Por: Vincent Boix – 29 de enero de 2011
De dioxinas y gallinas, un medio informa que “la fuente del problema parece ser una planta en el norte de Alemania que produce una variedad de materiales utilizados tanto para la fabricación de forraje como para otros procesos industriales, como producción de papel”. Y es que lejos de los mundos de ficción que nos proyectan los políticos, la realidad en las lunas desarrolladas es mucho más cruel y peligrosa de lo que la mayoría cree. Cambios climáticos, crisis energéticas, residuos, contaminación, pérdida de biodiversidad y, ahora, un nuevo varapalo al prostituido y vilipendiado modelo alimentario que ha recorrido –más fruto de la desazón que de la gravedad intrínseca– los medios de comunicación del astro mágico.
Algunos podrán minimizar con soslayo la torpeza y otros rasgarse las vestiduras, pero si dentro de la lógica del sistema se contempla alimentar animales con forrajes creados en la misma factoría en donde se elaboran materias primas para productos industriales, ¿de qué nos extrañamos cuando unas cuantas dioxinas, mareadas por tanto ajetreo, se equivocan de saco y van a parar a las dietas de gallinas y cerdos que viven hacinados en granjas intensivas y que zampan desechos de cualquier tipo?
Antes fueron las vacas locas, los pollos belgas, gripes de diversa índole y cultivos transgénicos mareados que contaminan alimentos normales. Ahora son unas dioxinas impertinentes –y peligrosas– que nos golpean en la cara en pleno paseo por las avenidas de las lunas mágicas, modernas y globalizadas. Dioxinas fruto de un sistema alimentario industrial, antinatural, mecanicista, simplista y liberal en el que priva la acumulación del capital y, para ello, todo sirve. Dioxinas que no fueron detectadas a tiempo y que han logrado colarse en la dieta humana. Por lo tanto, el maravilloso sistema, quiera o no quiera, ha fallado y a la ciudadanía le toca practicar, sí o sí, el deporte extremo de comer.
La gravedad del caso
Esta nueva crisis alimentaria no es moco de pavo. Se ha hecho pública la existencia de gallinas en Alemania con un nivel de dioxinas el doble de lo permitido, lo que obligó a cerrar 4.700 granjas como medida cautelar. Y la contaminación, en una Europa sin fronteras comerciales, se ha propagado a Países Bajos, Eslovaquia y Reino Unido.
En este último país penetraron huevos provenientes de granjas bajo sospecha y, para socavar y achicar miedos en las lunas mágicas primermundistas, se ha proclamado, con traducción simultánea en varios idiomas, que dichos huevos se destinaron a la fabricación de productos como galletas y mayonesas. Organismos como la Agencia de Estándares Alimenticios de Reino Unido cogen el extintor, tiran de la anilla y ayudan a detener el fuego de la miseria del sistema global con prototipos de sandeces como: “la mezcla de huevos diluye los niveles de dioxinas y no se cree que estos presenten un riesgo para la salud”.
Hasta un profano en la materia sabe que la contaminación depende de la concentración y, por mucho que se diluya, si la concentración es elevada el riesgo existe. De momento, nadie habla de concentraciones sino de teorías frívolas más anestesiantes que científicas, más propias del Vaticano que de una agencia pública, rigurosa y racional.
La contaminación no extraña riesgos, dicen las autoridades políticas que protegen, promulgan y avalan este sistema alimentario extendido en las lunas mágicas. Siembran calma y reparten valeriana mediática porque no les queda otra salida. El rebaño lunático asiente con fervor y sosiego: pacíficamente podrá deglutir fútbol el próximo fin de semana sin temor a una nueva crisis alimentaria.
Desgraciadamente, pasan los días, el fuego no se apaga y poco a poco se descubre la verdad. Más noticias relacionadas con el caso zigzaguean en los portales informativos y los gobernantes van cayendo, como moscas, en el ridículo más espantoso: después de que las autoridades de Baja Sajonia negaran dicha posibilidad, cerdos contaminados por dioxinas podrían haber sido comercializados. ¿Se podrá diluir la carne de cerdo para hacer galletas y mayonesa?
