, como si en cualquier otro caso no lo fuera.
En su estudio lingüístico publicado en 1799, el británico Francis Buchanan mencionó a los mahometanos que llevan establecidos en Arakán durante un largo periodo y quienes se llaman a sí mismos “Rooinga o nativos de Arakán”, cuya lengua era una mezcla de bengalí, rakhine, urdu y árabe.
A esta versión de Buchanan se opone el birmano Aye Chan, quien, respecto al término ‘rohingyá’, dice que fue inventado alrededor de 1950 por inmigrantes bengalíes que comenzaron a llegar a Birmania durante el siglo XIX, es decir, durante el dominio británico.
Las aberraciones que se han cometido en estos últimos años contra la minoría rohingyá han sucedido en un tiempo en que justamente lo musulmán inspirado por Arabia Saudita está presente desde Nigeria hasta Filipinas. Es muy posible que un grupo armado wahabita se haya establecido en Rakáin y, según algunos analistas, esta organización, denominada Harakah al-Yaqin (Movimiento por la Fe), habría sido organizada y financiada por Riad, y reuniría a muyahidines rohingyás bajo las órdenes del pakistaní Ata Ullah, veterano de Afganistán. Es importante señalar que en el reino saudita se han asentado cerca de 300.000 rohingyás y se puede pensar que de allí habrían salido los primeros combatientes. Esto habilitaría al gobierno birmano a seguir masacrando al pueblo rohingyá, atropellando, con esta excusa, su derecho a vivir en paz.
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Escritor y periodista argentino, analista internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. Publicado originalmente por ALAI.
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