Servicio noticioso número 142 – agosto 12 de 2006
Juan Diego García
“Las 400 empresas españolas presentes en Cuba mantienen sus planes y no esperan grandes cambios”, señala el diario El País, de Madrid, el pasado 7 de agosto. Si se deduce razonablemente que los capitalistas tienen buen olfato para estos asuntos, es posible leer sin sobresalto los artículos de catástrofe que dan la Revolución por fenecida y observar, no sin cierta sorna, las escenas de histerismo colectivo de algunos grupos del exilio cubano en Miami que ya dan a Fidel Castro por muerto.
Ni una cosa ni la otra tienen que ver con la realidad.
En efecto, el comandante fue operado con éxito, convalece como es de rigor y no sería extraño verle aparecer de nuevo al frente de los asuntos cotidianos del gobierno en las próximas semanas. Por supuesto, es una persona sometida, como cualquiera, a los riesgos inherentes de la condición humana y algún día el Comandante en Jefe morirá. Eso sí, dejando tras de sí una leyenda que ya lo inscribe como uno de los personajes centrales de la historia del continente. El presidente cubano se recupera y para desconsuelo de sus detractores bien podría que ser que haya Fidel para rato.
Menos aún parece sostenible la idea según la cual la Revolución está a punto de venirse abajo y que sólo hace falta un acontecimiento como la desaparición física de Fidel para dar comienzo a un proceso político de desmantelamiento del socialismo y de regreso inevitable a la ‘democracia’.
En realidad, nada parece indicar que el país esté próximo a un colapso. Así lo sugieren los informes de la propia oficina de intereses de los Estados Unidos en La Habana, cuyos funcionarios están entrenados, precisamente, para no confundir sus deseos con la realidad. El Vaticano, como uno de los instrumentos diplomáticos más destacables del capitalismo mundial, también parece inclinarse por este diagnóstico y, a través de la Iglesia Católica local, pide a su feligresía elevar oraciones al Altísimo por la salud de Fidel. Puede que ellos no tengan las divisiones que mencionaba Stalin en Yalta, pero sí cuentan con un servicio de espionaje de primera línea.
No hay que ser muy perspicaz para saber que la economía cubana se ha recobrado satisfactoriamente del duro trance que significó el fin del llamado campo socialista. El “período especial” ha sido superado y la nueva correlación de fuerzas regional y mundial no hace más que debilitar el bloqueo. En estos momentos, Cuba tiene amigos claves en todas partes: el nuevo vínculo con MERCOSUR y, sobre todo, las magníficas perspectivas en las relaciones con China le permiten neutralizar fuerzas hostiles e, inclusive, prescindir de los gobiernos de una Europa ahora plegada por completo a las políticas de Washington. De hecho, el bloqueo infame de los Estados Unidos se debilita en su propia casa: cada vez son más los empresarios estadounidenses que exigen un levantamiento de esa medida anacrónica para no verse ellos mismos desalojados del comercio con Cuba, en el cual hace presencia la competencia de otros capitalistas. Por el contrario, el exilio exaltado y terrorista de Miami y sus aliados del fundamentalismo neoconservador en Washington tienen cada vez menos amigos y las medidas que agudizan el bloqueo despiertan oposición, inclusive entre sectores crecientes del propio exilio cubano.
Nada indica, entonces, que Cuba se encuentre al borde del caos. Probablemente por ello los analistas más agudos indican que esta repentina enfermedad de Fidel no sólo muestra la estabilidad del sistema sino que sirve a las autoridades de la Isla para ensayar lo que un día, inevitablemente, tendrá que ocurrir: la partida definitiva del Comandante.
Además, sí se confirma la existencia de petróleo en la parte cubana del Golfo de México la economía del país dispondrá de recursos claves de una potencialidad inmensa: otro factor más que desmiente la caída inminente del modelo agotado en sus propias contradicciones. En este nuevo escenario, las dificultades materiales del “período especial” se ven muy aliviadas y las perspectivas son halagüeñas para el futuro inmediato.
Sin embargo, mucho más importante que todo esto es que resulta muy dudoso que la inmensa mayoría de la población opte por un modelo económico diferente. Les basta con hacer una comparación con los países de su entorno. ¿Cuál de ellos ofrece –con un producto interior bruto ciertamente modesto– un sistema gratuito de salud y educación de cobertura universal, la recepción asegurada de los alimentos básicos, la pensión de jubilación para todos y el derecho garantizado a la vivienda y al empleo? Las comparaciones deben hacerse con países similares, pero sí se realizan con Europa o los Estados Unidos, aún así, los cubanos no salen mal parados.