Por si faltaba algo más en este despropósito agroalimentario de dimensiones lunares, en los mismos piensos se han encontrado niveles 164 veces más altos de lo permitido, de un pesticida llamado pentaclorofenol que desde 1989 está prohibido en Alemania. Según informan los medios, este agroquímico sí está tolerado en algunos países de Asia y América, que lo utilizan en la soja que luego se incluye en piensos. ¿En la soja? ¿Será soja transgénica? ¿Pero las transnacionales interesadas y sus acólitos de la tecnociencia y la política no nos decían que con los transgénicos se reducirían los impactos de los pesticidas?
Lo que hay que tragar. Una nueva frivolidad, imprudencia e incoherencia del sistema agroalimentario, que no es una excepción sino más bien la norma: productos químicos prohibidos en algunos países se usan alegremente en otros. ¡Toda una muestra de solidaridad hacia los países del sur! Que luego acaben en el norte es cuestión de magia globalizante, como para extrañarse luego ante tanta contaminación en los alimentos.
Suma y sigue
Aunque no tenga que ver con las dioxinas, sí que tiene que ver con la comida: los precios de los cereales en España se han incrementado hasta un 75% desde que inició el año 2011, la FAO pronostica más aumentos y en Argelia ya se reparten leches –con porras y lacrimógenos– porque ciertos alimentos básicos se han puesto por las nubes.
Pero ojo, no son los agricultores los que se llenan la bolsa. La revista Interviú, con datos de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), informa que en España del precio de origen en el campo a lo que paga el consumidor en el supermercado el valor aumenta un 390% en las manzanas, un 657% en las naranjas, un 168% en las uvas, un 245% en los tomates, un 705% en los limones y un 576% en las cebollas. Los campesinos incluso venden por debajo del coste de producción, porque los intermediarios y supermercados lunares quieren sacar más tajada y porque los precios se desmoronan por las importaciones desde países del sur, en donde grandes latifundistas se enriquecen sembrando industrialmente mientras evaden muchas veces garantías laborales y ambientales. ¿Se entiende ahora el por qué los piensos contenían altos niveles de pentaclorofenol?
Otra práctica que ahoga al agricultor y reduce los precios es la “venta a pérdidas”, que emplean ciertos supermercados para llamar la atención del consumidor. Consiste en disponer de un producto muy barato –incluso por debajo del precio de coste– para que sirva de reclamo publicitario. Recientemente, la COAG ha denunciado que Carrefour vendía el aceite de oliva virgen extra a 1,76 euros/litro, cuando los costes de producción son de 2,49 euros/kg. No es el único caso denunciado.
Como se ve, este modelo agroalimentario enriquece a unos pocos, contamina y adultera nuestros alimentos, los hace cada vez más lujosos y extermina al agricultor, generando desigualdades e injusticias sociales en el norte y en el sur.
Ante todo este desbarajuste, las autoridades lunáticas siguen jugando con nuestra alimentación y descartan de momento la soberanía alimentaria y la agroecología. Sólo piensan en perpetuar el sistema para que unos pocos se sigan haciendo ricos, en detrimento de los derechos sociales, sanitarios y ambientales de millones de agricultores y consumidores. Un Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Marruecos se atisba en el horizonte y permitirá a grandes hacendados locales y extranjeros producir más barato e invadir el mercado europeo. Nuevamente, la soberanía y la seguridad alimentaria, al igual que las reclamaciones de muchas organizaciones sobre este tratado, quedan en un segundo plano y se demuestra a quién defienden los desalmados del poder. A este paso, la única salida viable del campesino pasará por emular a los controladores aéreos, caiga quién caiga.
Y es que los que tengan más de treinta años recordarán que antes coleccionábamos cromos. Ahora, por el contrario, coleccionamos crisis, siendo la agroalimentaria una más a sumar a la financiera, a la económica, a la energética, a la climática, a la moral, a la social, a la laboral, etc. La realidad, en definitiva, nos sacude nuevamente y nos demuestra que el mundo que nos rodea y su realidad llevan de serie un conjunto de limitaciones y problemas a los que habrá, más temprano que tarde, que poner freno. La otra opción es seguir paseando por unas lunas mágicas que nos engullen, nos envenenan y nos abstraen, pero que en realidad no son más que sombras ficticias y cobardes.
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