Las limitaciones y carencias que afectan la vida cotidiana son también una realidad innegable. En parte se deben a fallos del sistema, al bloqueo gringo y sumemos a ello que Cuba es un país del Tercer Mundo, con todo lo que ello significa. Aún así, el socialismo cubano muestra sus ventajas sobre las democracias latinoamericanas que son verdaderos desiertos de pobreza y miseria, con sus oasis de riqueza extrema. Los cubanos son pobres, ciertamente, pero no les falta lo esencial para llevar una vida digna. Por desgracia, no se puede afirmar lo mismo de las ‘democracias’ más consolidadas del continente, incluyendo, en muchos aspectos, a los mismos Estados Unidos.
Asociar, entonces, la partida temporal o definitiva de Fidel con el inicio del fin del socialismo cubano, es más el deseo de algunos que algo con fundamentos reales. Pero nada de esto significa que no vayan a ocurrir cambios. De hecho, el socialismo cubano ha estado evolucionando de forma permanente en las últimas cuatro décadas y hace frente hoy a retos estratégicos que afectan su futuro. En este contexto, resulta menos espectacular, pero de mucha mayor trascendencia, la llamada “batalla de las ideas” que promueven las autoridades cubanas y que tiene como objetivo, precisamente, hacer frente al reto del socialismo en el siglo XXI. El propio Fidel adelantó ideas directrices en un reciente y muy comentado discurso en la Universidad de La Habana, desmintiendo a quienes describen a los dirigentes cubanos, y en particular al propio Fidel, como sectarios irremediables: Castro sostuvo la necesidad de debatir amplia y públicamente sobre el futuro de la Revolución, afirmando que, si bien los enemigos externos nunca lograrían derrotarla, estaba en manos de los propios cubanos mantener y profundizar el socialismo o bien un regresar al capitalismo.
La “batalla de las ideas” es, ciertamente, mucho más que una movilización de jóvenes para combatir la corrupción, promover el ahorro de energía o propiciar medidas medioambientales. En realidad, esta batalla tiene más características de una Revolución Cultural, puesto que busca transformar los fundamentos mismos de la conducta, es decir, la cultura cotidiana, las respuestas automáticas que se asientan en los valores más íntimos de una civilización y que sobreviven a los cambios legales o institucionales que trae consigo una revolución.
En efecto, la producción material que asegura la misma existencia, las formas de la distribución y los modelos del consumo de la riqueza social no sólo dependen de las relaciones de propiedad y poder que se pueden transformar por decreto: están ancladas en valores y pautas que conforman la moral de trabajo y la manera de satisfacer las necesidades. Eso busca la “batalla de las ideas”: confrontar a la solidaridad social con el egoísmo, al consumo responsable con la dilapidación, al uso medido y respetuoso de los recursos con un productivismo feroz que afecta a las generaciones futuras, a una vida plena que permita el despliegue de la personalidad con la competencia tenaz del ‘todos contra todos’.
La solución futura de este reto cultural sí ofrece elementos de interés para aventurar futuros a la sociedad cubana. Que la Isla recorra el triste camino que va del socialismo actual a ese capitalismo mafioso y gansteril que hoy predomina en lo que fue el campo socialista será una decisión autónoma de los cubanos mismos. Será la única ‘transición’ –y, sin duda, la más importante– que afectará sus vidas, con o sin Fidel. Por eso, los llamados de Washington no sólo constituyen una grosera intervención en los asuntos internos de un país soberano y una muestra más de la actual política imperialista de los Estados Unidos y quienes los secundan, sino que muestran hasta dónde van descaminados sus propósitos y hasta qué punto resultan patéticas las actitudes del exilio más exaltado y belicoso de Miami.
Un señor Smith, último encargado de la oficina de intereses de los Estados Unidos en La Habana, señalaba hace poco en la prensa española los fallos de la política de su país frente a Cuba, cimentados precisamente en la idea equivocada según la cual la Isla es una especie de enorme cárcel, llena de presos de conciencia, ciudadanos descontentos y prestos a sacarse el yugo del comunismo a la menor oportunidad, y Castro un dictador sanguinario, odiado y temido, a cuya muerte o caída sobrevendrá la luminosa mañana de la democracia representativa. Un futuro esperanzador, según los planes ya elaborados por los estrategas gringos, los mismos que diseñaron el “caos constructor” que tan buenos resultados ha traído a Irak, Afganistán y Palestina y ahora también a Líbano.
En síntesis, Fidel mejora y somos millones quienes, en todo el mundo, deseamos su pronta recuperación. Todo está en calma en Cuba, aunque son evidentes las muestras de preocupación de sus habitantes por la salud de su líder. El único proceso de ‘transición’ que está en marcha en la Isla, ya desde hace muchos meses, tiene que ver con la suerte misma de la Revolución y la construcción de un orden alternativo al capitalismo.
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